Miquel Escudero- Catalunya Press
A partir de datos manipulados y discursos simples e insolidarios (que atizan el egoísmo colectivo) se generalizan falsedades en forma de opinión
Me desagradan vivamente los prejuicios contra las personas, y no sólo cuando me salpican a mí (como hombre, como catalán, como español, como occidental, como profesor, como liberal). Demasiadas estupideces hacen mella en nuestros conciudadanos, no importa los estudios que tengan, y esto ocasiona daños concretos y severos para todos. No recurriré a hablar de categorías políticas, tan ajadas como inútiles. Partamos de que todos los seres humanos compartimos una misma identidad, la humana. Como escribió Antonio Machado: “por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser un hombre”. Y como Miguel de Cervantes dejó dicho en el Quijote “que tanta alma tengo yo como otro, y tanto cuerpo como el que más”. Estamos todos hechos de la misma pasta y tenemos una igual dignidad como personas que hay que respetar. La alternativa es la ley de la selva. ¿Quién quiere que ésta nos rija y domine?
A partir de datos manipulados y discursos simples e insolidarios (que atizan el egoísmo colectivo) se generalizan falsedades en forma de opinión. Por otro lado, no basta con tener buena voluntad. Insertar en condiciones adecuadas y dignas, flujos migratorios en Europa no es nada fácil. Ahora el archipiélago canario está absolutamente rebasado por africanos que huyen de la miseria, que se amontonan y no hay forma de atenderlos, no hay medios. Por cierto, ya hace treinta y cinco años que el socialista Michel Rocard, siendo primer ministro de Francia, afirmó que Francia no podía acoger toda la miseria del mundo.
El sociólogo holandés Hein de Haas aborda en su último libro sobre los mitos de la inmigración lo que llama mantras, siempre peyorativos. Es preciso discurrir siempre con rigor y ecuanimidad, teniendo idea clara de la clase de sociedad en que queremos vivir. Se propaga que los inmigrantes pobres, los que vienen en oleadas, quitan trabajo a los paisanos. Y que son delincuentes. Ninguna de las dos cosas es cierta. Por razones obvias, de arraigo y situación económica, hay mayor grado de delincuencia, pero no son delincuentes. Se habla de menas, pero no de niños y niñas que están abandonados y con trato deficiente por algunos profesionales en centros de acogida y hogares de emancipación; niños en extrema vulnerabilidad -ha dicho Javier Urra, quien fuera Defensor del Menor-, en absoluta ausencia de adultos que los proteja, faltos de apoyos familiares. Su exclusión social los pone en ‘situación de calle’, en riesgo (a ellos y a la ciudadanía), sin perspectiva de inserción socio-laboral. Pero sólo nos fijamos en la constancia de robar y destruir que puedan exhibir.
Leo que, de promedio en el mundo y redondeando, el 83% de la gente vive en su lugar de origen; el 13% es emigración interna del propio país; 3% emigración internacional; sólo un 0,3 % son refugiados. Entre 1846 y 1940, 150 millones de personas cambiaron de continente. A causa de la Primera Guerra Mundial, hubo 9,5 millones de desplazados europeos; en la Segunda, 60 millones. Recientemente, la destrucción brutal de Siria, hasta hace tres años, provocó la huída de más del 40 por ciento de su población, casi nueve millones de personas. De ellas, una parte muy considerable se instaló en Turquía (país con cerca de 90 millones de habitantes).
Inmigrantes y refugiados tienen dignidad como seres humanos y merecen respeto. No se puede hacer la vista gorda a sus malas condiciones de trabajo, a su inseguridad, a sus salarios particularmente discriminados. Cuando Trump acusó a los emigrantes de extraer del sistema “mucho más de lo que podrán devolver” (otra vez el egoísmo colectivo), ocultó que los sin papeles en Estados Unidos, y en 2016, pagaron en impuestos 11.700 millones de dólares, el 8% de sus ingresos. Durante el procés, los catalanes nos vimos machacados por los separatistas, con el falaz: ‘Espanya ens roba’, con datos tramposos. Hubo que hablar de Tabarnia; concepto que guarda potencial para responder a una futura acometida reaccionaria.
¿Nos parece positivo que las desigualdades crezcan? ¿Somos contrarios, indiferentes o favorables a que se redistribuyan los recursos de los que tienen más a quienes menos tienen?
De Haas destaca unos datos locales que creo interesantes: el 30% de los médicos en el Reino Unido tienen títulos extranjeros, de los cuales más de la mitad son asiáticos, menos de la tercera parte son africanos, en torno a la quinta parte son de la Unión Europea. Aquí también, el valor de las personas migrantes.