Kepa Aulestia, EL CORREO, 29/9/12
Lo importante será la letra pequeña del 21 de octubre, el juego que Urkullu establezca entre sus guiños a la izquierda abertzale y el resto de su acción de gobierno
Asolo tres semanas de que se celebren las elecciones al Parlamento vasco parece obrarse el milagro: la marejada catalana no sacude de lleno a la Euskadi partidaria. La misma inquietud que las perspectivas de voto de EH Bildu generan en el PNV ha llevado a este partido a mostrarse impasible ante los desafíos, extrañamente tímidos, lanzados por la izquierda abertzale para hacer realidad un camino semejante al trazado anteayer en la Cámara catalana. Entre otras razones porque Urkullu sabe que solo desde Ajuria Enea podría ponerse al frente de una ‘manifestación’ independentista que en campaña se lo llevaría por delante.
Su encuentro con Mas forma parte del protocolo con el que necesita cubrir los flancos de su candidatura. El anuncio catalán solo está sirviendo como argumento al PP vasco para advertir sobre lo que ocurrirá si las urnas deparan una holgada mayoría nacionalista. Del mismo modo que las vicisitudes por las que atraviesa el PSC, de división y desconcierto, obligan al lehendakari López a aferrarse al nominalismo federal, no sea que el ejemplo catalán reabra el debate en el PSEEE en la misma noche electoral.
El PP vasco fue la organización territorial menos beneficiada por el auge del voto a Mariano Rajoy en las generales del pasado 20 de noviembre, como si el anunciado cambio en La Moncloa no suscitase especial ilusión entre sus afines en Euskadi. Y sin embargo la opción que encabeza Basagoiti puede verse perjudicada por el desgaste que padecen los populares a cuenta de las medidas de ajuste y, más en general, de su notoria incapacidad para controlar una situación que habían prometido domeñar. La salvación dilatoria preconizada por Rajoy es menos probable que el rescate preelectoral. Solo la efervescencia verbal independentista durante la campaña podría reportarle algún beneficio reactivo a un PP cuyo candidato a lehendakari, Antonio Basagoiti, expresa con total franqueza que ve a Iñigo Urkullu en Ajuria Enea.
El PSE-EE puede encontrarse en puertas de lograr un resultado electoral digno. Probablemente no tanto por su acción de gobierno como por la ventaja relativa que ser lehendakari le brinda a Patxi López. Claro que la campaña le desnudará de un ropaje institucional que se ha puesto a duras penas, y será entonces cuando no pueda librarse del declive general que soporta el PSOE, incluso cuando Rubalcaba tiene razones para afirmar que a Rajoy se le está yendo el país de las manos.
No hay un gramo de coherencia con el principio de transparencia en la decisión de posponer la reunión del Consejo Vasco de Finanzas a inmediatamente después de las elecciones autonómicas alegando que en ella se tratarán cuestiones trascendentales que deberían ponerse a salvo de la campaña. Porque es precisamente ese argumento el que obligaría al Gobierno López a propiciar que los ciudadanos sepamos qué ocurre con la recaudación y la situación financiera general antes de emitir el voto. Por la misma razón sería un rasgo de honestidad que el Gobierno vasco explicara detalladamente qué recortes ha hecho o se ha visto obligado a hacer. Los socialistas vascos se enfrentan al difícil reto de activar el voto cuando su militancia hace cábalas sobre la posibilidad de que su partido continúe formando parte del próximo gobierno.
EH Bildu representa a un mundo que todos los días es noticia por causas e iniciativas dispares que tradicionalmente ha conseguido sumar en sus efectos, pero que sin la cohesión fáctica inducida por ETA pueden generar desconcierto en sus bases. La llamada de atención de la banda terrorista para que la izquierda abertzale corrija errores y supere carencias reviste mucha menor importancia hoy de lo que hubiese tenido hace dos o tres años. Pero la inexistencia de Sortu como estructura partidaria hace que el desdoblamiento continuo entre quienes designan y los que son designados retrotraiga su oferta electoral a tiempos pasados. Es muy posible que en los comicios del 21 de octubre no se examine de los representantes de Bildu en las instituciones forales y locales. Pero cuando su irrupción en la escena de la legalidad ha obligado a las demás formaciones a contraer sus respectivas candidaturas a listados de aparato, EH Bildu no ha podido mostrar otra faz que el de un pasado hiriente para el resto de la sociedad.
El PNV no tiene otro remedio que debatirse entre el activo electoral que supone ir de ganador y el riesgo que entraña celebrar la victoria de antemano. Aunque hay otra tensión latente, la que vive el presidente del EBB en su calidad de candidato a lehendakari, obligado a obtener un excelente resultado electoral si no quiere que su autoridad moral y política se vea resentida, en ese orden, tras los comicios. Es el primer presidente del partido nacionalista que se presenta a unas elecciones manteniendo su puesto al frente del EBB después de preservar sus aspiraciones en un secreto a voces. Llegar a Ajuria Enea de manera apurada o gracias al favor de otro grupo sería un desdoro que complicaría no solo la formación del nuevo gobierno sino su relevo al frente del PNV. La bicefalia jeltzale quedaría escorada en detrimento del papel institucional del lehendakari si éste no lograse un resultado electoral parejo o superior al que se le supondría a cualquier otro candidato que se postulase en nombre del partido.
Cada cita electoral trasciende del momento de la votación porque tanto a los ciudadanos como a los protagonistas de la política les suscita la pregunta de qué vendrá después. La letra grande de los pronósticos apunta a que el candidato del PNV volverá a alojarse en Ajuria Enea. La letra mediana permitiría aventurar que gobernará en solitario y en minoría. De modo que lo importante es la letra pequeña del juego que Urkullu lehendakari podría desplegar combinando los apoyos parlamentarios del pragmatismo con ensayos de reencuentro con la izquierda abertzale. Cuanto más débil sea su posición más atenazado se verá por la sombra de EH Bildu.
Kepa Aulestia, EL CORREO, 29/9/12