Ignacio Camacho-ABC
- El desenlace de una legislatura nacida de un chantaje sólo puede surgir de una desavenencia sobre el rescate
Ante las ‘performances’ de Puigdemont y sus lloriqueos de amante (de conveniencia) despechado conviene levantar la mirada, alejar el foco para disponer de una perspectiva más amplia. Hace falta tomar cierta distancia para recordar el hecho esencial subyacente a toda esta secuencia de imposturas tácticas: la anomalía de que la gobernabilidad de España descanse –es un decir– sobre el principal responsable de la sedición catalana. El resto, este juego de amagos y amenazas, rompo y no rompo, me voy pero me quedo, pertenece al ámbito triste de la extorsión parlamentaria y, en todo caso, a las cuitas internas de un partido arrastrado a una posición cada vez más desubicada por su pésimo análisis de las circunstancias.
El problema verdadero no consiste sólo en que Sánchez intercambiara su investidura por la concesión de la amnistía a un prófugo sobre el que pesa una orden de detención del Tribunal Supremo. Es que además se humilló aceptando una negociación bilateral en un país extranjero; aceptó la supervisión de un pintoresco mediador salvadoreño; avaló la firma de unos ignominiosos acuerdos que permanecen en buena medida secretos –a ver si ahora la contraparte, en su denuncia de incumplimiento, los publica para permitir que los españoles sepamos hasta dónde se ha podido degradar nuestro Gobierno– y continúa enviando a Zapatero a prometerle al delincuente huido no se sabe qué clase de nuevos privilegios.
El resumen es que este mandato se asienta, mal que bien, sobre una malversación del poder del Estado, en cuyo nombre se ha suscrito un compromiso ilegítimo. Y a partir de ahí, de ese vicio de origen, resulta posible cualquier desvarío institucional o político. Una ‘ruptura’ de Junts sin moción de censura carecerá de alcance real porque el presidente ha cumplido su único objetivo, que era el de salir reelegido. Las derrotas legislativas las tiene descontadas, presupuestos incluidos, pero ya anunció que la pérdida de la mayoría no le va a impedir mantenerse al frente del Ejecutivo. Si no respeta los mecanismos de la democracia cómo le van a importar los pellizcos de un socio incapaz de superarlo en cinismo.
Lo dramático y lo amargo de la situación es que sea cual sea su desenlace surgirá de un pulso entre truhanes. No puede ser de otro modo en una legislatura nacida de un chantaje. En el más radical de los supuestos, que es también el más improbable, la justicia poética tendría que surgir de una sucesión de deslealtades, lo que de por sí supone un preocupante fracaso de los principios morales. Pisoteado el ordenamiento jurídico, revocados los veredictos de la justicia y blanqueados los golpistas con subterfugios constitucionales, no parece apropiado ilusionarse con devolver las aguas a su cauce por métodos poco regulares. Entre otras razones porque existen muchas posibilidades de que quien con tramposos se acueste, engañado se levante.