IÑAKI EZKERRA-EL CORREO

  • El futuro y el pasado pueden moldearse de una forma a la que se resiste el presente

De la campaña para las autonómicas andaluzas lo que más le ha llamando a uno la atención es la acrobática utilización que hace Adriana Lastra de los verbos en futuro para evitar referirse a un presente que resulta por lo menos tan fangoso y comprometedor como el de sus rivales políticos. La vicesecretaria del PSOE ha dicho que el suyo «no va a ser nunca el partido de los mangantes que trincaban a manos llenas mientras empobrecían a los españoles». Usando ese tiempo verbal que se refiere a una realidad que está todavía por venir, consigue admirablemente eludir toda la trama mediterránea de corruptelas que amenizan la prensa actual y que empiezan con la presunta implicación de Francina Armengol, la presidenta en persona del Gobierno balear, en las adjudicaciones ilegales de negocios náuticos en Menorca y en Ibiza, pero en la que el socialismo valenciano se está llevando sin duda la palma: cuando no es el caso Azud, con todos los sobornos y oscuras adjudicaciones de proyectos urbanísticos en la órbita del PSPV, son Oltra y su excónyuge pederasta o es el caso de la familia de Ximo Puig y de las subvenciones que ha cobrado su hermano para pagar el alquiler de una nave abandonada que es propiedad de su padre.

No hablamos ya del saqueo de los ERE ni de los cursos fraudulentos de formación que todavía andan coleando, ni de las condenas de cárcel para Chaves y Griñán, cuya petición de absolución al Supremo a primeros de mayo se ha convertido en una agorera sombra que planea del modo más inoportuno y fatídico sobre los comicios andaluces. Hablamos del presente, del que Adriana Lastra no quiere saber nada. Ella mira adelante, pero sin ver lo que tiene delante y a mí el truco me parece bueno. La pregunta obvia que cabe hacerle es cuándo, a partir exactamente de qué momento comienza ese futuro de limpieza y transparencia que promete, voluntariosa, desde un vigente ahora que se alarga de manera insidiosa y que se muestra un tanto rebosante de mugre y opacidades.

Sí. En esa declaración de intenciones, en el verbo futurista de Adriana se echa en falta un elemental acuse de recibo por los fraudes y las prevaricaciones actuales, las que aún están sucediendo a día de hoy y en eso que llaman ‘tiempo real’. Pero la verdad es que del desinterés por la hora que marca el reloj no se puede decir que tenga ella la exclusiva. Es en ese extemporáneo desdén donde reside la esencia de un sanchismo al que tampoco parece preocuparle en absoluto lo que sucede en 2022, sino que dedica todas sus energías a la agenda 2030 y a la memoria histórica. No es casual. El futuro y el pasado pueden moldearse, controlarse, modificarse de una forma a la que se resiste el terco presente.