Ignacio Camacho-ABC
- Los veteranos socialistas demuestran más pensamiento estratégico que este Sánchez sobrepasado por los acontecimientos
En plena crisis económica y social, con el transporte colapsado por la huelga y esos piquetes violentos que meses atrás despenalizó este Gobierno, el PSOE ha echado mano del fondo de armario para sacar de paseo el Viejo Testamento. Aparece Borrell investido de aires churchillianos como responsable diplomático europeo y Javier Solana, 79 años, emerge de su retiro discreto para demostrar que sigue teniendo visión de largo alcance y profundidad de criterio. Hasta García Vargas, uno de los ministros de Defensa mejor valorados en el Ejército, ha firmado en ABC una Tercera cargada de sensato enfoque estratégico. Y González acaba de cumplir los ochenta dando muestras de aplomo y claridad de conceptos. Sí, existen todavía algunos socialistas solventes y serios.
La lástima es que no sólo no forman parte del Gabinete que tiene que sacar al país del aprieto sino que los que han de hacerlo tampoco escuchan sus consejos y se limitan a pedirles que salgan de su prudente silencio para arropar de lejos a un presidente sobrepasado por la gravedad de los acontecimientos. El mismo que ha convertido el partido en un páramo de populismo deshabitado de responsabilidad y de talento, yermo de ideas, de inteligencia colectiva y de crédito. Un aparato de activismo al servicio de un modelo personalista cuyo único proyecto consiste en disputarle a Podemos el espacio de una izquierda identitaria referenciada en tres o cuatro lemas de progresismo hueco, narcisista, ineficiente, chapucero.
Es cierto que en política la lucidez de los dirigentes suele resultar inversamente proporcional a su cercanía al poder ejecutivo. Mientras más apartados están de los centros de decisión más perspicaces son sus análisis y más atinado su raciocinio. Pero como la autonomía de pensamiento conduce a un indefectible desapego crítico sus opiniones y avisos acaban desoídos por los mandatarios en ejercicio y el caudal de experiencia rara vez surte efectos positivos. Menos aún en un estilo de liderazgo adanista como el de Sánchez, caracterizado por la alta valoración de sí mismo, incompatible con alguna clase de humildad o simple sentido del equilibrio. Todas las voces que se han alzado con la honesta intención de ayudarlo le recomiendan moderación institucional, tacto, madurez pragmática y acuerdos de Estado: un cambio de alianzas, en suma, que supone un volantazo a su deriva de enfrentamiento sistemático. Cualquier ex gobernante sabe que los actuales socios parlamentarios constituyen una garantía de fracaso para una nación comprometida con el pacto atlántico y que un conflicto de máxima tensión global no puede abordarse ni fuera ni dentro con esos respaldos. Ni caso: el presidente ha puesto en manos de una banda de radicales la suerte del mandato y ya no va a cambiar porque se lo digan unos próceres veteranos. De ellos sólo le interesa el aval de un respeto prestado.