TONIA ETXARRI, EL CORREO – 06/10/14
· El sentimiento de desafección hacia el resto de España se ha ido cultivando concienzudamente.
Dónde está el error para que Cataluña haya llegado a este estado de actividad frenética en favor de un proceso de separación del resto de España? ¿Es la escapatoria de un Gobierno incapaz de gestionar las dificultades, que ha encontrado en la desafección nacionalista su tabla de salvación? ¿Por qué desde que el Tribunal Constitucional recortó 14 artículos del nuevo Estatuto de Cataluña, en 2010, los sucesivos gobiernos de España han deambulado entre la concesión de mayores cotas de poder a la Generalitat y la defensa de la ley sin lograr implicar a los nacionalistas catalanes?
Son las preguntas recurrentes que formulan tantos ciudadanos que en principio creyeron que a Artur Mas no le quedaría más remedio que guardarse su consulta, como hizo Ibarretxe. Porque el lehendakari también forzó la cuerda. Pero solo un rato. Durante el primer tiempo del partido. Llegó, incluso, a decir que impulsaría una iniciativa ciudadana para denunciar al Estado ante el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Y el Gobierno de Zapatero le respondió que haría lo propio. Pero después de que hablara el Tribunal Constitucional, se acabó la fiesta. Y, como todo el mundo sabe, derivó en unas elecciones anticipadas en 2009.
Pero la hoja de ruta de los nacionalistas catalanes, ahora, parece más rígida que la vasca de hace cinco años. Desde que la Generalitat ha traspasado su responsabilidad de campaña a los movimientos cívicos que le organizan las manifestaciones, la preocupación en el mundo constitucionalista va creciendo. Y ante las preguntas que, además, reflejan cierta impotencia, tan solo se vislumbra una respuesta nada tranquilizadora. No hubo reflejos a tiempo. No se le quiso dar la importancia que tenía. Quizá como arma de defensa. Para no provocar con alarmismos a quienes estaban organizando los movimientos secesionistas.
Pero ese sentimiento de desafección hacia el resto de España se ha ido cultivando concienzudamente. Poco a poco. La Generalitat tiene una deuda pública disparada. Pero desviando la culpa hacia «España», ha ido construyendo un enemigo contra el que movilizarse. Los responsables se han entretenido durante años en ir tejiendo una red de imposición lingüística en la Educación, en la rotulación de los comercios, en cualquier exhibición simbólica en donde se han manejado con mayor soltura que en cumplir con los pagos puntuales a las farmacias, por ejemplo. La marabunta no se manifiesta espontáneamente. El vuelco que ha ido dando la calle en Cataluña en los dos últimos años es el resultado de un minucioso trabajo de propaganda que ha terminado por engullir al propio Artur Mas y a aquella CiU que tenía a gala su «responsabilidad», su «seny» y su «sentido de Estado», sobre todo en la época en la que Jordi Pujol gobernaba con la mano derecha y con la izquierda amasaba un dinero por el que tendrá que responder ante la Justicia.
El nacionalismo más radical ha ido trabajando sin descanso. Y los partidos constitucionalistas no solo han reaccionado tarde sino que, a diferencia de la socorrida comparación con Escocia, no han sido capaces de construir un discurso sólido ensalzando las normas pactadas en la Transición y, además, hacerlo unidos; sin complejos. Ahora, el PSOE de Sánchez está demostrando una lealtad constitucional poniéndose de lado del Gobierno, pero su tradicional pánico escénico a forjar una alianza sólida con el centro derecha le obligan a predicar su mantra sobre la reforma «federal» de la Constitución que a los nacionalistas les parece una vuelta de tuerca al «café para todos» y a los populares les recuerda que ya tenemos ese grado de autonomía ordenada.
Defender la Constitución se ha convertido ya en una batalla titánica. «Estamos asistiendo a la demolición del sistema democrático que nos dimos hace unos años», se lamenta la secretaria general de los socialistas vascos, Idoia Mendia. Su partido no piensa pasar por alto la decisión del Gobierno vasco de excluir de la Educación cualquier referencia a la Constitución en la asignatura conocida como ‘Valores sociales y cívicos’. Se ha eliminado, de entrada, la referencia a que los estudiantes deban apreciar los valores de la Constitución española y los derechos y deberes que emanan de la Carta Magna.
Y es que en Euskadi, como dijo el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, en el Alderdi Eguna, se actúa ya en muchos órdenes de la vida política como si fuéramos independientes. Y como la independencia hoy « es más una cuestión mental que legal», se borran de un plumazo las referencias a la Constitución y aquí paz y después a trampear la historia. Explicar en clase el significado de la bandera o el himno «como elementos comunes de la nación española» es demasiado para los herederos de Sabino Arana. Así es que se borra y punto.
La semana pasada hubo bronca en el Parlamento vasco. Socialistas, populares y UPyD no ocultan su indignación. No les parece de recibo que en la enseñanza básica se vaya a confundir a los estudiantes haciendo tabla rasa de la realidad institucional sin recoger, siquiera, los valores constitucionales. Pero lo más preocupante fue la respuesta de la consejera de Educación. Justificó ese «borrado» de la Constitución en el consenso. ero no en el consenso con los grupos políticos del Parlamento vasco, en donde el Gobierno no tiene la mayoría, sino en el acordado «con los centros escolares». ¿Aparecen, pues, organismos paralelos a las instituciones? Los consensos son prioridad, claro. Pero ¿dentro o fuera del Parlamento? ¿En o al margen del Parlamento? ¿Los consejos, asociaciones, sindicatos y asambleas que no concurren a las elecciones, terminarán ejerciendo de órganos de contrapoder de las instituciones democráticas?
TONIA ETXARRI, EL CORREO – 06/10/14