Isidoro Tapia-El Confidencial
- El mismo que se negaba a apoyar la investidura en 2016 porque los “escaños socialistas estaban manchados de cal viva” se muestra incómodo porque algunos de sus socios recuperen el GAL
Hay otro titular que dejó Varoufakis durante su visita que merece atención, y fue su ataque a Pablo Iglesias («Podemos ha fracasado, se ha convertido en irrelevante»). Y es que el devenir de la presente legislatura, en mi opinión, no dependerá ni del grado de condicionalidad del apoyo europeo a la reconstrucción económica, ni del apoyo de Ciudadanos o ERC a los Presupuestos. La clave de bóveda estará en si Pablo Iglesias es capaz de mantener el control de su propia formación. Será en Podemos donde empiecen a tensarse las costuras del Gobierno de coalición, mucho antes que entre los socialistas.
En cierto modo, el viaje a la ‘realpolitik’ de Pablo Iglesias ha sido tan vertiginoso que ha pasado desapercibido. El mismo dirigente que se negaba a apoyar la investidura de Pedro Sánchez en 2016 porque los “escaños socialistas estaban manchados de cal viva”, se muestra ahora incómodo porque algunos de sus socios recuperen el GAL en la contienda política. En uno de los momentos más delicados para la monarquía, tras las revelaciones sobre el patrimonio del Rey emérito, Iglesias ha moderado su ‘republicanismo’, midiendo milimétricamente la respuesta de su formación. Pareciera que, después del tortuoso alumbramiento del Gobierno de coalición entre socialistas y morados, cualquier postulado es susceptible del sacrificio frente al objetivo principal de preservar el propio Gobierno.
Iglesias, como es lógico, defiende que la participación de Podemos en el Gobierno está mereciendo la pena. Que ha permitido constituir un ‘escudo social’ frente a la crisis, pero también esto es matizable. La protección vía ERTE se ha utilizado en casi todos los países de nuestro entorno, y de hecho en la mayoría de ellos con bastante más generosidad que en España (en Alemania, por ejemplo, la protección se extiende hasta final del año, mientras en nuestro país todavía no se ha acordado su extensión más allá del 30 de junio, incluso para los sectores más afectados, como el turismo).
Iglesias defiende que la participación de Podemos en el Gobierno ha permitido constituir un ‘escudo social’ frente a la crisis, pero esto es matizable
Ciertamente, también se ha aprobado un ingreso mínimo vital (IMV), pero tanto el perfil del ministro Escrivá, encargado de los detalles, como el hecho de que el IMV concitase la práctica unanimidad parlamentaria (incluido el voto favorable de PP y Ciudadanos) sugieren que o bien Podemos ha convencido al resto de las formaciones de la bondad de sus propuestas en un tiempo récord, o bien el IMV que se ha aprobado es en realidad un instrumento mixto entre lo que defendía Podemos y otras figuras, como el complemento salarial que proponía Ciudadanos (para los todavía escépticos, que se pregunten si muchos IMV tienen un primer tramo creciente según el nivel de renta, según adelantó Escrivá en su comparecencia parlamentaria).
Con un cierto grado de cinismo, podría decirse que Iglesias ha conseguido llevar Podemos al Gobierno (“Sí, se puede”), pero que su labor hasta ahora ha sido más literaria que política: el “complemento salarial” de Garicano ahora se llama “renta mínima”. Los ERTE, que serían inviables sin la reforma laboral de Guindos, ahora se llaman “escudo social”. No hace falta arriesgar demasiado para aventurar que los “Presupuestos de Montoro” pueden convertirse también en los de la “justicia social” y la “recuperación inclusiva”, a poco que el Gobierno actual tenga dificultades para aprobar unas nuevas cuentas.
Para ser justos, es probable que la participación de Podemos en el Gobierno haya acelerado la adopción de algunas de estas medidas, y ha inspirado otras, como la subida del salario mínimo —asunto distinto es si esta subida era la adecuada, especialmente en el contexto económico actual—. Y hay una verdad que me atrevería a calificar de incontrovertible: del viaje a la ‘realpolitik’ de Pablo Iglesias nos hemos beneficiado todos los españoles. Puede discutirse si con un Gobierno de color distinto, presidido por ejemplo por Pablo Casado, la gestión de la crisis hubiese sido mejor o peor. Lo que, en cambio, parece poco discutible, es que el resultado hubiese sido mucho peor si Podemos, en lugar de estar en el Gobierno, hubiese estado en la oposición. No tanto por lo que haga ahora sino por lo que hubiese hecho entonces.
La dificultad estriba en que Podemos es una formación cuya vida interna tiene una naturaleza volcánica, y está poco acostumbrada a viajes tan rápidos. Al contrario que el PSOE, que se ha convertido en una inerme balsa, Podemos entra fácilmente en combustión, incluso donde gobierna. Basta mirar, por ejemplo, al Gobierno municipal de Cádiz, una de las capitales de provincia donde los morados obtuvieron un mejor resultado en las pasadas elecciones municipales, y donde ahora las cuitas internas amenazan al Gobierno local.
La dificultad estriba en que UP es una formación cuya vida interna tiene una naturaleza volcánica, y está poco acostumbrada a viajes tan rápidos
Iglesias podrá resistir unos meses llamando al pan vino y al vino pan, pero antes o después —seguramente, más pronto de lo que pensamos— las costuras dentro de su formación empezarán a estirarse. Algunos de sus correligionarios se preguntarán si merecía le pena recorrer este camino para hacer a Calviño presidenta del Eurogrupo. O para aplicar las mismas políticas que hubiesen aplicado otros en su lugar. Alguien se hará la pregunta, legítima, de si todo el sacrificio ideológico de Podemos, si todos los principios que se han quedado como jirones por el camino (sobre la monarquía, el GAL, las cloacas, la casta e incluso la corrupción) no se han sacrificado en el altar de un trofeo personalísimo, el de convertir en ministros a sus principales dirigentes.
Y cuando note el primer empuje de esa corriente interna, Iglesias, que, como escribía Víctor Lapuente hace unos días, es el menos valiente de nuestros principales dirigentes políticos, rápidamente llegará a la conclusión de que su supervivencia política pasa por apearse del Gobierno de coalición. Es posible que el actual Gobierno no llegue a 2023, pero no será porque Sánchez no quiera hacerlo, sino más bien porque flaquee su compañero de viaje, aquel que, como bien anticipó, estaba destinado a quitarle el sueño.