Manuel Marín-Vozpópuli
- Otra juventud toma las riendas y se ha derechizado. Sin complejos, de forma extremista y sin concesiones. No transigen, no debaten y son inflexibles
El nuevo votante de 2027 tiene ahora 16 años. ¿Sabemos qué pasa por la cabeza de un chaval de esa edad? Lo tenemos clasificado como un inmaduro, individualista, un friki digital, un obseso del teléfono móvil y un neurótico de las redes. Creemos que es un tipo con dificultades para relacionarse si no es a través de una pantalla. Los hemos etiquetado por pura observación, pero nunca les preguntamos qué piensan. Vemos qué hacen, cómo andan, cómo visten, pero desconocemos en qué creen. En 2018, año en el que Pedro Sánchez ganó la moción de censura al Gobierno del PP, la televisión hervía con el éxito de ‘La Casa de Papel’. El videojuego de moda era el Fortnite y CTangana empezaba a pensar en “Demasiadas mujeres” con las cornetas de la marcha ‘El Amor’ en una simbiosis musical tan inédita como deliciosa. Uno de cada tres jóvenes hasta los 25 años ya llevaba tatuajes, compraba vapeadores con sabor a plátano, arrasaba el Iphone XS, y empezó a proliferar ese adefesio endémico del degradado de pelo. Hoy ya todos parecen un suplente del Rayo Majadahonda. Y con esas nacieron al espabile patrio esos votantes de 2027.
Padecen el síndrome de la nevera llena, no piensan ni por asomo que su vida puede amputarse por una guerra, conviven con la idea de que todo a su alrededor está tan asentado como su dormitorio paterno hasta los treinta, y les han dicho en el colegio que para qué van a leer si en una tablet tienen todo el conocimiento abarcable. Vozpópuli ofrecía ayer una encuesta con intención de voto que, más allá de ser una tendencia sin una previsión electoral cercana, viene a consolidar la teoría de un notable ‘pendulazo’ ideológico en España. Del ‘Pacto del Botellín’ entre las ‘quechua’ podemitas de Sol, a acordarse de la madre de Sánchez en cada evento veraniego. Así es el drástico cambio que la lógica de la moderación no ha sabido contener en los últimos quince años en España. Muchos de aquel ‘no hay pan para tanto chorizo’ se han descolgado decepcionados. Tienen treinta y tantos ya, les prometieron asaltar los cielos y ahora están solicitando plaza en colegios privados. No dejan de ser de izquierdas… pero se hartan de la chasca corrupta, el puterío y la mentira. Otra juventud toma las riendas y se ha derechizado. Sin complejos, de forma extremista y sin concesiones. No transigen, no debaten y son inflexibles.
No hay una única causa. Son muchos motivos, una concatenación de giros habituales en la historia de la humanidad que se mantienen pendularmente inalterables. Nuestros próximos votantes han sido educados en el desarraigo de la colectividad, que fue siempre el escudo demagógico de la izquierda: el teórico bien común, la solidaridad, la igualdad y toda la retórica bienintencionada que lo envuelve todo ya no les vale. Lo detestan. Viven inmersos en un egocentrismo pragmático y en un individualismo digital, donde se les martillea sistemáticamente con la teoría de una sociedad sin expectativas regida por élites podridas que no les permiten crecer y vivir como sus mayores. Los vicios de la democracia no son percibidos como un aliciente para corregirlos, sino como la coartada para expresar su frustración. Creen que no existe esa pirámide progresiva del mérito y la capacidad personal, y que eso es un invento bienqueda que en realidad les aboca a un estancamiento vital a los treinta, con salarios de mierda y un precio del suelo indecente. La desigualdad entre generaciones les mata y no entienden que haya jubilados con sueldos de 2.500 ó 3.000 euros mensuales mientras ellos ganarán 1.800 después de diez años trabajando. Y no trates de explicarles la lógica de las pensiones… será peor. No les vas a persuadir.
Huyen de la corrección política y por eso aborrecen ese feminismo desfigurado, abusivo e interpretado incluso como una amenaza. Muestran beligerancia contra una brecha de igualdad de género y la denostan por su atomización y postureo. Y se revuelven, se radicalizan. Se niegan a asumir que con la inmigración no son todo bondades dialécticas sobre la multiculturalidad y la convivencia. No creen en la integración por ósmosis, conviven con inmigrantes en sus aulas, y no asumen el discurso oficial sencillamente porque está plagado de medias verdades. No son racistas, pero tampoco les vale todo. Porque no. No creen en los discursos imperantes ni en la superioridad moral que la izquierda impone siempre a través de una sibilina ingeniería social, y ven a su generación inmediatamente anterior, la izquierdista fetén, como una banda de ingenuos y fracasados que siguen creyendo por inercia en la justicia social y en las palabras hermosas a sabiendas de que son engañados. Quieren romper los esquemas aunque el precio a pagar sea convertirse en víctimas de un populismo absorbente. Les da igual. Se enorgullecen, les gusta la palabra facha y hacen pulseras con ella.
El que encarnan con solo 16 años, y con la inmadurez y la exaltación propias de la edad, es un movimiento no muy organizado, pero sí extremadamente reactivo frente a la degradación de unas instituciones que siempre les dijeron que eran fuertes y limpias. Perciben que el neo-tradicionalismo está vinculado a valores que les son muy preciados como la estabilidad, el orden o la seguridad. Recuperan principios basados en la nostalgia de otros tiempos porque creen que les generan certidumbre, arraigo y sentimientos que el sistema hoy no es capaz de darles. Demuestran una apatía creciente por el adoctrinamiento social y por la eterna cantinela de una arquitectura de progresismo metódico que controla sus cigarros, su chuletón, su vida sexual, su machismo… Están hartos de ser catalogados, de ser reeducados en el pensamiento único, de que la izquierda les diga lo que es bueno o malo sin darles opción a elegir. Odian la estatalización de su vida o que se les aboque a ser los subsidiados de un Estado pseudoprotector que les tome como rehenes ideológicos a cambio de ser toda la vida un woke agradecido. Ni siquiera querrán trabajar menos horas por el mismo dinero. Querrán trabajar las mismas horas que hoy por más dinero. Y es lo lógico.
Se niegan a tener que aceptar la resiliencia a la frustración porque sí y exigen su oportunidad sin que les truquen las cifras, les engañen en el bolsillo o les mientan. Aborrecen resignarse ante los mensajes ampulosos y ante su fingido bienestar como coartada para tenerlos apalancados con su instagram y poco más. Por eso, un sentido pragmático de la vida y de su propia desesperanza les lleva a creer en soluciones mágicas y a violentar su carácter. Porque son capaces de odiar. Sienten la necesidad de rebelarse contra las democracias liberales y el capitalismo exacerbado que les ha descuidado y se ha olvidado de ellos. Y como las fórmulas de la izquierda, aparte de empobrecedoras les parecen falaces, viran en ese pendulazo que les ilusiona. Y viajan barato. Y cultivan el efecto imitación de otros países donde el sentimiento compacto de pertenencia nacional les sorprende sencillamente porque en España no lo conocen. Y creen que se les ha robado. Tiene lógica: no ven moderación a su alrededor y por tanto… combaten la moderación sin distinguir matices. Y nos reprochan que no hablamos claro, que siempre encontramos excusas. Son el nuevo termómetro de la desafección. ¿Cómo votarán en 2027? Pregúntaselo. Pero después, no te escandalices si no te gusta.