ABC 18/01/17
JOSÉ MARÍA CARRASCAL
· Hay españoles, lo serán mientras tengan esa nacionalidad, que se sienten superiores al resto
PENSAR que la conferencia de presidentes autonómicos iba a solucionar el problema territorial de España sería no ya de ingenuos, sino de ilusos. Un cínico diría que con que no terminaran a bofetadas deberíamos considerarnos afortunados, tal es la magnitud del mismo. Estamos ante el problema español número uno, antes incluso que el «pan y escuela» de Joaquín Costa, resuelto a medias, que es como acostumbramos a resolverlos. Tras el esfuerzo titánico de los Reyes Católicos para engarzar los reinos cristianos y los de taifas musulmanes, los Austrias apenas le prestaron atención, volcados en los dos imperios, y los Borbones, imitando el centralismo francés, no anduvieron finos y hubo que esperar a que la Transición buscara la forma de acoplar unidad y diversidad para resolverlo, sin haberlo logrado todavía, como estamos viendo. Así que con que la conferencia quedase en símbolo de esa España plural y unida que establece la Constitución nos daríamos por contentos. Si, encima, se aproximan a un acuerdo sobre la financiación autonómica, miel sobre hojuelas.
Hubo, sin embargo, dos ausencias clamorosas. Las de los presidentes de Cataluña y el País Vasco. ¿Miedo a Madrid? ¿Rechazo al actual Gobierno? No. Puigdemont va a verse con Rajoy próximamente y Urkullu lo hace con cierta frecuencia. Lo que uno y otro querían dejar en evidencia era que se consideran no ya distintos, sino superiores a los demás, que es la forma suma de desprecio. Si se ven con el presidente del Gobierno, es a solas, bilateralmente, de «tú a tú» como gusta decir Urkullu. Ese es el fondo del problema territorial, la esencia del nacionalismo identitario y quintaesencia de su egoísmo. Hay españoles, pues lo serán mientras tengan esa nacionalidad, que se sienten superiores al resto, actitud bien poco democrática, ya que la democracia es, sobre todo y ante todo, igualdad de todos los ciudadanos. Es lo que impide hablar, negociar con ellos. Desde su superioridad, exigen ya de entrada que se les dé cuanto piden: la facultad de independizarse. Eso no es una negociación, es una rendición.
De ello hemos tenido bastante culpa el resto de los españoles, al reconocerles rasgos y privilegios incompatibles con el moderno Estado de Derecho. Comenzando por el apelativo de histórico, cuando historia tiene tanta o más cualquier otro rincón de España. Luego, concediéndoles prerrogativas fiscales más propias de la Edad Media que de la actualidad. Por último, tolerando su política de aniquilación de cuanto suena a español en su territorio, empezando por la lengua y terminando por los símbolos nacionales.
Incluso el Gobierno Rajoy sigue en ello, con la vicepresidenta abriendo oficina en Barcelona y visitando asiduamente Vitoria. ¿Intenta convencerles de que vuelvan al redil (afán, como se ha demostrado, inútil), o para cargarse de razones si un día deciden ponerse en marcha hacia la independencia y tiene que aplicar las medidas legales pertinentes, tras demostrar que ha hecho todo lo posible para evitarlo? No lo sé, pero estamos jugando con fuego. Todos.