IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Las elecciones gallegas son para el PP como esas primeras rondas donde los equipos favoritos se arriesgan a una encerrona

Acaban las navidades y amanecemos otra vez en campaña electoral. O amanecen los partidos, que más que ejercer como agentes constitucionales de la participación democrática se han convertido en máquinas reguladoras de la conversación pública a través de sus cada vez más poderosos aparatos de agitación y propaganda. La población de Galicia representa el 5,7 por ciento del total de España pero la convocatoria autonómica de febrero en esa comunidad va a acaparar la agenda política de esta primera etapa del año y a condicionar el debate institucional de una clase dirigente encerrada en la burbuja de su endogamia. Y no vayan ustedes a pensar que ahí parará la cosa: luego vendrán las elecciones vascas, en junio las europeas y tal vez en otoño se adelanten las catalanas. Recuerden el calendario cuando no acaben de entender lo que pasa ni por qué se toman ciertas decisiones o se dejan de tomar siendo aparentemente urgentes o necesarias.

En realidad, en los comicios gallegos sólo el PP se juega algo. El liderazgo de Feijóo va a pasar la primera reválida después del gatillazo del pasado verano. La condición de favorito constituye en estas ocasiones una especie de cáscara de plátano en su camino y el de Alfonso Rueda, su candidato delegado, obligados ambos a ganar bajo la amenaza de que un paso en falso precipite las dudas de idoneidad en el siempre crispado y sensible ámbito partidario. Para los populares, el 18-F es como uno de esos antipáticos partidos-trampa que juegan el Madrid o el Barcelona contra equipos de Segunda B en las primeras eliminatorias de la Copa: campos pequeños, público encima, rivales motivados, pierna dura, ambiente de encerrona. Si vencen, nadie lo recordará al cabo de unas cuantas horas, mientras que en caso de derrota entrarán en una crisis de proporciones desastrosas. Entre ellas, la más que probable apertura de una indisimulada carrera sucesoria.

Sánchez, en cambio, tiene poco que perder. Ya sufrió en el anterior mandato seis revolcones parciales consecutivos, y en el último de ellos se dejó prácticamente todo el poder territorial del partido. Sin embargo logró salvar ‘in extremis’ lo único que le interesa, que es su propio sitio. Ahora no tiene muchas expectativas más allá de provocar al rival un conflicto susceptible de sembrar el desánimo entre sus filas. Es el adversario el que debe defender su mayoría en uno de los terrenos que mejor domina, cargado de simbolismo además por ser la región donde Feijóo cimentó y construyó su nombradía política. Un tropiezo, un enredo, una zancadilla y la legislatura se volverá para la oposición todavía más cuesta arriba, con un ruido interno que el Gobierno aprovechará para opacar la polémica de la tramitación legislativa de la amnistía. Quizá, en definitiva, lo que se ventila en Galicia es otra oportunidad de comprobar la extraña tendencia de la derecha a sabotearse a sí misma.