JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC
- Para saber qué ministerios son o no ‘de Estado’ hay una vía fácil: pregúntese si se puede suprimir el departamento
EN algún momento de la enseñanza secundaria debería explicarse bien a los niños la diferencia entre el Gobierno y el Estado. Con la pedagogía que se desee, aprender jugando o aprender a aprender. Lo que sea, pero de modo que perdure. Nuestro Estado es muy antiguo y su poder Ejecutivo cuenta con núcleos de funcionarios excelentes en una serie de áreas que por algo se llaman así: ‘de Estado’. Sólo Exteriores tendría que mirárselo. Son cosas que debemos recordar para no culpar a los servidores públicos de las ocurrencias de sus jefes de turno. Lo mismo cabe decir de los otros poderes, órganos consultivos y demás.
Para saber qué departamentos ministeriales son o no ‘de Estado’ hay una vía muy fácil: pregúntese si se puede suprimir el ministerio. En este Gobierno de Viva la Gente, la mayor parte de ministerios se podrían cerrar sin consecuencias. Razón de más para no ignorar las estructuras que funcionan cuando juzgamos el conjunto de la política por lo que hacen o dicen unos ministros prescindibles que sólo están ahí por marketing o porque pusieron precio a la investidura del presidente.
Para la educación infantil y para la ilustración del ciudadano, la mejor forma de distinguir por siempre más Gobierno y Estado es poner juntos a sus dos jefes: Sánchez y el Rey. Con lo que ello comporta. Es un ejemplo extremo, pero ahora mismo es lo que hay. Le parecerá a usted superfluo todo esto. Usted está leyendo una página de ABC. Ya lo sabe. No le traigo a colación para contárselo, sino para tomar conciencia de lo que en el fondo significa el sanchismo: la okupación del Estado por el Gobierno, primero; la contaminación del Estado con el proyecto ideológico del presidente, segundo. En esto somos plenamente hispanoamericanos. También en otros aspectos más enriquecedores, ojo. Algún día hablamos de ello.
Miren lo que pasa con nuestros hermanos del otro lado del charco. Una por una van sucumbiendo las naciones a un populismo de corte neobolivariano o chavista. No es una buena época para la democracia. El posmarxismo se ha impuesto en el mapa, impulsando una larga serie de causas identitarias y un antagonismo creciente que, por estructural, desnaturaliza los Estados democráticos de Derecho.
No sé qué estaría sucediendo en España sin ese Estado serio que atraviesa épocas y hegemonías cumpliendo con su deber. Comprendo a quien tenga ganas de desentenderse de todo cuando asiste a infamias como la inminente aprobación de una memoria dizque democrática donde la ETA impone su narrativa sobre la Transición. Los únicos que no creyeron en ella, como bien observó, aunque en pegajosos términos laudatorios, Pablo Iglesias ante un público abertzale. Si a cualquier ciudadano decente le causa escalofríos la ignominia que el sanchismo está a punto de perpetrar, ¿cómo se sentirán las víctimas del terrorismo? Sin embargo, no se desentiendan, no nos desentendamos, no tiremos la toalla.
Tal y como sucede con la reforma del Poder Judicial, que viene en el mismo trágala que la Memoria Podrida tras el Debate del Estado de la Nación, lo cabal es aferrarse a una esperanza fundada: que el próximo gobierno de centro y derecha derogue la obra disolvente del sanchismo. Esa parte de lo que va a alcanzar, o ha alcanzado ya, el ordenamiento jurídico y que resulta, o bien inconstitucional, o bien deletérea para la concordia. Digo que la esperanza es fundada porque no puedo imaginar a un previsible gobierno Feijóo haciendo la vista gorda. No hay en mis palabras la menor ironía, ni segundas, ni sutilezas de subtexto. Lo diré más claro: estoy seguro de que Feijóo derogará la Ley de Memoria Democrática y la reforma del Poder Judicial. En el segundo caso, a ser posible, para proponer otra reforma, la correcta, que va en el sentido contrario a la sanchista.
Junto a esta esperanza fundada, otra apunta la convivencia frente al vendaval de la neoizquierda, empeñada en ‘radicalizar la democracia’, en fusionar partido y Estado vía Gobierno. ¡Han tirado a la basura a Felipe González y Alfonso Guerra, al PSOE de la democracia! ¿Qué no harán con el resto? Esa otra esperanza a la que aludo es que la Unión Europea siga operando como dique de contención frente a los excesos. Que siga, digo, porque ya lo está haciendo. Cierto es que puede deprimirnos ver cómo las euroordenes no se cumplen cuando afectan a golpistas. No es que falten motivos para criticar a Bruselas. Pero si nos obligamos a mantener la ecuanimidad, no podemos negar que las instituciones europeas se pronunciaron claramente contra cualquier intento de legitimar la independencia de Cataluña por la vía de hecho. Ni su claridad a la hora de criticar la forma de elegir el gobierno de los jueces en España. No encontraremos la rotundidad empleada contra Hungría, pero las indicaciones de la Comisión son inequívocas. Por otra parte, la Unión está en vías de recuperar el realismo perdido. Se ha tenido que dar una guerra en Europa para ello, pero el hecho es que Bruselas ya no se chupa el dedo.
En resumen, el sanchismo nos empuja hacia los márgenes de la democracia, hacia el límite, y lo traspasa. Pero nuestra pertenencia a la UE levanta un muro legal y político, las expectativas de un próximo gobierno constitucionalista que derogue lo más obsceno son altas, muchos vamos a seguir apegados a la letra y el espíritu de la bendita Constitución del 78, y el Estado sigue funcionando como debe al margen del discurso gubernamental y de los intentos de anestesiar a los otros poderes. Tienen un botón de muestra en la imputación del núcleo duro de ETA por el asesinato de nuestro mártir civil Miguel Ángel Blanco.