NICOLÁS REDONDO TERREROS-EL MUNDO
El autor cree que sería mejor ir a un adelanto electoral en lugar de formar un Gobierno con Podemos que ahondaría en la política de trincheras y que podría ser el principio del fin de todo lo conseguido estos últimos 40 años.
En los periodos de crisis política, las palabras pierden su valor. En esos tiempos turbulentos, la devaluación de las palabras es acompañada de una inflación de gestos y gritos. La falta de confianza ante lo que dicen los políticos se compensa con declaraciones extremas y políticas radicales, consiguiendo crear más alarma y hacer mayor el desprestigio. Esto hemos visto en los días de la investidura. La primera sesión estuvo presidida por el histrionismo de Rivera y el amaneramiento frailuno de Iglesias, desgranando una larga lista de agravios que, formalmente, parecía dedicada a buscar soluciones al impasse negociador con el PSOE, pero que en realidad expresaba la voluntad amenazadora de empezar el discurso electoral. Creo que Iglesias, con su renuncia a formar parte del Gobierno, considera que ha dejado al Ejecutivo en una encrucijada diabólica: su sacrificio al dar un paso atrás tiene que tener una compensación política proporcional. Si los socialistas no pagan al contado, la compensación el PSOE se convertirá en responsable de la ruptura.
La situación política española requiere, como determinadas obras de arte, establecer la distancia correcta para verla en su totalidad física y espiritual. La intervención de Iglesias fue tramposa, fementida, logrando ocultar los verdaderos motivos que hacen difícil un acuerdo entre los socialistas y Podemos. En primer lugar, el simple hecho de tener tres portavoces nos indica que Podemos es un partido complejo, sobre el que Iglesias tiene una autoridad limitada. Ese hecho irrefutable me permite afirmar que Iglesias no podrá comprometer una lealtad plena de su partido con la acción de Gobierno, fueran cuales fueran sus circunstancias. La sentencia del Tribunal Supremo por los acontecimientos del 1 de octubre aparecerá en septiembre: ¿cómo reaccionará Podemos ? ¿El partido de Colau se mantendrá disciplinadamente en la línea marcada por Sánchez ? En el debate de investidura, Iglesias armó un discurso para defender a los presos independentistas estableciendo las diferencias entre la desobediencia civil y los delitos penales. Olvidó que la acción de una persona o un grupo fomentada, subvencionada y apoyada por la administración deja de ser la noble lucha que ampara la desobediencia para convertirse en un delito de malversación, de sedición o de rebelión. Su intervención en ese aspecto mostró bien a las claras las diferencias abismales de un partido profundamente institucional y otro que no se ha desprendido todavía del ideario bolivariano, que entiende la Administración Publica como un instrumento más en sus manos para conseguir objetivos partidarios. Abundó en esa diferencia el segundo portavoz de Podemos. El diputado catalán dejó clara su cercanía ideológica a ERC, con un discurso de corta y pega , plagado de lugares comunes, con ideas propias de algún foro juvenil de fin de semana, organizado por la parroquia del pueblo en las montañas cercanas. Con esos mimbres, los socialistas no pueden empezar con tranquilidad la legislatura: dependerán de un partido demasiado heterogéneo, sin ninguna revisión de sus postulados más populistas y con partes del todo en posiciones muy alejadas de la tradición reformista del PSOE.
Suponiendo que la mitología del Gobierno de izquierdas venciera a la razón, podrían empezar una legislatura azarosa y darían un gozo momentáneo a esos nostálgicos que mueren por recuperar las emociones de una república o una revolución que solo existe en su mente. Pero, una vez traspasada la puerta de la investidura, tendrán que gobernar, y para hacerlo dependerán de partidos como ERC, integrante con Bildu del mismo grupo parlamentario. Durante estas últimas semanas han proliferado las ideas que indican una proximidad morbosa entre Bildu y el PSOE. Desde luego, los socialistas han cometido graves errores, pero nadie con espíritu recto puede afirmar que los socialistas se hayan abrazado jubilosamente a los herederos de ETA en ninguna institución. En Navarra todavía no se ha conformado el Gobierno y supongo que algo tiene que ver el papel de Bildu en ese retraso. Yo sería partidario de no dar el menor pábulo a los pregoneros maliciosos y apresuraría un acuerdo con UPN. Pero, denunciando lo que me parece una equivocación negociadora, hoy día no existe prueba de pacto alguno. Los nuncios de desgracias corren el peligro de criticar durante meses algo que igual nunca sucederá (las relaciones con Bildu, partido que no ha sometido a examen y crítica el terrorismo etarra, es la mejor prueba de la fortaleza o debilidad democrática de quienes las mantienen o las niegan).
Me parece imposible un acuerdo con ERC para gobernar en España. Critiqué con dureza los apoyos de la moción de censura que descabalgó a Rajoy, pero entre una acción política puramente negativa y que el Gobierno de España dependa de un partido que no renuncia a la independencia por vías unilaterales, la distancia es insalvable. Un Gobierno de esta naturaleza y con estos apoyos no sería normal, estaría llamado a ser el primer paso hacia el final del régimen del 78. Es ésta la cuestión en la que no han caído los constitucionalistas que se alegran pensando que Sánchez terminará encabezando un Gobierno con antisistemas y apoyado en el Congreso por ERC y Bildu. ¡No estamos debatiendo la composición del futuro Gobierno! ¡Estamos discutiendo el futuro de todo lo que significó la Transición!
Sobre la posibilidad de recabar los apoyos de Ciudadanos o de PP durante la legislatura no tenemos que perder tiempo… Sencillamente, es imposible que los presten, más si tenemos en cuenta la vigilancia casi carcelaria a la se someten mutuamente. Por otra parte, si lo imposible sucediera y dieran su apoyo a un Gobierno con esta composición, éste se rompería.
Podrían de aquí a septiembre realizar una oferta a los partidos constitucionales. Pero esta opción también resulta quimérica. Rivera ha pagado muy caro internamente la modificación del rumbo político de su partido para retroceder ahora. Más difícil todavía si tenemos en cuenta que ha ido dejando por el camino a los que hacían de Ciudadanos un partido diferente. Seguro que Sánchez no lo ha hecho bien. Estaba obligado a realizar ofertas que nunca llegaron y que nadie ha conocido durante estos largos meses. Pero, aún en el caso de que las hubiera realizado, el final estaba escrito desde el mismo día de las elecciones. El acuerdo con Ciudadanos ha sido inverosímil desde que el partido de Rivera hizo del rechazo a Sánchez la prueba de su consistencia política y su estandarte electoral.
EL PP ganó en su peor momentos a Ciudadanos, pero muy escasamente; y éstos, en un viraje que no han comprendido todos sus simpatizantes, vieron posible a medio plazo y totalmente la sustitución del partido de Casado. Ese cambio estratégico de Ciudadanos, legítimo y a la vez opuesto a los motivos que le hicieron aparecer y crecer, hace que ambos partidos estén más preocupados por lo que hace su enemigo que por construir una alternativa política… Desde entonces se neutralizan, obligándose durante largo tiempo a la inmovilidad o al seguidismo. Hoy por hoy, con Ciudadanos derrapando por la política española y Vox en el horizonte, las posibilidades de apoyar la investidura han sido siempre muy escasas. Tampoco será posible realizar una oposición constructiva si nace la legislatura. La aparición de partidos extremistas ha provocado que la normalidad política, de izquierdas y derechas, se traslade a la periferia y se vayan debilitando todos los rasgos que definen las políticas moderadas realizadas en el centro político. Y la cuestión se agrava cuando los partidos, sus representantes, sus medios de comunicación y sus voceros ven el problema solo en los adversarios: el PP y Ciudadanos pactan amigablemente con Vox donde pueden y el PSOE hace lo mismo con Podemos. Ambos, ciegos, denuncian al contrario cometiendo el mismo error.
Con ocasión de la muerte de Pérez Rubalcaba dije, recordado al regeneracionista Costa, que a Sánchez se le habían acabado los fines de semana(los domingos) en su actividad política. Hoy le queda seguir empecinadamente buscando un Gobierno con Podemos o esperar a que se convoquen elecciones. Yo creo que repetir las elecciones nos muestra, desgraciadamente, el nivel de la política española. Pero sería peor un Gobierno que ahondaría en la política de trincheras y, sobre todo, podría ser el principio del fin de todo lo conseguido estos últimos 40 años. En fin, reduciendo todo a la condición humana, Sánchez en las próximas horas elegirá entre ser presidente de un Gobierno dudoso o presentarse a unas elecciones para ser presidente de todos, para convertirse en un gran presidente.
Nicolás Redondo Terreros es miembros del Consejo Editorial de EL MUNDO.