Javier Ayuso-El País
El expresident puede decir una cosa y la contraria en el mismo día mientras piensa otra tercera opción
El 18 de junio de 1815, el duque de Wellington y el mariscal prusiano Von Blücher derrotaron en Waterloo al emperador Napoleón Bonaparte poniendo fin a su última locura tras su exilio en la isla de Elba. Tres meses antes, el Congreso de Viena le había declarado proscrito y el 10 de julio, Napoleón firmó su rendición y emprendió camino a su último exilio en la Isla de Santa Elena, en donde murió.
El problema que tiene Puigdemont a estas alturas es su falta absoluta de credibilidad. Puede decir una cosa y la contraria en el mismo día, mientras piensa otra tercera opción. Es un político acabado cuyos compañeros de viaje quieren eliminar, pero sin salir en la foto de los que le echaron a un lado. Y así pasan los días, mientras Cataluña sigue bloqueada política y económicamente.
Napoleón dirigió la batalla de Waterloo desde un campamento llamado La Belle Alliance. Las tropas británicas, holandesas y alemanas llegaron a pensar que iban a perder contra el emperador francés. Sin embargo, la llegada del ejército prusiano acabó con las esperanzas de Bonaparte, que asumió su derrota.
En algún momento, el expresidente de la Generalitat tendrá que asumir su fracaso. Hasta sus más allegados saben que nunca será investido en Barcelona, aunque no se atrevan a decírselo. Es como el cuento de El Rey Desnudo, que el danés Hans Christian Andersen publicó en 1837. Puigdemont pasea con su traje transparente mostrando sus vergüenzas y nadie le dice que está desnudo.
Ni su ex compañero de gobierno Oriol Junqueras, ni el actual presidente del Parlamento catalán, Roger Torrent, ni los líderes más sensatos de Junts per Catalunya dicen lo que realmente piensan: Puigdemont tiene que dar un paso a un lado para que se pueda elegir un presidente limpio, recuperar el poder político y económico en Cataluña y trazar una nueva estrategia política.
Por cierto, el supuesto plan de La Moncloa para recuperar la normalidad en Cataluña evitando que los políticos imputados acaben condenados, no solo es falso, sino que además es imposible. En el Gobierno son conscientes de que el proceso penal es imparable y de que los españoles no aceptarían trapicheos con una justicia que ha conseguido frenar la independencia unilateral catalana.