IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Un eventual pacto entre el PNV y Bildu consolidaría el frente confederal que está en la base de las alianzas del sanchismo

Bajo el espanto de la tragedia valenciana y el ruido del escándalo de Koldo y Ábalos, el lendakari Urkullu ha convocado para abril las elecciones en el País Vasco. Será la segunda meta volante de la triple carrera electoral de este año, cuádruple si se acaba sumando Cataluña y hasta quíntuple si la legislatura nacional se precipita por un barranco. Como no van a ganar ni el PP ni el PSOE nos ahorraremos extrapolaciones aventuradas y cálculos ventajistas temerarios: el juego está entre el PNV y Bildu, a lo sumo con los socialistas como árbitros, y el impacto nacional de esos comicios no tendrá que ver con la correlación de fuerzas entre los partidos sistémicos sino con la estabilidad estructural del Estado.

Para los nacionalistas se trata del poder, y no es poco en la segunda comunidad con mayor PIB per cápita. Para los constitucionalistas (si es que aún se puede incluir al PSOE en esta categoría), de mantener el ‘statu quo’ en un cierto nivel de confianza respecto a la ya de por sí desleída integración vasca en el vigente modelo territorial de España. Por primera vez existe una posibilidad razonable, verosímil, de un triunfo del conglomerado post-etarra, alzado sobre el grave error sanchista de una normalización política y una despenalización moral precipitadas. Si el presidente repite su apuesta de Galicia, en pago de deudas de su investidura o por convicción táctica, el proyecto de los herederos del terrorismo podría acumular una masa crítica compacta que sumar a su relevante influencia en Navarra.

El principal freno de esa tentación consiste en que el PNV es mal enemigo. Al jefe del gobierno Sánchez no le sobran apoyos y sabe que los ‘jeltzales’ son muy capaces de retirarle el suyo si les pone los cuernos, algo que aún no puede permitirse con Bildu. Ese ‘quid pro quo’, que recuerda al chiste del dentista y su paciente, constituye ahora mismo su mayor y mejor activo ante un batacazo en las urnas que sin ser seguro entra en los vaticinios porque su electorado tradicional da signos de cansancio y además está envejecido. Otra cosa es que den los números; si las cuentas para repetir la actual coalición no cuadran tras el escrutinio se abriría un escenario distinto.

Y ahí entra otra combinación aún más inquietante: la de un Ejecutivo en Vitoria conformado por soberanistas burgueses y separatistas radicales. Se detestan, sí, pero no menos que sus correlatos catalanes, a los que esa rivalidad interna no les ha impedido asociarse cada vez que han tenido el poder a su alcance. Un pacto de esta naturaleza construiría un frente de desbordamiento estatutario y horizontes confederales, con potencia suficiente para empujar, junto a Junts y ERC, la fórmula plurinacional que está en la base de las alianzas de Sánchez. Y si alguien piensa que eso es inviable, que recuerde lo que sucedió en Estella en condiciones literalmente sangrantes.