GUY SORMAN – ABC – 11/07/16
· «El pensamiento único no es una búsqueda de la verdad, sino una afirmación del poder intelectual y del monopolio de la interpretación por parte de una élite globalizada que se declara contraria a la globalización»
· Aportaciones: «Puede que Bill Gates sea el hombre más rico de la historia, pero por lo menos ha creado algo de uso cotidiano, como el programa Windows»
¿Han observado hasta qué punto, en un momento dado, todos los medios de comunicación, todos los cronistas y todos los políticos piensan y dicen lo mismo, se interesan por los mismos acontecimientos y ofrecen la misma explicación? Llamemos a este fenómeno «mimetismo universal». El pensamiento único se propaga como un virus en el ambiente y, evidentemente, las redes sociales lo aceleran. Si tratan de atraer la atención sobre otros acontecimientos menos mediáticos o menos convencionales, o de proponer explicaciones opuestas sobre hechos dominantes –como el calentamiento climático, el aumento de las desigualdades o el auge de los nacionalismos– les menospreciarán o les ignorarán. Si están inmunizados contra este virus, serán unos parias; para que les dejen en paz, es mejor coger el virus como todo el mundo.
Estamos muy alejados, en nuestro universo globalizado, del consejo que en 1680 daba la marquesa de Sévigné a su hija en una carta: «Piense acertadamente o piense equivocadamente, ¡pero piense por usted misma!». La marquesa de Sévigné sigue siendo un personaje ilustre en los anales de la literatura francesa, pero este consejo a su hija se ha olvidado.
¿No será el hecho de no pensar como todo el mundo también una enfermedad del espíritu, otro virus calificado a menudo de «espíritu de contradicción»? Los ingleses tienen incluso un término para designarlo: contrarian [en español, inconformista]. Puede ser, pero la contradicción es necesaria para la búsqueda de la verdad. «Lo que es verdad –escribía Karl Popper, el filósofo de las ciencias– es lo que se puede demostrar que es falso». En términos sencillos eso quiere decir que el conocimiento solo surge tras desmontar las hipótesis dominantes, a duras penas. Es lo que pone de manifiesto el «Y sin embargo se mueve» de Galileo.
Abandonemos el razonamiento abstracto para identificar en nuestra época algunos brotes febriles del pensamiento único. Se oye, por ejemplo, que en todas partes surgen nacionalismos como reacción frente a la globalización, y que se vuelve a la tribu. De hecho, para demostrar lo anterior, se comparan unos fenómenos políticos diferentes en civilizaciones distintas y que obedecen a diversas causas. ¿Trump, Marine Le Pen y Xi Jinping están en la misma lucha? Me parece que habría que volver a situar a cada uno en su contexto, en vez de ver en ello un destino común.
También convendría situar en la historia este supuesto auge convergente de los nacionalismos: acabamos de salir de un mundo en el que solo existían los nacionalismos y los tribalismos, mientras que la singularidad de nuestra época es que, por primera vez, la globalización, realmente universal, coexiste con dificultad con el tribalismo por lo novedoso que resulta este hecho. Asimismo, y cuando «todo el mundo» nos calienta la cabeza con el aumento de la intolerancia, yo señalaba recientemente en esta crónica semanal que la elección de un alcalde musulmán en Londres y de un alcalde cristiano en Yakarta era más sorprendente y significativa que el «regreso» de la xenofobia; la xenofobia ha existido en todas las épocas, mientras que estas dos elecciones solo son de nuestros tiempos.
Otro ejemplo es el del incremento de las desigualdades, la tesis de que el 1 por ciento de los superricos explotan al 99 por ciento restante. Ahí se confunde la visibilidad con la realidad. Puede que Bill Gates sea el hombre más rico de la historia, pero por lo menos ha creado algo, de uso cotidiano, como el programa Windows, mientras que los superricos del pasado, los marajás de India o los sultanes de Estambul, no crearon nada. El hecho de que «todo el mundo» cuestione al 1 por ciento es una reliquia del marxismo vulgar que atribuye las desgracias de unos a la explotación del Otro. No se ha demostrado que las desigualdades amenacen al crecimiento, como repite en el Fondo Monetario Internacional Christine Lagarde, un loro universal, y me parece absurdo en un momento en el que surge una clase media universal. Puede que las diferencias entre las personas aumenten aquí y allá, pero las diferencias entre los pueblos disminuyen.
Terminaremos, aunque podríamos continuar indefinidamente, con el cambio climático como pensamiento único. No niego el cambio climático porque el clima, por definición, es algo que cambia. No niego el calentamiento porque es medible. Pero el pensamiento único da a entender que la única causa del calentamiento es la emisión de dióxido de carbono, es decir, la industrialización, es decir, el capitalismo, lo que todavía está por demostrar. También está todavía por demostrar que los gobiernos puedan actuar frente a esta tendencia secular, sin duda cíclica, al calentamiento. Está claro que a los políticos que pretenden reafirmar su legitimidad les conviene que se crea eso, y el pensamiento único es su relé.
El pensamiento único no es una búsqueda de la verdad, sino una afirmación del poder intelectual y del monopolio de la interpretación por parte de una élite globalizada que, por otra parte, actualmente se declara contraria a la globalización. «Todo el mundo pretende buscar la verdad –decía el filósofo Isaiah Berlin–, pero si se descubriese, quizás no resultaría interesante». Busquémosla de todas maneras.
GUY SORMAN – ABC – 11/07/16