La inmigración es una cuestión mucho más importante que la financiación singular de Cataluña. Si se confirman las cifras, el país -cualquier país- sería totalmente distinto en 2050
El Partido Popular ha vuelto de vacaciones y se encuentra con que Pedro Sánchez de repente es de ultraderecha. Y ahora qué hacemos, deben de estar pensando. Una duda hamletiana recorre Génova: decimos que Sánchez es un poco Vox o aceptamos que nosotros también lo somos. Ésa es la única cuestión importante.
No hace falta ser adivino para saber qué camino escogerá la oposición. Siempre lo contrario de lo que defienda Vox. Pueden vivir cómodamente compartiendo posiciones con el PSOE, pero jamás podrían tolerar encontrarse en el camino con el partido de Abascal. Ésta ha sido la triste historia de los populares desde que los verdes comenzaron a ganar relevancia en la arena política española, tanto con Casado como ahora con Feijóo. Descartada la opción de ser derecha conservadora, su mayor aspiración es convertirse en el PSOE bueno, o al menos rescatarlo para poder hacerle una oposición tranquila, sin sobresaltos, una oposición responsable y de Estado. Algo que ahora no pueden hacer. Tan intensamente hacen oposición que anunciaron hace unos días nada menos que un manifiesto de sus barones contra la financiación singular de Cataluña.
La financiación singular de Cataluña no será más singular que la del País Vasco y Navarra, pero para el PP éstas no cuentan, éstas bien, porque a diferencia de la catalana, la financiación de Navarra y País Vasco “es constitucional”
“Nos fuimos de vacaciones con una España constitucional y empezamos el curso con una España multinivel”, decía hace un par de semanas Elías Bendodo, responsable de política autonómica y análisis electoral en el partido. El criterio coherente en el PP no existe, y es posible que por alguna maldición desconocida ya no pueda existir. O sea que hasta julio vivíamos en una España constitucional. Han hablado de Sánchez como un autócrata, de España como una dictadura en ciernes, de un país secuestrado, de un Gobierno entregado a la destrucción de la separación de poderes… pero se fueron de vacaciones y todavía estaba todo impoluto. Más aún: la España multinivel no existía hasta ahora. La financiación singular de Cataluña no será más singular que la del País Vasco y Navarra, pero para el PP éstas no cuentan, éstas bien, porque a diferencia de la catalana, la financiación de Navarra y País Vasco “es constitucional”. Y eso es lo único que importa. Nunca es el fondo del asunto.
Sánchez, mientras tanto, sigue a lo suyo. Antes de nada hay que decir que no es verdad que haya prometido regularizar a 250.000 inmigrantes de Mauritania, tal y como se ha publicado. En su comparecencia defendió que la inmigración es necesaria y anunció acuerdos con el país africano, pero no dio cifras. La cifra probablemente vino de otra declaración, la de la ministra del ramo, Elma Saiz. Habló, al parecer, de 250.000 inmigrantes, pero hay dos matices. No se ceñía a Mauritania, y no era una cifra final; se refería a 250.000 al año.
Volvemos al dato que comentábamos la semana pasada, que está dando mucho que hablar aunque de manera superficial. Según los cálculos del Banco de España y del INE, para que en 2050 el sistema de pensiones pueda seguir siendo la trampa sostenible que es ahora harían falta 37 millones de trabajadores extranjeros. Convivirían con 18 millones de trabajadores españoles y poco menos de 15 millones de pensionistas. La cifra de inmigrantes trabajando en España sería superior no sólo a la cifra de españoles trabajando en España, sino a la cifra de pensionistas y trabajadores nacionales. Algo así como 37 frente a 33. Y en estas cifras no entrarían los inmigrantes en situación irregular.
Por eso muchos se sorprendían el jueves con las extrañas palabras de Sánchez. Pilló a todos con el pie cambiado. No prometió 250.000 regularizaciones de trabajadores mauritanos, pero en cambio sí habló de expulsiones de inmigrantes irregulares
A largo plazo, la inmigración es una cuestión mucho más importante que la financiación singular de Cataluña. Si se confirman las cifras, el país -cualquier país- sería totalmente distinto en 2050. Y parece que no habrá ninguna alternativa. La inmigración, tal y como se está planteando, no es un fenómeno que hay que manejar con prudencia, sino un mercado para conseguir mano de obra barata. Una oportunidad de negocio con beneficios rápidos, constantes y elevados para empresas que operan en la legalidad, en la alegalidad y en la ilegalidad. Las consecuencias ni se contemplan, y tantos incentivos operando al mismo tiempo acaban creando un relato justificador. En los boletines del Progreso aparecen periódica y puntualmente dos tipos de noticias relacionadas. Por una parte, los informes sobre la necesidad de incorporar trabajadores foráneos -por alguna razón siempre de países africanos- debido a la baja natalidad de los españoles. Por otra, reportajes con declaraciones sobre lo bien que se vive sin hijos, el suplicio que supone tener hijos, la liberación que supone para una mujer decidir que no tendrá hijos. Esto es lo que viene, lo que se está construyendo.
Por eso muchos se sorprendían el jueves con las extrañas palabras de Sánchez. Pilló a todos con el pie cambiado. No prometió 250.000 regularizaciones de trabajadores mauritanos, pero en cambio sí habló de expulsiones de inmigrantes irregulares. Sin emplear la palabra “expulsiones”, claro; eso es lo que hace la ultraderecha. Él usó una palabra menos cargada: “retorno”. La portada de El País lo recogía con exquisita delicadeza:
“El PP radicaliza su discurso y plantea deportaciones masivas de inmigrantes. Sánchez ve imprescindible devolver a quienes lleguen irregularmente”.
Sánchez ha defendido que la inmigración debe ser legal, no que deba reducirse. La inmigración, como ha recordado, no es un problema. Es una necesidad
El viraje en la cuestión de la inmigración es algo que se sabía que iba a producirse. Al menos en el discurso. Cualquier país con dirigentes más o menos responsables acaban dándose cuenta de que los mensajes de Mr. Wonderful, el “corazón así de ancho” para que vengan todos los que quieran, tiene consecuencias evidentes y justificaciones difíciles. De ahí las palabras de Justin Trudeau: “Estamos reduciendo el número de trabajadores extranjeros temporales con salarios bajos en Canadá. El mercado laboral ha cambiado. Ahora es el momento de que nuestras empresas inviertan en los trabajadores canadienses y en nuestros jóvenes”. El mensaje de Sánchez parece lo mismo, pero no lo es. Es una simple declaración de intenciones. Sánchez ha defendido que la inmigración debe ser legal, no que deba reducirse. La inmigración, como ha recordado, no es un problema. Es una necesidad. 250.000 inmigrantes al año, 37 millones para 2050.
En cualquier caso, España ha vuelto de vacaciones y el Gobierno de progreso parece otro. Sánchez prometiendo expulsiones de inmigrantes irregulares. Más Madrid en una manifestación contra la okupación. No tardaremos en ver al entorno de la oposición moderada acusando al Gobierno de haber cedido a las presiones de la ultraderecha.