Ignacio Camacho-ABC
- Sánchez se ha borrado de la final pero hasta ahí llega su rechazo. Él maneja el poder duro igual que Rubi el blando
Nadie va a silbar hoy al Rey ni al himno en la final de Copa, aunque el Monarca no se librará de un mal trago que esta vez no provendrá de la grada del estadio. Tras el alboroto de las comisiones y los audios, el presidente de la Federación de Fútbol no es hoy por hoy el mejor vecino de palco. Así parece haberlo entendido Sánchez, siempre tan atento a los detalles gráficos, que si no cambia de criterio a última hora se ha borrado del compromiso de sacarse una foto a su lado. El Gobierno está incómodo, sobre todo con el ruido mediático, pero hasta ahí llegará su rechazo. El Consejo Superior de Deportes se ampara en la independencia financiera de la RFEF para limitarse a manifestar su desagrado aunque el precedente de Villar demuestra que sí podría suspender a Rubiales en su cargo. Pero si lo hiciera, o si lo presionase para que dimita, el Ejecutivo pondría su propio listón ético demasiado alto; ya se arrepintió de haber forzado las renuncias de los ministros Huerta y Montón, esta última -ironías de la vida- por plagio. Lo más probable es que se conforme con que la Supercopa en Arabia tenga los días contados… si es que existe alguna vía legal para revocar el contrato. Así pues, serán Felipe VI e Iceta los que apechen con el aprieto protocolario de poner cara de palo sentados junto a Rubi durante un buen rato. Y con varios millones de espectadores mirando. Al menos no estará en el campo Geri, el comisionista espabilado que trató de meter por medio de sus tejemanejes al Rey Juan Carlos. Si éste llega a picar no es difícil imaginarse las dimensiones del escándalo.
Piqué, por cierto, debió ser expulsado del equipo nacional el mismo día en que proclamó su apoyo al referéndum independentista. La selección es ya casi el único símbolo de la nación como espacio de concordia, siquiera en el plano emotivo, y la insurrección catalana puso ese sentimiento de integridad en tela de juicio. El público lo entendió mejor que los responsables federativos y después de aquello no hubo partido de España en que el jugador no fuera recibido con abucheos y pitos. Sin embargo, y tras haberse alejado por voluntad propia, todavía se dio el capricho de pedir a Rubiales la mediación para ir a los Juegos Olímpicos. A esas alturas ambos tenían ya entre manos negocios conjuntos y por tanto no se trataba de un simple favor de amigo sino de un ‘quid pro quo’. La intercesión se produjo y si no fue a Tokio es porque la pandemia provocó un aplazamiento inoportuno. El episodio muestra hasta qué punto los ‘coleguis’ manejaban el fútbol español como si fuera suyo. Apañaban acuerdos, trasladaban competiciones, concertaban corretajes y fijaban precios en nombre de un organismo público. Y el sanchismo no se atreve a tomar cartas en el asunto. Cómo reprocharles que hicieran con un poder blando lo mismo que él hace con el duro: manipular las instituciones a su gusto.