EL CORREO 13/01/14
TONIA ETXARRI
· El lehendakari de todos los vascos debería liderar la deconstrucción del mundo de ETA en vez de rescatar los restos del naufragio
De la manifestación del sábado en favor de los presos de ETA pueden extraerse varias lecturas. La primera, que el descontento de la sociedad nacionalista, mayoritaria en el Parlamento vasco, hacia la gestión del Gobierno de Rajoy sobre el cierre del terrorismo está desembocando en una campaña constante de agitación y propaganda en la que se traspasan los límites que hace tan sólo una semana dijeron que iban a respetar. La amnistía que algunos creyeron que ya había dejado de ser una exigencia superada en los colectivos de presos y excarcelados, fue la consigna más coreada en la manifestación «silenciosa». Una derivada: que ese descontento se refleja en tantos ciudadanos dispuestos a defender a unos presos que no se arrepienten de sus crímenes y que han violentado el Estado democrático durante tantos años. Y una tercera: que la mayoría nacionalista, con la excusa de la prohibición de una manifestación por el juez Velasco, pretende imponer desde la calle la política penitenciaria que, como todo el mundo sabe, corresponde al Gobierno central de turno.
El PNV, desbordado por una manifestación que creyó que iba a discurrir de forma silenciosa, había sorprendido a propios y extraños dando un paso atrás al unirse con la izquierda abertzale, un retroceso hacia el ‘ibarretxismo’ cuyo recuerdo de frustración y enfrentamiento permanece todavía en nuestras retinas y del que, hasta ahora, se había cuidado con una cadena de movimientos muy pausados y pensados el lehendakari Urkullu. Hoy el PNV hará su valoración. Pero a nadie se le escapa que la apuesta se le fue de las manos. Mostró un signo de debilidad ante la presión de Sortu. Y la izquierda abertzale supo aprovecharlo con gran astucia.
Fue, en efecto, la amnistía el grito más coreado en la manifestación «silenciosa» que provocó una sensación de haber sido engañados ya no sólo entre los afiliados del PNV sino en todos aquellos que llegaron a creer la semana pasada que tanto los presos de ETA como los excarcelados, al apostar por la aceptación de la política penitenciaria, renunciaban a la reclamación de la amnistía. La manifestación más ruidosa de los últimos tiempos vino a confirmar la resistencia que aún se detecta en los colectivos próximos a ETA a admitir que no pueden exigir nada a cambio de haber dejado de matar.
Una manifestación, por cierto, en la que no se recordó a Arantza Zulueta, promotora de la foto de familia de ex presos en Durango y detenida por la Guardia Civil. Esta abogada, presunta comisaria política de ETA en las cárceles, de la que el Gobierno vasco llegó a creer, porque alguien se lo contó, que había renunciado a la amnistía, está situada como la ‘penúltima mohicana’ por los servicios policiales antiterroristas. Hoy, el PNV deberá responder a tantas preguntas como se le están haciendo desde todos los flancos. Desde la izquierda abertzale socia de los presos de ETA, con quien desfiló el pasado sábado después de no haberlo hecho durante 15 años, hasta la oposición del PP, PSE y UPyD.
Deberá aclarar si lo del sábado fue una ‘unión temporal’ o, por el contrario, fue flor de un fin de semana. Haber desfilado en esa manifestación como reacción a la prohibición de la que había desautorizado el juez Velasco parece una justificación muy endeble. El auto del juez, por cierto, del que muchos reniegan pero muy pocos habrán leído, decía literalmente que la manifestación inicial, convocada por ‘Tantaz tanta’ tenía como objetivo la defensa de los derechos de los presos (de ETA). Que era «ilícita no tanto por su finalidad, aparentemente inocua, sino por ser parte de la estrategia de una organización (Herrira) cuyas actividades han sido suspendidas por ser indiciariamente, una organización terrorista». Fin de la cita.
Con el reposo de la horas transcurridas deberá responder el PNV también qué ha ganado con esta manifestación y qué ha perdido. En estos últimos años en los que el PNV evitaba apuntarse a la kalejira de los presos de ETA solía emplazar a los organizadores a que le dijeran a ETA que desapareciera. El sábado, nadie planteó esa exigencia. El PNV se metió en un berenjenal del que, si algún dirigente guipuzcoano no se lo impide, tendrá que liberarse cuanto antes si no quiere perder su anhelada centralidad. Mantener su comunicación con La Moncloa y seguir controlando a la oposición vasca que, en este asunto, tampoco tiene mucho de qué presumir, incapaz de aportar una alternativa conjunta al nacionalismo. Ni para una manifestación de fin de semana, como los abertzales.
La portavoz socialista Idoia Mendia, sensata y defensora de la legalidad, salió ayer a la escena, después de que los mensajes de Patxi López se redujeran a unas líneas en su blog, para llamar al PNV «palmero» de Sortu y pedir cuentas al lehendakari. Que se aclare si quiere apuntarse a la unidad nacionalista, le reclamaba. Pero, puestos a pedir cuentas, ella también habrá tenido que hacer lo propio dentro de su partido. Con sus compañeros guipuzcoanos y vitorianos que favorecieron la aprobación de sendos comunicados de crítica a las últimas detenciones de presuntos activistas de ETA. El PP se lamenta del error del PNV mientras le achaca haber estado más cerca de los terroristas que de los demócratas durante muchos años. UPyD, con mensajes tan contundentes como reducida es su fuerza en el Parlamento vasco.
El lehendakari de todos los vascos debería liderar la deconstrucción del mundo de ETA en vez de rescatar los restos del naufragio. La manifestación del sábado, en ese sentido, fue un paso atrás.