Irene González-Vozpópuli

  • El PNV no puede zafarse de su propia trampa. El estercolero nacionalista que ha creado durante 40 años aboca a que los proetarras ocupen finalmente las instituciones

Hoy se cumplen diez años del anuncio del cese de la actividad armada de ETA y el PSOE está más cerca de consolidar lo que motivó a Zapatero a lanzar un salvavidas, en forma de falso proceso de paz, a una organización terrorista acabada y prácticamente desmantelada por los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado hace más de una década.

Los festejos de este aniversario consisten al parecer en una previsible campaña de propaganda para Otegi y el expresidente, quienes impulsaron la declaración del cese de la actividad armada, que no es lo mismo que el final de ETA. La campaña del primero tiene como fin hacer posible un lehendakari de Bildu, y el segundo se postula para Premio Nobel de la Paz desde sus minas de oro en la hambrienta Venezuela.

Una forma de evitar la confusión que rodea a este deslucido fin de la violencia es que la Guardia Civil y la Policía Nacional fuesen las protagonistas de la celebración de este aniversario, pues el único final de ETA que hubo entonces fue el operativo. El único. Sin embargo, es Otegi quien, sin aportar ninguna novedad a su discurso al reconocer que “hubo un daño causado a las víctimas”, acapara los medios como parte de la campaña de su rehabilitación que tanto interesa al PSOE. El dolor, eso tan subjetivo a diferencia del tiro en la nuca, jamás fue puesto en duda por la banda terrorista, que siempre lo vio necesario y lo equiparó al suyo por muertes de quienes manipulaban bombas. Ahora cuestiona únicamente que durase tanto. ¿Qué aplauden de ese repugnante discurso?

El último golpe fue en 2010 con la detención de Ata. No fueron los fallos internos de la organización sino la superioridad absoluta y la determinación de la Guardia Civil y la Policía quienes lograron ese éxito

La puesta en escena trajeada de Otegi muestra con más claridad para qué se mal escenificó aquel fin de ETA. Por eso es conveniente recordar qué se hizo antes de eso para acabar con el terrorismo. En primer lugar, la línea policial, que, junto a la importante colaboración de Francia, país en el que vivían los asesinos de la organización que mataba en España, descabezó una y otra vez a la banda. Sus improvisados relevos eran aún más radicales aunque con menos experiencia. El último golpe fue en 2010 con la detención de Ata. No fueron los fallos internos de la organización sino la superioridad absoluta y la determinación de la Guardia Civil y la Policía quienes lograron ese éxito.

La segunda línea de actuación, que reforzó los resultados de la policial, se dio en el ámbito político. Aznar, cuyo inmenso logro fue declarar la guerra al terrorismo “con la ley, nada más que la ley, pero con toda la fuerza de la ley”, promovió en el año 2002 la mayor arma contra una banda terrorista que tenía poder, acceso y presupuesto institucional, la Ley de Partidos. La deslegitimación social del terror también comenzó a cobrar importancia gracias a la disidencia al nacionalismo vasco, organizaciones como ¡Basta ya!, fundamentales en la pedagogía democrática y moral en ese entorno de silencio, complicidad y odio que tanto acomodo había proporcionado a ETA. Todo ello conducía no sólo a la derrota de la organización, sino al debilitamiento de las causas que motivaron el fanatismo, al tiempo que se fortalecía el Estado de derecho en España.

Se rescató al entorno abertzale de la irrelevancia política a la que la había condenado la Ley de Partidos convirtiéndose así en un aliado exclusivo del PSOE

En medio de la agonía etarra, Zapatero lanzó ese salvavidas de la negociación que acabó en una declaración del cese definitivo de la actividad armada, sin entrega de armas, de una ETA que ya no podía matar. Se rescató al entorno abertzale de la irrelevancia política a la que la había condenado la Ley de Partidos convirtiéndose así en un aliado exclusivo del PSOE. Una especie de Esquerra Republicana vasca. Introducir actores políticos que no pudiesen pactar nunca con la derecha nacional para que la Ley electoral (instrumento clave a reformar) se encargase de imposibilitar su acceso al Gobierno al no tener aliados con la suficiente fuerza, a diferencia del PSOE, que podría montar una alianza de izquierdas y nacionalista, con el pegamento de la hispanofobia.

Diez años después, el proceso ha ido más rápido de lo esperado gracias al factor Sánchez, que no ha querido esperar a recoger los frutos de la labor de ese Chernóbil político que es Zapatero, sin el que no hubiese existido Podemos, el poder de Sánchez. Ahora hablan de sanchismo, antes de zapaterismo, pero nunca del PSOE. Curioso.

El proceso de Zapatero rehabilitó el proyecto de ETA, el más importante contra la nación y la democracia española, y garantizó su viabilidad al adaptar los métodos a las necesidades. Hoy es imprescindible acabar con las causas que llevaron a la fanatización y no limitarse a condenar y reconocer el dolor de las consecuencias de 40 años de terrorismo.

Lo único poético de este erial moral es que el PNV, rescatador de ETA en Estella, tras el ostracismo al que la sociedad la condenó por el asesinato de Miguel Ángel Blanco, y proveedor del marco nacionalista protector de Bildu, como si sus muchachos militasen allí, es el primer damnificado de su propia política. Puede perder el Gobierno ante un Bildu falsamente rehabilitado apoyado por el PSOE. El problema es que el PNV no puede zafarse de la trampa que él mismo ha construido. No tiene elección, pues el estercolero nacionalista que ha creado durante 40 años aboca de forma irremediable a que el mundo proetarra ocupe las instituciones. En definitiva, ellos mataron porque creyeron las mentiras de sus padres, como dijo Juaristi.