IGNACIO CAMACHO-ABC

El duelo en el centro derecha no es ideológico ni casi político sino generacional y territorial: un pulso demográfico

LA circunscripción de Palencia es un paradigma del bipartidismo. Tres escaños, uno para el PSOE y dos para el PP, que desembarcó allí como paracaidista al ministro Méndez de Vigo. De sus 164.000 habitantes, casi la mitad vive en la capital y el resto está disperso en doscientos municipios, la inmensa mayoría de menos de quinientos vecinos. Por esa razón es también un modelo de diseminación demográfica, de esa España profunda y vacía sobre cuyo abandono ha dado la voz de alarma un brillante libro de Sergio del Molino. Hasta allá se fue Rajoy la semana pasada en busca del aliento que las encuestas le niegan a su partido. En el pulso que el PP ha entablado con Ciudadanos, provincias como Palencia representan el bastión rural donde los populares defienden su hegemonía entre un electorado agrario, autodefensivo, de edad madura, reacio al aventurerismo.

El presidente no eligió en balde. Palencia, como Zamora, dispone para sus ochenta mil pobladores de una deficitaria línea de alta velocidad, un sistema de transporte cuestionado por los gurús económicos de Cs, que lo consideran un despilfarro inviable. Ése fue precisamente el medio utilizado para el viaje. Y la visita se centró en el patrimonio románico… y en la Diputación Provincial, una institución que el reformismo de Rivera quiere suprimir por estimarla ineficaz y redundante. Símbolos, recados oblicuos, mensajes: en el lenguaje de la política conviene estar atentos a los detalles.

El marianismo salvó el doble ciclo electoral en este tipo de ámbitos, donde la regla de Hondt le garantiza un considerable número de diputados. Por eso tampoco es casual que Podemos y Ciudadanos pretendan cambiar la ley para atomizar el reparto de escaños. La implantación del PP –y en menor medida, del PSOE– en esa España agropecuaria ha sido definida con la vieja metáfora de Delibes sobre el voto del señor Cayo; hay algo de supremacismo urbano en el desdén posmoderno de la nueva política hacia esos feudos vistos como emblemas del clientelismo y del atraso. Pero los partidos minoritarios saben que, salvo improbable modificación de la ley electoral, se juegan muchas bazas en ese hábitat desamparado. Que su crecimiento en las ciudades tiene pendiente la reválida del campo.

El movimiento de Rajoy es diáfano: quiere volver a dar la batalla en la retaguardia del adversario. Una estrategia conservadora, acaso insegura, de amarrategui consumado. En sentido inverso al de sus rivales, a los populares se les escapan votos a chorros en los núcleos metropolitanos y sin tapar ese boquete difícilmente salvarán su liderazgo. Pero el presidente tira en primera instancia de instinto, de su automatismo rutinario, para taponar la brecha por la que se está desangrando. Tal como anda planteado, el duelo interno del centro derecha no es ideológico ni casi político sino generacional y territorial: se trata de un pulso biográfico.