LIBERTAD DIGITAL 14/07/16
CRISTINA LOSADA
La expresión del momento, y nunca mejor dicho, es “a día de hoy”. Debe de ser que estamos en la fase del etéreo arte del manejo de los tiempos, como dicen en la jerga. Sea como fuere, a día de hoy, subrayemos el ámbito temporal, no existe ninguna posibilidad de que se forma Gobierno en España después de unas segundas elecciones. Llevamos seis meses y pico en estado de interinidad.
Bélgica cuenta con el récord mundial de tomárselo con mucha calma: allí pasaron más de quinientos días sin formar Gobierno, entre junio de 2010 y diciembre de 2011. La tardanza belga se cita como ejemplo de que no pasa nada por carecer de Gobierno, y en su caso fue verdad. Pero conviene advertir que durante ese interregno los belgas no fueron llamados a las urnas una y otra vez, y que hubo un Gobierno en funciones todo este tiempo: un Gobierno que no tenía que rendir cuentas ante el Parlamento. Dudo mucho de que nuestros partidos aceptaran esa situación, si es que fuera posible con nuestras normas.
A día de hoy, los que descartamos que los partidos en liza estuvieran dispuestos a llegar a unas terceras elecciones estamos a punto de reconocer que nos equivocamos, otra vez, en un pronóstico. Es más, se aprecia aquí y allá en la jungla de declaraciones una voluntad de manifestar que no se tiene miedo a una nueva convocatoria a las urnas. José Andrés Torres Mora, diputado electo del PSOE, exponía así su convicción de que esa tercera ronda no perjudicaría a su partido:
Se nos dice a los socialistas que la sociedad españoles no nos perdonaría unas nuevas elecciones, pero en junio el electorado ha premiado al PP y Podemos, que suman ahora 208 escaños, es decir, 16 más que en diciembre; por el contrario, ha castigado a Ciudadanos y PSOE, que suman ahora 117, es decir, 13 menos que en diciembre.
Sólo una pequeña corrección: Podemos e IU, esta vez juntos, se quedaron como estaban en escaños, al tiempo que perdieron votos, y fue el PP el que subió en escaños y en votos. Pero lo interesante es que, llevando a su consecuencia lógica el análisis de Torres Mora, el camino recto hacia el premio electoral sería provocar la celebración de las terceras. Y yo disiento. Disiento, para empezar, de esa interpretación del comportamiento electoral el 26 de junio: no tuvo más votos el PP en recompensa por forzar la repetición de elecciones. Es verdad que no fueron premiados los dos partidos que intentaron forjar una alternativa, pero eso no significa que se les votara menos por hacerlo. Ni significa tampoco que se premiara al PP porque la bloqueó.
Elisa de la Nuez y Rodrigo Tena han publicado en El Mundo un artículo muy clarificador sobre la pregunta que nos hacemos muchos españoles estos días: «¿Por qué es tan difícil pactar un Gobierno en España?».Ya nos lo preguntamos en los meses posteriores al 20 de diciembre, pero entonces era una situación inédita, estábamos en el ensayo general de la fragmentación, y había que dar tiempo al tiempo: no se transita del bipartidismo al multipartidismo a la primera de cambio. Ahora, sin embargo, nos hacemos la pregunta con el asombro que suscitan las actuaciones incomprensibles. Esto no quiere decir que no haya razones de fondo, algunas lamentables, para la conducta de nuestros partidos. Las hay, y el artículo las expone muy bien, pero el cuadro en su conjunto, el de la ausencia de voluntad para alcanzar acuerdos que permitan iniciar la legislatura, parece una sinrazón. Tanto que el interrogante, a día de hoy, es si la condición sine qua non para que haya un Gobierno en España es que un partido consiga la mayoría absoluta.
De la Nuez y Tena recuerdan algo elemental, algo obvio, que por eso mismo se puede olvidar y desdeñar. Recuerdan que “en las democracias representativas las elecciones son un medio para alcanzar un fin: gobernar. Si se pierde de vista esta idea, no hay manera de salir del círculo”. Gobernar quiere decir programa de gobierno, y es sobre programas, sobre medidas políticas concretas, que debería centrarse la negociación entre los partidos, negociación nonata.
Los partidos que podrían negociar, que comparten, al menos, ciertos consensos básicos, están cada uno en su trinchera, tratando por todos los medios de no mezclarse. Se arrojan unos a otros la responsabilidad de la formación de Gobierno, y antes que asumir una parte de ella, prefieren renunciar a la posibilidad de conseguir que se acepten medidas de sus respectivos programas. A día de hoy, esto es como una pista de baile a última hora de la noche, abandonada ya por la mayoría del público, en la que unos cuantos hombres bailan solos, amarrados a sus cubatas.