Eduardo Uriarte-Editores
Todo empezó a deteriorarse en el momento en el que la primera palabra que inicia nuestro texto constitucional, “la nación”, fue declarada concepto discutido y discutible. En ese momento se empezó a diluir el espacio político, se empezó a huir del marco común de convivencia, y no sólo saltaron a la vida pública desde asambleas de estudiantes nuevos caudillos, sino que los nacionalismos periféricos, que ahí estaban esperando la ocasión, decidieron –“¿qué mal había en ello?”- forzar su separación de tan depreciado concepto. Pues nada menos que el presidente del Gobierno era el que había declarado que el basamento del que surge todo ordenamiento era discutido y discutible.
El nosotros político constituyente, la nación, que dicta y ordena el espacio de convivencia política, desapareció en la cultura de la izquierda por obra de un presidente anarquista. No dudó en su osadía enmendar la plana a los redactores del texto -cuyo autor de esa parte, el Preámbulo, fue Tierno Galván-, ofreciendo, sin nación, un espacio políticamente yermo a toda horda que se atreviera saquearlo, fueran los nacionalistas o los populistas, aunque en el primero en quién pensó fue en sí mismo. Se había volado el cimiento político, el nosotros constituyente, formado por derechas e izquierdas, el del centro y las autonomías, donde acudíamos a encontrarnos para hacer posible la política.
Destruido el espacio y vínculo nacional, todo es posible porque todo está en entredicho, sin límite ni relación alguna con el adversario. El más bruto gana, por eso está siendo tan disparatada y agresiva esta campaña electoral, la primera sin nación, puesta en jaque por una Generalitat que prosigue en su rebeldía, con un proceso judicial a sus anteriores dirigentes, con un presidente de Gobierno puesto por los procesados por querer romper la nación y que no quiere citar el problema catalán aún le estalle. Y mientras, una derecha que juega a elecciones de la señorita Pepis como si nada hubiera cambiado, amenazada por un populismo que puede desembocar en fascismo, y una generación anterior socialista muda, por un servilismo nacido de un sprit de corp desaforado, ante el derribo político de lo que ellos mismos construyeron con tanto mérito. El caos político se lo debemos a Zapatero y a su sucesor Sánchez.
La izquierda, que derrumba el marco constitucional aplicando un golpe certero sobre la nación, cubre el vacío jurídico-político y simbólico que ésta deja con la más sectaria de las iniciativas, la Ley de la Memoria Histórica, citada por Sánchez en sus propuestas electorales como un hito a desarrollar aún más. Una ley para ellos, para los que quieren devolvernos a una situación de enfrentamiento con el fin de vencer finalmente a las derechas, pero también, es una ley que nos retrotrae a antes de la Constitución, de la Amnistía, de la Transición, ocultando estos cuarenta años de convivencia y progreso.
Un progreso, una Constitución, que tiene la virtualidad de impedir la impunidad. Los Pujol van a cárcel (aunque los saquen tan pronto), los bárcenas y los gestores del ERE andaluz, e impide el poder absoluto de las elites. Sin embargo, izquierdas y nacionalistas quieren más, lo quieren todo, sin nación tienen derecho a esgrimir la autodeterminación, sin nación tiene derecho a la justicia que otorgue la memoria histórica, ganar la batalla del Ebro y la guerra ahora, y excluir a las derechas del nuevo sistema político a crear, puesto que ya, sin nación, la casta de derechas es ajena al resto, al pueblo o a la buena gente.
La Ley de la Memoria Histórica nos traslada a un mundo virtual en el que estos cuarenta años no han existido, sólo existe el enfrentamiento que se desentierra en la figura de Franco. No sólo las campañas electorales llaman al debate total durante un breve periodo de tiempo, aquí estamos ante un marco ideológico que nos vuelve a arrastrar, como en el pasado, al “romántico” y eterno enfrentamiento hispano. No es mera estrategia electoral. ¡La estáis jodiendo zavalitas!, por eso los militares vuelven a la política.
El circo
Hubo un candidato a la alcaldía de Bilbao que sacó a pasear un circo, hasta los elefantes por las calles, publicitando su campaña. Evidentemente, tras tal exhibición ganó las elecciones, y su mandato, como ya sugería su campaña, constituyó toda una escalada de derroches. No llegó a los cuatro años, su propio partido lo quitó, y la corporación que lo sucediera tuvo que buscar durante dos años recursos de donde fuera porque las arcas estaban vacías.
Los viernes sociales me recuerdan aquel caso. Y de aquella experiencia saqué dos conclusiones, hay que temer a ese tipo de políticos, y hay que temer mucho más al pueblo soberano fácil de seducir en el circo y que está dispuesto en ocasiones a quebrar democráticamente el sistema democrático. Medidas y gestos van a seducir como en la antigüedad la voluntad del pueblo. Pan y circo, y luego se hace cónsul al caballo, o al yerno asesor plenipotenciario.
Tras las medidas de los viernes sociales hay mucha gente feliz, máxime cuando representa un incremento inmediato y aparente de sus rentas o condiciones de vida. Luego viene el quién paga esto. Pero siendo muy serio el déficit presupuestario que se puede acumular, más grave es la carencia de límite político y el abandono de formas parlamentarias al uso que van modificando nuestro sistema político. Los viernes sociales de esta campaña electoral desde el Gobierno rezuma prepotencia bolivariana, se adoptan decisiones precipitadas de consecuencias económicas y políticas profundas con un parlamento disuelto, sin la necesaria deliberación, contraste, y reflexión que el parlamentarismo liberal arbitró para que el sistema democrático perdurara con eficacia. El decisionismo practicado por la izquierda está alterando sustancialmente la política reduciéndola.
El secesionismo catalán, el problema político más grave que sufre nuestro sistema hoy, está silenciado por parte del Gobierno desde el inicio de esta precampaña electoral. Pero el futuro es el esbozado por Iceta y por Sánchez con anterioridad a esta campaña, negociación, diálogo y concesión, incluida la autodeterminación. Se confunden, o les vence su buena voluntad, los que demandan un acuerdo entre el PP, PSOE y C’s, para acordar una solución a este problema, porque desde el decisionismo unilateral de Sánchez sólo existe, quede como quede la Constitución, su solución: la anunciada por Iceta a la espera de que el secesionismo catalán llegue al sesenta y cinco por ciento. Entonces, teniendo en cuenta que no existe referencia superior, constitucional en este caso, se aplicará lo que ya se ha anunciado.
Se confunden los que esperan un viraje postelectoral que acerque a Ciudadanos a Sánchez, primero porque Sánchez no se va a mover, porque su proyecto político no pasa con un Gobierno normal que sume apoyos desde la derecha, su Gobierno va ser una prolongación de estos mueve meses que hemos padecido. Segundo, porque en el tema de la secesión catalana va a proseguir con la política seguida hasta el inicio de esta campaña electoral, la del encuentro de Pedralbes, relator incluido. Sánchez es el caudillo de un nuevo sistema, no podría pactar con Ciudadanos, su proyecto sigue siendo el Frankenstein, en coherencia con un discurso en marcha, y para ello adoptará las medidas necesarias para que la extrema derecha arrolle electoralmente a la derecha democrática. Entonces, le será más fácil aplicar el decisionismo político adoptado, incluso gobernando en minoría y en solitario.
En favor de Sánchez habrá que decir que su adopción de la política populista que formulara Podemos puede convertirse en la salvación del partido socialista cuando el resto de los partidos socialdemócratas europeos han desaparecido o están en vías de hacerlo. Pero al precio de poner en riesgo el sistema político que nos ha amparado tras la dictadura y volver a fórmulas autoritarias del pasado.