Durante la histórica jornada de Jura de la Constitución por la heredera al Trono de España, se registraron dos epatantes episodios en el curso de una solemne ceremonia en la que la Princesa Leonor exhibió resplandeciente belleza y serena madurez. Así, se vio al presidente Sánchez y a su ama de llaves en las Cortes, Francina Armengol, protectora de abusos sexuales a menores que tutelaba como presidenta balear, cómo cuchicheaban mano en boca para que ninguna indiscreta cámara leyera sus labios. Junto a esos secreteos, se advirtió el enésimo intento de Sánchez de ser par del Rey buscando asiento en los sillones reservados a la Corona. Tal pertinacia plasma su psicopática ambición de Narciso sin espejo lo bastante grande para su ego.
Ambas demasías evocaban el inolvidable instante que Chateaubriand detalla en Memorias de ultratumba. Con el trasfondo de la restauración monárquica con Luis XVIII tras la debacle napoleónica en Waterloo, se percata de cómo dos regicidas del 16º Luis se predisponían a jurar fidelidad al nuevo soberano. Ese 7 de julio de 1815, hacia las 11 de la noche, en la antesala del Salón del Trono, Chateaubriand entrevé cómo entra silencioso “el vicio apoyado en la mano del crimen, Talleyrand caminando sostenido por Fouché”. El cuadro lo completa la cena previa en la que, como recompone el dramaturgo Jean-Claude Brisville, estos perillanes se reparten la Francia postnapoleónica sobre un mantel de hilo repleto de suculentas viandas. Al degustar ostras de Arcachon y patos de Rouen, exclaman: “¡Con mesa tan bien servida para qué cambiar de régimen!”.
Sánchez y Armengol simulaban abjurando entre dientes de la Carta Magna que juraba la sucesora al Trono y ataban cabos en su conjura con los alzados ante quienes Felipe VI instó a proceder para restituir la legalidad el 1-O de 2017
Entrambos quedan enmarcados en la historia de la infamia en la que Sánchez y Armengol rellenarán algún renglón. Gozan del triste honor de haber encabezado el cortejo fúnebre de este Día de Difuntos de 2023 en el que Sánchez, con media España yaciendo víctima de la otra media, desertó ante un supremacismo que saca a España de Cataluña y fija la suerte de la nación más antigua de Europa. Si Talleyrand y Fouché fingían en Versalles ser dos corderos recentales, en vez de lobos de afilados colmillos, Sánchez y Armengol simulaban abjurando entre dientes de la Carta Magna que juraba la sucesora al Trono y ataban cabos en su conjura con los alzados ante quienes Felipe VI instó a proceder para restituir la legalidad el 1-O de 2017. Habiendo acreditado ser un conspicuo perjuro, se permitió impartir a la Princesa, cual ayo real, una lección sobre una materia de la que venía aprendida de Zarzuela. “El juramento o promesa –aseveró campanudo- es la manera que tenemos las personas de establecer un futuro seguro en un mundo lleno de incertidumbres. Y la Constitución es una promesa (…) sobre la cual se funda nuestra convivencia.”
Al jurar Leonor “cumplir y hacer cumplir la Constitución”, la incógnita no estriba en su observancia, sino en cómo va a preservar su acatamiento con un Ejecutivo que conspira contra la Carta Magna en comandita con el segregacionismo. Por eso, tras un regio 31 de octubre de “Leonormanía”, se consumó el adagio latino “post festum, pestum” al sepultar Sánchez la Ley de Leyes el Día de Difuntos en el que los españoles memoran a sus finados.
Para arrendar su investidura, Sáncheztein extiende el “procés” a toda España ejercitando cómo se destruyen las democracias desde dentro fiándolas a golpistas. Este sindiós refrenda a San Agustín en su Ciudad de Dios: “Sin la justicia, los reinos se convierten en bandas de ladrones”. Sánchez les prodiga por conveniencia y en connivencia con los malhechores una mendaz autoamnistía que negó antes del 23-J por, según arguyó, convicción y por contravenir la Carta Magna. Hoy se machihembra con quienes persiguen abolir la Constitución y derrocar a quien la corona.
Como si fuera la piscina probática sita ante el templo de Salomón en Jerusalén, la amnistía blanquea a sediciosos, corruptos y terroristas, además de devolver al “pastelero loco” Puigdemont la categoría de Molt Honorable. Dispensada una amnistía redactada por los delincuentes, se colige que lo correcto fue el cismático golpe de Estado, mientras la aplicación de la ley fue una represión antidemocrática contra quienes se ufanan de que retornarán a amotinarse contra un Estado al que han desarmado ante predictibles revueltas. Entretanto, los servidores del Estado que sofocaron la insurrección son acosados y purgados por un Gobierno cómplice con los facciosos.
Ni libres ni iguales serán los españoles al transgredirse el Estado de Derecho dotando de impunidad al supremacismo y esquilmando una España que, de 9 ª potencia mundial, retrocede a la 17ª
A lomos de este tigre, el autócrata Sánchez sienta un nuevo orden que anula la división de poderes y coloniza las instituciones para acaudillar un régimen sin alternancia al modo de las satrapías bolivarianas con separatistas que degradan a España a colonia que sufraga su bancarrota y les costea su viaje a ninguna parte creyendo ir a su imaginada Ítaca. La nave de los locos surca bajo la tutela del Kremlin sin que la Comisión se aperciba de la bomba de relojería que almacena en su bodega con el “caso Volhov’ que implica, entre otros, a Josep Lluís Alay, jefe de la oficina de Puigdemont. Pendientes de la invasión rusa de Ucrania, se trascuerda que Putin castiga hace años el costado catalán para malherir a España en paralelo al islamismo con sus matanzas.
No es sólo de un pleito doméstico, aunque los euroburócratas lo puedan concebir así para lavarse las manos. Como tampoco el conflicto entre Israel y Gaza se circunscribe al ámbito vecinal al secundar el designio iraní con el amparo chino-ruso de desestabilizar la Península Arábiga y pulverizar los convenios israelíes con los países árabes moderados donde agitan los avisperos fanatizados de Egipto o Marruecos. No es casual que quienes cobijan al separatismo den calor al terrorismo de Hamas.
Cuando el acólito Bolaños, rendido a ERC y Junts, aduce un ambivalente “pasar página” que él interpreta como dar por finiquitadas las desavenencias, el soberanismo lo traduce como un fin de etapa que inaugura otra porque lo contrario sería negar su razón de existir. Ni libres ni iguales serán los españoles al transgredirse el Estado de Derecho dotando de impunidad al supremacismo y esquilmando una España que, de 9 ª potencia mundial, retrocede a la 17ª superada por un México que, con lacras temibles, elude el parasitismo corrosivo del separatismo.
Culmina así el final del principio de un periodo que abrió Sánchez bajo las horcas caudinas soberanistas arrodillado ante el “Le Pen catalán” Torra en el Palacio de Pedralbes en diciembre de 2018 y que culmina trayendo bajo palio al fugado Puigdemont que se comprometió a entregar a la Justicia. Tal claudicación entraña un auténtico Waterloo español debido a imbéciles como aquellos a los que Napoleón achacó su hecatombe en el paraje donde mora Puigdemont ante la imposibilidad de cubrir un frente tan nutrido. En España, se disciernen dos clases: quienes se creen Napoleón y quienes estiman posible restituir la cordura a los secesionistas.
Si en su noviciado como líder del PSOE de traje de pana y camisa de leñador vitoreaba la dignidad del jornalero que proclamaba “en mi hambre, mando yo”, no obra en consecuencia contra un Sánchez
Luego de sabotear la Jura de Leonor con la infame instantánea de la entente bruselense del “cocinero del infierno” socialista, Santos Cerdán, con Puigdemont bajo una gran foto del referéndum ilegal, se comprende la reacción del ex presidente González. Al ser interpelado sobre si se habría citado con el fugitivo, lo ventiló con un “¿por quién me toma?”. Pese a su lapidaria frase, Sánchez toma a militantes y votantes por lo que son al verificar como gritan “¡Vivan las cadenas!” con análogo frenesí a si se las arrancaran. Así, en vez de llamar a las urnas para que se pronuncie el cuerpo electoral de la nación como González en su rectificación sobre la OTAN, quienes viven del presupuesto con las siglas del PSOE le han facultado “a posteriori” a negociar el apaño que ya había cerrado por su cuenta. Menos mal que esta masa lanar no se ha cruzado con Panurgo. El personaje del Pantagruel de Rabelais, para vengarse de un tratante con quien viajaba en un barco de ganado y con quien ha tenido un rifirrafe, le adquiere un ejemplar que arroja al mar y, desde allí, el infausto animal atrae con sus balidos al resto compartiendo su fatal sino.
Tampoco escapa González. Luego de haber sido traicionado, se abrazó a Sánchez en el último congreso federal y, declarándose huérfano de partido, no deja de votarlo Se limita a salvar su nombre ante la Historia pese a prometer en el diario argentino Clarín que, “con lo que me quede de fuerzas, combatiré esa republiqueta plurinacional con derecho de autodeterminación”. Si en su noviciado como líder del PSOE de traje de pana y camisa de leñador vitoreaba la dignidad del jornalero que proclamaba “en mi hambre, mando yo”, no obra en consecuencia contra un Sánchez que demuele medio siglo de vida democrática. Tampoco el barón castellano-manchego Page, aunque cacaree, quiere perder las plumas. Sin llegar al extremo del extremeño Vara que dijo que renunciaría al carnet del PSOE, como antes al de AP, si había amnistía y ahí anda bajo las faldas de la mesa camilla de Sánchez.
Se guían como el literato Cercas que alegó en El País que no habría amnistía porque se negaba a creer que Sánchez cometería tal desatino. Se opera el milagro italiano del que ironizaba Churchill ante la veloz conversión de fascistas en antifascistas al caer Mussolini. Sumando unos y otros, Italia habría pasado de la noche a la mañana de 40 a 80 millones de habitantes. Justamente, Churchill ilustra lo aventurado del destino. Al invitarlo a almorzar William Harcourt, jefe de la oposición liberal, el joven oficial que era entonces aprovechó para indagar cómo percibía el futuro y aquel le contestó ostentoso: “Mi querido Winston, la experiencia me ha convencido de que nunca ocurre nada”. Desde ese día no cesó una catarata de desastres precipitando un fin de época.
Pese a todo, dada la reacción ciudadana y judicial, hay que guardar la esperanza, aunque sea titubeante como la vela prendida por la Princesa Leonor al reclamar: “Confíen en mí como yo tengo puesta toda mi confianza en el futuro de la nación”. Al fin y al cabo, la hora más oscura del día es justo antes del amanecer.