La decisión del empresario José María Ruiz tiene especial importancia simbólica, y supone la ruptura de una diabólica inercia: del sufrimiento en silencio, de la presión insostenible. Quizá ahora otros escoltados empiecen a preguntarse si no deberían también reforzar con su gesto el hartazgo de un hombre emprendedor y libre.
El empresario José María Ruiz Urchegui ya no aguanta más viviendo escoltado, prisionero de quienes le protegen de la amenaza terrorista de ETA. Así lo ha expresado por escrito. Si en lugar de solicitar que se le libere del marcaje policial de una forma privada y directa ha preferido dejar constancia a través de una carta manuscrita dirigida al consejero de Interior del Gobierno Vasco, es porque quiere marcar, con su decisión, un punto de inflexión en la rutina callada de quienes no han tenido más remedio que delegar el destino de sus movimientos en los expertos en seguridad para protegerse del peligro de los violentos. Otros muchos como el ex secretario general de Adegi, empresarios, políticos, jueces y representantes de otros sectores de la sociedad vasca también son víctimas de la limitación de movimientos que supone vivir con la asignación de guardaespaldas que son quienes acaban decidiendo dónde, cuándo y con quienes pueden almorzar o pasear. Durante decenas de años ha sido así. Y muchos tan tenido que callar , aguantarse o terminar marchándose de Euskadi para poder vivir y educar a sus hijos con ciertos márgenes de libertad.
Por eso ahora, la decisión que Ruiz Urchegui ha querido dar a conocer, tiene especial importancia simbólica. Independientemente de que el empresario guipuzcoano, que fue víctima de ETA en 1996 en un atentado del que salió gravemente herido su chofer y primo, que perdió sus dos piernas y hoy se defiende en una silla motorizada, tenga o no datos para saber si puede tomar una decisión de tan hondo calado, su renuncia a vivir escoltado es un enérgico gesto cívico en medio del confuso proceso que vive la sociedad vasca para salir de la pegajosa telaraña del terror. Y si tiene un efecto de emulación en otros sectores de la ciudadanía tendrá el valor del más contundente que el de un comunicado contra ETA o de la mayor manifestación en la calle.
Puede que a partir de ahora otros amenazados y escoltados puedan animarse y se empiecen a preguntar si ellos no deberían también dar un paso adelante y reforzar con su gesto el hartazgo de un hombre emprendedor y libre. Porque también supone un «plante», un rechazo a vivir condicionado por una mafia que decide presionar, robar o amenazar al entorno familiar de quien han elegido como centro de sus campañas. Hasta ahora hemos ido conociendo a empresarios valientes que un buen día decidieron no doblegarse ante el chantaje del impuesto terrorista, como Korta por ejemplo, o Benedí que puede vivir para contarlo, o algunos de los representantes municipales que acabaron por renunciar a su cargo para evitar tener que vivir con escolta.
Pero el rechazo de un empresario como Urchegui que, después de catorce años, dice que ya no aguanta más, supone la ruptura de una diabólica inercia. Del sufrimiento en silencio, de la presión difícilmente sostenible, del marcaje de una rutina como si fuera la maldición de la piedra de Sísifo. El «basta ya» de este empresario dejará, sin duda, una estela entre los emprendedores de la comunidad vasca. «Los verdaderos patriotas somos nosotros», le llegó a emplazar el desaparecido José María Vizcaíno al representante de Batasuna Arnaldo Otegi en una reunión que mantuvieron los empresarios vascos con los interlocutores de ETA durante la tregua trampa del 98.
Con Urchegui se rompe una tradición que pedía a gritos un gesto de rebelión. Como el que se necesita ahora, desde el Gobierno español, con el trato que está dispensando Hugo Chávez con nuestro país. El ‘feo’ del Gobierno bolivariano al no presentarse en el desfile militar debería merecer algo más que una explicación oficial. Porque hasta ahora las explicaciones exigidas por el cuerpo diplomático de nuestro país al Gobierno de Venezuela no son siquiera tenidas en cuenta por el equipo de Chávez. ¿Cómo hay que interpretar, si no, que el ‘intocable’ Cubillas, reclamado por la Justicia española y protegido por el Gobierno de Chávez, se permita pedir a la Fiscalía de su país que investigue si los etarras que le denunciaron fueron torturados? Ministro Moratinos, ¿está usted ahí?
Tonia Etxarri, EL DIARIO VASCO, 13/10/2010