IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La impopularidad de la amnistía ha cambiado el guion sanchista de campaña: progresismo cordial contra derecha antipática

Ha retocado el discurso. Los chanchullos de Begoña Gómez le arruinaron a Sánchez el golpe de efecto de Palestina y la impopularidad de la amnistía le obliga a omitirla como argumento de campaña. Pero el laboratorio electoral de Moncloa, su arma más eficaz y contrastada, no descansa ni renuncia a acortar distancias con un PP que parece haber salido bien parado de la última semana. Así que el guion ha girado hacia la descalificación de la oposición como un grupo de gente triste, hosca, insultadora, malencarada. La derecha antipática. El enfático mantra de la máquina del fango ha sido remplazado por una suerte de bipolaridad sentimental donde el sedicente progresismo encarna la empatía, el diálogo, la cordialidad, la tolerancia. El buen rollo frente al ceño fruncido de esa tropa amargada que quiere devolver al país a la oscuridad reaccionaria.

Ahora la dicotomía es entre Netanyahu o la paz (sic), el feminismo o Vox, la justicia social o Milei y su motosierra (esto último lo dijo, para ser objetivos, el propio presidente argentino en uno de sus ataques de verborrea). Al PP lo identifica con el retorno de los hombres de negro y sus tijeras, y a Feijóo con una marioneta arrastrada por los ultras hacia la deriva antieuropea. En ese maniqueísmo de brocha gruesa, el PSOE representa el ecologismo, el pacifismo, ¡¡la concordia!!, la integración, la benevolencia. El lado correcto de la Historia, esa providencialista supremacía moral con que gusta de identificarse la izquierda.

La estrategia apunta hacia las generaciones jóvenes que se asustaron con Vox el pasado verano. El comodín del extremismo en la manga de un Gobierno asociado con todos los partidos que se declaran adversarios del Estado. Funcionó una vez y se ha convertido en una especie de reclamo mágico de ese voto emocional que se guía por sensaciones y estados de ánimo, con las redes sociales como principal suministrador de mensajes sencillos, escuetos, rápidos. La conversación pública la dominan los socialistas de largo; llevan años de ventaja en el arte de crear marcos y tomar la iniciativa del debate ciudadano. Y saben las teclas que hay que tocar para conseguir resultados.

Como en este momento no tienen mucho que vender, venden escenarios ambientales y percepciones afectivas. Pintar a los rivales con cara de vinagre es de primer curso de publicidad política. A un lado (del muro), el Mordor de los orcos enfurruñados, adustos, agresivos, con su antigua y desapacible matraca de rigidez institucional y machismo troglodita; al otro, la luminosa Tierra Media poblada de valerosos paladines progresistas. Y al fondo, el simple mecanismo psicológico de la satisfacción íntima que produce sentirse parte de una comunidad virtuosa movida por intenciones limpias. Si el truco vuelve a funcionar, los dirigentes de la derecha deberían matricularse en una escuela de reeducación comunicativa.