TONIA ETXARRI, EL CORREO 23/12/13
· La sociedad vasca está más dividida en la calle que en el Parlamento frente a una hipotética independencia.
Ni Escocia ni Cataluña. No hace falta que nuestros representantes se fijen en otros procesos de consultas soberanistas para echar a andar en su propio proceso, derivado de una experiencia traumática que ya dividió a los ciudadanos vascos en 2008, sin necesidad de que se pronunciaran en las urnas sobre una imaginaria independencia de Euskadi. No es preciso utilizar otras referencias externas salvo que se quiera ganar tiempo y el camino se convierta en un fin en sí mismo, como el ‘viaje a Ítaca’. Decía Kavafis, en su poema, que había que «llegar allí, ese es tu destino/más no hagas con prisa tu camino/mejor será que dure muchos años/y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla». Y en ese empeño se ha embarcado el lehendakari Urkullu, urgido por la izquierda abertzale a emular el proceso catalán, pero amarrado a la necesidad de no volver a incurrir en los errores cometidos por sus antecesores.
Con la proposición no de ley para la creación de la ponencia sobre el nuevo estatus, el debate sobre la soberanía vasca tendrá un largo recorrido durante lo que queda de legislatura. Vamos a volver a ver desfiles de expertos que nos contarán las ventajas e inconvenientes del Estatuto de Gernika que ya tan pocos partidos vascos defienden. La experiencia parlamentaria ha dejado sobre los anales de la Historia una máxima en tono irónico para poner en cuestión la poca utilidad de las comisiones a la hora de clarificar las cosas. «Si no quieres resolver un problema, crea una comisión», reza el dicho popular para anotar el escepticismo generalizado sobre ese tipo de iniciativas que, por regla general, sólo han servido para plantear un pulso al tiempo.
Pero al lehendakari Urkullu, que huye de las estridencias y le incomoda que, desde otras bancadas, se le llame independentista en sede parlamentaria, le conviene el viaje lento. Aunque nunca llegue a Ítaca. De ahí que dirija su catalejo hacia Escocia, a pesar de las notables diferencias con el país de Reino Unido, o hacia Cataluña, de cuyo gobierno tiene poco que aprender porque su presidente se está dedicando a seguir, precisamente, el sendero frustrado de Ibarretxe. Que llevó el acuerdo sobre su plan de nuevo estatus, aprobado en el Parlamento vasco, al Congreso de los Diputados y la soberanía popular, que reside en las Cortes Generales, le dio calabazas.
Tres años después logró que la Cámara vasca aprobara una ley de consulta. Pero el Gobierno de Zapatero se la impugnó ante el Tribunal Constitucional. Y la sentencia falló contra su iniciativa por considerar que «invadía competencias del Estado». Artur Mas sigue ese camino: primero, al Congreso; luego, su ley de consulta. Falta saber si también emulará a Ibarretxe en el tercer tiempo del partido convocando elecciones anticipadas con «carácter plebiscitario».
Poco le aporta ese recorrido a Urkullu, salvo que el presidente de la Generalitat quiera añadir un plus al sendero frustrado de Ibarretxe dando a sus elecciones algún toque folklórico para acercarse lo más posible a un referéndum y contentar, así, las exigencias de los nacionalistas más radicales, que empiezan a mostrarse más que hartos de las argucias conceptuales de quienes muestran complejos a la hora de plantear directamente la independencia. Del caso de Escocia tampoco se pueden extraer paralelismos porque el reino de Escocia fue un Estado independiente hasta 1707, cuando se firmó el acta de Unión con Inglaterra para crear el reino de Gran Bretaña. Ni Cataluña ni Euskadi fueron independientes; por lo tanto, la secesión en ningún caso supondría recuperar un Estado anterior que alguna vez fue arrebatado.
Pero al lehendakari le interesa entretener a sus señorías con juegos de artificio. La ronda, la ponencia, el desfile de expertos, el contraste de diagnósticos. Y dos huevos duros. Y va pasando la legislatura mientras se trabaja un escenario de negociación en el que una reforma de la Constitución sea más factible con un gobierno que no disfrute ya de una mayoría absoluta, como la que tiene ahora Mariano Rajoy. Tan sólo ese escenario, el de un nuevo Ejecutivo después de las elecciones legislativas de 2015, es el que de verdad le interesa observar al PNV porque sabe que, en la próxima legislatura, el nuevo Gobierno en España no tendrá nada que ver con el actual, aunque resultara elegido el mismo Partido Popular. Urkullu no quiere recordarnos a Ibarretxe ni parecerse a Más. Pero, por mucho que diga que la tormenta en Cataluña no le condiciona, la deriva soberanista catalana le está obligando a enseñar las cartas.
Los sondeos de opinión le siguen recordando que la sociedad vasca está más dividida en la calle que en el Parlamento frente a una hipotética independencia. El Euskobarómetro de la universidad, que dirige Francisco Llera, deja un 37% frente a un 33% a favor de la independencia en una hipotética consulta. Un balance que retrocedería entre un 3% y un 4% ante la inevitable salida de Euskadi de la Unión Europea si esa declaración se efectuase.
Y la radiografía que el lehendakari Urkullu tiene sobre la mesa es que la sociedad vasca sigue divida entre un 46% de ciudadanos nacionalistas y un 50 % que se declaran no nacionalistas. Ante esta situación, en lugar de perder tanto tiempo en el viaje hacia Ítaca, el lehendakari quizá tendría que seguir centrado en liderar una salida a la crisis y en gestionar el relato veraz y justo sobre el fin de la violencia.
TONIA ETXARRI, EL CORREO 23/12/13