Isaac Blasco-Vozpópuli
- El exministro, no Koldo, dispone del arsenal. Pero no prenderá la mecha: sufre de esa dependencia emocional detectable en tantos maltratados
El asalto intimidatorio forma parte de la historia universal de las cloacas políticas. El Watergate comenzó con un allanamiento, aparentemente incidental, de la sede de los demócratas en Washington.
Es improbable que la madre de Koldo o la joven hija de Ábalos custodien información sensible como para tumbar a nuestro Nixon particular. Pero que un minúsculo apartamento del centro de Madrid habitado por una estudiante universitaria sea violentado con la posterior exhibición pública del revoltijo resultante encaja en el catálogo de las prácticas mafiosas empleadas para amedrentar a quien está en disposición de aportar información compremetedora, en este caso para el PSOE, el Gobierno y su propio presidente.
La consecuencia es que Ábalos no hablará porque, al menos en este momento, es presa de una paradójica mezcla de miedo y enganche sentimiental con las siglas bajo cuyo paraguas ha permanecido casi cinco décadas. Como, además, se sabe acreedor de la plaga bíblica del sanchismo, en tanto que la posibilitó, cree que se le debe algo.
Si bien valoró una colaboración franca con la Fiscalía motivada por el inmenso cabreo que le ocasionó su expulsión efectiva del PSOE como treta para poner sordina en torno al ‘escándalo Cerdán’, hoy es un juguete roto que fía su futuro a dejar transcurrir el tiempo a la espera de que ensanchen las supuestas corruptelas sobrevenidas para el PP. A verlas venir, en definitiva, con la modesta aspiración de no ser importunado cuando baja al estanco a por su paquete de Ducados.
El exministro ha trasladado en más de una ocasión a su círculo íntimo una frase sobre la que fundamenta su pasar en todo este proceso: «A saber cuántas cosas habrán hecho otros muchos en mi nombre sin yo saberlo»
No es cierto que, como dice, esté decidido a colaborar con la Justicia para evitar la prisión provisional y mejorar su horizonte procesal; para que esa determinación fuera efectiva, debería observar la asunción de algún tipo de responsabilidad, y en eso es taxativo: él no se puede autoinculpar de lo que no ha hecho; como mucho, sí admitir que Santos Cerdán y el inefable Koldo han abusado de su confianza («Me utilizaron. He sido el imbécil de todo esto»). No solo ellos: en su círculo privado, ha trasladado en más de una ocasión una frase sobre la que fundamenta su pasar en todo este proceso: «A saber cuántas cosas habrán hecho otros muchos en mi nombre sin yo saberlo».
Entretanto, enseña la patita apuntando a Zapatero y Blanco con intervenciones mediáticas que le habría gustado reservar para su canal de Youtube ‘La Casa en el Aire‘, proyecto aparcado por razones obvias.
Pronto, esas insinuaciones puede que hasta alcancen a Sánchez. Pero no colaborará, aunque tenga toda la información y sea el único en disposición de ayudar a los investigadores a unir la línea de puntos para poner cierto orden a un marasmo ingente de datos que, más que aclarar, enturbian el eficaz desarrollo de la causa.
El exministro, no Koldo, dispone del arsenal. Pero no prenderá la mecha: sufre de esa dependencia emocional detectable en tantos maltratados