Ignacio Camacho, ABC, 17/8/12
Poco determinados al sacrificio, los etarras han revelado con su simulacro de ayuno la escasa cohesión del frente carcelario
NUNCA han sido los etarras gente caracterizada por la resistencia al sufrimiento. Al menos al propio; el ajeno bien lo han sabido administrar a base de bombazos y tiros en la nuca con solvencia de matarifes. Cuando les toca encajar, empero, se muestran medrosos e hipersusceptibles; se asustan en las detenciones, se derrumban en los interrogatorios y llevan mal los avatares de la vida carcelaria. Por no hablar de que jamás han extremado su fanatismo por la causa al punto de inmolarse en un atentado suicida; estos tipos de apariencia tan dura nunca han cometido un crimen sin garantizarse óptimas condiciones de retirada. No iban a construir la independencia para luego no poder disfrutarla.
Con este espíritu tan poco combativo fuera de su hábitat natural del ataque a traición era lógico que fracasara una iniciativa disciplinaria como la huelga de hambre, que requiere elevadas dosis de determinación anímica. La consigna de ayunar en apoyo del moribundo carcelero de Ortega Lara ha resultado más publicitaria que efectiva y ha caído en saco roto por escasa disposición al sacrificio. Primero hubo reticencias más que notables entre la población reclusa convocada, y luego una patente falta de cohesión a la hora de renunciar al rancho penitenciario. Han bastado unos cuantos registros de celdas para revelar que los presuntos huelguistas escondían bajo los colchones munición de boca para consumir a escondidas; el compromiso de solidaridad con el colega enfermo no alcanzaba más allá de un leve y forzoso simulacro de dieta. La intentona de movilización urdida por la dirección de la banda para fortalecer la presión política ha resultado un fiasco notable; quizá los presos empiecen a sentir el agravio de verse entre rejas mientras sus compañeros de causa disfrutan de la confortable vida de cargos institucionales. Debe de ser duro obedecer la orden de ponerse a régimen cuando los que la dan salen todos los días en la tele comiendo chistorras y tomando potes en ágapes gastronómicos de fiestas populares.
Por mucha propaganda que rodee el asunto, este episodio deja la evidencia de que el famoso
frentedemakos se encuentra bastante debilitado y que en el interior de las prisiones los etarras andan más pendientes de su suerte individual que de las estrategias de su siniestra organización. La legalización de Batasuna es una indignidad moral y traerá consecuencias políticas indeseables pero también ha provocado un reblandecimiento del ya por sí pusilánime estado de la ETA encarcelada, cuyos miembros tal vez se vean a sí mismos como paganos del jolgorio en el que viven sus compañeros recién instalados en la nomenclatura pública. Y si recuperan sus ganas de luchar no tienen más que cumplir una estricta huelga de hambre para demostrarlo; no parece que la sociedad española, ni siquiera la vasca, vaya a mostrarse especialmente conmovida por tan heroica renuncia.
Ignacio Camacho, ABC, 17/8/12