Miquel Escudero-El Correo
Estar dispuesto a modificar una opinión no es demasiado habitual, pero es lo propio de alguien razonable e inteligente. Sin embargo, hacerlo cada dos por tres, sin ton ni son, por interés y sin consistencia, caracteriza a los volubles e inestables o a gente poco de fiar. Si prevalece esta actitud, se instala la arbitrariedad. Si prevalece la primera, se expande la estabilidad y la holgura. Es el producto de una responsabilidad compartida y da nervio al sistema social. Día a día y en cualquier nivel, hay que activar la relevancia de ser ecuánime, es decir: objetivo, equilibrado, recto, mesurado, justo.
Taguieff dice que dudar de todo es una forma de no dudar de nada; es una elección que aparenta ser escrupulosa, pero permite quedarse con lo que quieres. Es capital, en cambio, que la educación que damos y recibimos se guíe por la idea de la verdad; con voluntad de rehuir engaños y errores, pero sin abusar de sospechas y recelos. Procede primero enfocar con sentido crítico, escuchar, callar y pensar; esto cuesta y requiere rodaje, qué le vamos a hacer, pero es lo único que ofrece solidez y muestra valor personal.
Es cierto que se nos asedia con interpretaciones delirantes y que algunos no saben hablar de otra cosa que no trate de oscuras conspiraciones; se ahorran así razonar con rigor y concreción. Ciertamente, no todo es como se da a entender, pero no podemos quedar absortos por lo que nos cuadra e ignorar que hay organizaciones que sí conspiran, difundiendo patrañas (ahora, gracias a internet, a toda velocidad y a todos los públicos). De ahí la importancia de que cada ciudadano busque ser ecuánime y no caiga en la paranoia.