La sociedad vasca, mayoritariamente, está deseosa de pasar página y de acoger al juego social y político a los hasta ayer violentos, borrando de raíz el pasado: no ha habido violencia porque, sencillamente, nos incomoda que la haya habido.
Los resultados de la encuesta de opinión del Gobierno acerca del tipo de vecino que no les gustaría tener a nuestros jóvenes (apelativo que incluye a las personas menores de 29 años) ponen de relieve el predominio entre ellos de un estado que pudiéramos calificar como ‘idiocia moral’. Vamos, que éticamente hablando una consistente mitad de nuestros jóvenes es idiota confesa, puesto que equipara como desagradables vecinos a evitar tanto a los victimarios terroristas como a las víctimas de ese terrorismo. No distinguen entre ambos a la hora de rechazar los posibles vecinos que haya que ver todos los días y con los que, aunque sea en el ascensor, haya que rozarse. Rechazan la violencia, qué duda cabe, pero la rechazan de una manera muy peculiar: la de borrarla de su ámbito vital, la de excluirla de su perspectiva personal. Cualquier sujeto que se la recuerde, sea un violento o sea una víctima, les desagrada porque contamina (como las prostitutas y los inmigrantes, aunque estos un poco menos) la pureza de su mundo joven, limpio e ilusionante.
Lo peor de esta encuesta es que nos revela por anticipado cuál va a ser el sentimiento social hegemónico entre nosotros con respecto al pasado violento, si es que de verdad se convierte en pasado como se augura por doquier. En la sociedad vasca va a predominar una postura general de pasar página, de olvidar lo ocurrido, de quitar del escenario público la memoria del terror. El lehendakari reclamaba hace unos días como ejes para construir el futuro libre del terrorismo los de ‘justicia’ y ‘verdad’, refiriéndose con esta noción a la exigencia de que la memoria del pasado se construya sobre la memoria de las víctimas, sin permitir que el ‘ciclo de la violencia’ que durante más de treinta años ha enseñoreado la práctica del etnonacionalismo caiga en un cómodo olvido o sea tapado por una explicación comprensiva. Es muy de temer, visto el ejemplo anticipador de la encuesta, que esta aspiración de ‘verdad’ no se cumplirá. Me gustaría mucho creer lo contrario, pero la realidad no me lo permite. Y es que hasta el presidente del partido del lehendakari ha advertido a las víctimas que eso de la ‘justicia’ y la ‘verdad’ está muy bien, pero que no son valores para este mundo.
En los pasados quince días, desde que los radicales proviolentos presentaron sus estatutos y su nueva propuesta política, que se distancia en parte de la violencia de ETA, hemos asistido a una especie de ‘tráiler’ resumido de lo que con toda probabilidad va a ser la película del escenario social y político futuro vasco. Dejando de lado el análisis puramente jurídico del caso, ¿qué hemos visto en la mayoría de los políticos e instituciones que han considerado necesario manifestarse? Hemos visto una urgencia irreprimible en declarar superada la proscripción política de los violentos, una prisa acuciante de lanzar las campanas al vuelo: algo que pone de relieve el deseo de pasar página cuanto antes que anima a esa multitud de opinadores.
Hemos escuchado un coro estruendoso que canta que no es necesario condenar el pasado, que el pasado importa poco cuando tenemos a la vista el futuro. Hemos observado la poco sutil equiparación que se ha establecido entre los que apoyaban la violencia y la derecha española en general. Con la excusa de que tampoco ellos condenaron el franquismo (¿?), lo que se establece subliminalmente es el principio de que la legitimidad democrática de los exviolentos es igual que la del Partido Popular.
¡Qué alto grado de satisfacción y contento se ha mostrado ante la vuelta del hijo pródigo! ¡Qué fácilmente se ha dado de lado el hecho de que este hijo no vuelve arrepentido y humilde, sino orgulloso de su pasado y retador! ¡Con cuánta complacencia se ha practicado esa visión miope de apreciar solo el paso positivo que han dado, ignorando los pasos que no han dado, ni van a dar!
Mis vecinos jóvenes son así, me guste más o menos. La sociedad vasca es también mayoritariamente así. Deseosa de pasar página y de acoger al juego social y político ordinario a los hasta ayer violentos, borrando de raíz el pasado: no ha habido violencia porque, sencillamente, nos incomoda que la haya habido. Podríamos hablar mucho de ‘por qué’ mis vecinos son así, dado que no les quepa duda que no nacieron así, sino que se hicieron así en el marco de una socialización política desviada. Pero esto tendría solo un interés académico. Lo que ahora importa, como tanto se repite, es saber cómo y quién va a escribir la historia de lo sucedido. Visto lo visto, me temo que la respuesta va a ser decepcionante para muchos. Ya avisaba Shakespeare, la historia es un relato contado por un idiota; en nuestro caso, por el idiota de nuestro vecino.
José María Ruiz Soroa, EL CORREO, 6/3/2011