ABC-IGNACIO CAMACHO

Con sus contradicciones y errores de perspectiva, Cs se ha metido en la línea de fuego como un corzo en una montería

EXISTE en Ciudadanos una sensación patente de acoso bipartidista, de haberse convertido en la pieza a cobrar de una cacería. La gente de Rivera trata de apretar filas en una clásica maniobra de cohesión reactiva que intenta rearmar a sus militantes a partir de la rebeldía contra su condición de víctimas. La batida es real, objetiva, y obedece a la codicia que su voto fronterizo, basculante, carente de la firmeza afectiva o emocional de las viejas siglas, despierta en una campaña tan reñida. Pero es el propio partido naranja el que con sus contradicciones y su falta de perspectiva se ha metido en la línea de fuego de los tiradores como un corzo desorientado en una montería. Desde la moción de censura sufre una crisis de ubicación política porque la estrategia bipolar de Sánchez ha desestabilizado su identidad centrista y ha constreñido sus expectativas empujándolo hacia una derecha demasiado concurrida. Ni siquiera, con todo a favor, pudo sobrepasar al PP en Andalucía. Por primera vez, las encuestas lo sitúan en tendencia bajista; el «proyecto Macron» se ha disipado y cunden los nervios en una directiva capaz de tropezar en piedras tan gruesas como la de las primarias de Castilla. A su programa de regeneración le cuesta encontrar el tono y la melodía en un escenario de crispación, espasmos, griterío y prisas. Y, como le ha sucedido a Podemos, empieza a parecer una formación prematuramente envejecida.

El factor Vox lo ha descolocado. Sus gurús nunca han acabado de interpretar bien las verdaderas motivaciones de su electorado. Un segmento, el más joven y urbano, procedía del hartazgo ante la corrupción, pero a otros sectores los vinculaba simplemente la necesidad de un liderazgo más firme que el del marianismo contemplativo, pusilánime y blando. Esos votantes que apoyaban a Rivera sólo por su determinación ante el nacionalismo identitario son los que, al irrumpir Vox con su música populista y su retórica de Don Pelayo, se han decantado por ese discurso de patriotismo bizarro sin que el líder de Cs encuentre el modo de redefinir el espacio que la salida de Rajoy había dejado. La idea de compensar esa pérdida con el desencanto del socialismo moderado se está revelando una ficción propia del pensamiento mágico. El centro, en España, sólo es una bandera de conveniencia, un sitio de paso. Y Sánchez se encarga de estrecharlo al promover un enfrentamiento de bloques compactos.

Ocurre que si Cs se estanca va a haber un serio problema para construir una mayoría del centro y la derecha, porque la alternativa al frentepopulismo depende de que la correlación de fuerzas liberales y conservadoras avance a pesar de su fragmentación interna. Pero sobre todo porque estas elecciones no son sólo una contienda contra el separatismo y la izquierda, sino contra los demonios de un extremismo que lleva dentro la impronta histórica de la tragedia.