ABC 18/06/14
EDITORIAL
· Si Al Qaida se hiciese con el control de Irak y Siria, estaríamos ante una expansión terrorista sin precedentes. Este riesgo para Occidente no es una mera especulación, sino un dato contrastado
Ningún país occidental debería sentirse ajeno al avance del terrorismo yihadista en Irak, porque la caída de este país en manos de una organización afín a Al Qaida –el denominado Estado Islámico para Irak y el Levante– supondría una crisis de consecuencias incalculables en una región en la que se puede generar un «efecto dominó» de guerras civiles y entre sectas. Además, implicaría, por un lado, convertir a una teocracia integrista como Irán en árbitro de la zona, y, por otro, conceder al terrorismo islamista una base de operaciones contra las democracias occidentales. Si a Irak los terroristas sumaran Siria, estaríamos ante una expansión terrorista sin precedentes. Este riesgo para Occidente no es una mera especulación, sino un dato contrastado por las operaciones policiales desarrolladas en España en los últimos meses contra células islamistas. La última de ellas se ha producido esta semana en Madrid, con la detención de nueve presuntos terroristas cuya misión era reclutar yihadistas para luchar en Siria e Irak. En otras redadas anteriores, la Policía y la Guardia Civil desmantelaron células en Melilla, Ceuta y Málaga, entre cuyos objetivos se encontraba la captación de terroristas para Libia y Malí. Los intereses geoestratégicos del terrorismo inspirado o dirigido por Al Qaida están muy claros y se dirigen a la creación de vastas áreas bajo control terrorista, fuera de toda autoridad estatal, que presionen sobre regímenes en situación crítica donde sea fácil reclutar población civil.
Las operaciones policiales en España son una evidencia de que, como ha resaltado Interpol en su informe de 2013 sobre delincuencia organizada, el terrorismo sigue siendo una amenaza directa sobre Europa. Y España, en particular, ocupa una posición esencial en la estructura del terrorismo islamista, que desarrolla en nuestro país labores de captación, adoctrinamiento y financiación para organizaciones terroristas que ahora ya se comportan como ejércitos irregulares, ocupando y controlando territorios, y no solo como grupos terroristas dedicados a la comisión de atentados. La ausencia de ataques a gran escala en Europa no debería conducir a la conclusión engañosa de que la amenaza ha caducado. Crímenes como el cuádruple asesinato en el Museo Judío de Bruselas –cometido por un «lobo solitario» entrenado en Siria– advierten de que el terrorismo adopta múltiples formas, no solo con autorías colectivas como el 11-S o el 11-M. Además, el terrorismo islamista maneja el tiempo sin prisas, lo que obliga a los gobiernos occidentales a permanecer vigilantes de forma indefinida, compartiendo inteligencia de seguridad, cooperando lealmente en actuaciones preventivas y revisando sus políticas internas de inmigración para combatir a quienes camuflan su peligrosidad terrorista con apariencias de inmigrante pacífico. Si cae Irak, las consecuencias pueden superar lo conocido hasta el momento.