Arcadi Espada – El Mundo
Se ha dado a conocer un manifiesto contra el referéndum, que se reserva el derecho de admisión. El que quiera firmarlo no solo debe estar en contra del PP, sino también a favor del Estado de Derecho. La frase preservativa está en mitad de un párrafo de espantosa e irreproducible sintaxis, en que «los y las abajo firmantes» se presentan como personas intachables que no solo «hemos [y hemas] luchado por las libertades contra el franquismo, contra el terrorismo y contra la guerra, por los derechos de las mujeres y de las minorías sociales», sino que luchan ahora «contra los recortes, la corrupción» y rechazan «las políticas del gobierno Rajoy«. Esas son las credenciales de personas tan intachables y este su mezclado saco infame: franquistas, terroristas, terroristas de Estado, machistas, racistas, corruptos y Rajoy. Es extraño, sin embargo, que en su preclaro currículum tan autodistinguidas personas no destaquen el rasgo de autoridad más común que comparten, que es el de haber hecho durante muchos años una eficacísima contribución a la tarea de legitimar moral y políticamente el nacionalismo. Y que, por cierto, el mismo manifiesto prolonga en esas líneas de lenguaje inequívoco que apuestan por «un futuro común, libremente elegido, en el marco de una España plural donde estén reconocidas todas las identidades de los pueblos que la integran». Así pues, si hubiesen querido cargarse absolutamente de razón deberían haber empezado: «Nosotras y nosotros, cuñas y cuños de la misma madera». El manifiesto habría tenido entonces un punto de verdad autocrítica, un relativo temblor de conciencia y la virtud de señalar hasta qué punto de cafre desenvoltura ha llegado un nacionalismo que incluso se permite soltar ya semejante lastre áureo. Porque lo indiscutible es que hasta el señor Rajoy -¡el señor Rajoy!-, la invocación de cuyo nombre es la contraseña sipiosa para formar parte del exclusivo manifiesto, ha combatido el nacionalismo en una medida mayor que la de cualquiera de esos presuntos.
Entre los delincuentes, confirmados o por confirmar, que planean el asalto al Estado de Derecho y sus defensores hay una diferencia sustancial. Los primeros han llegado a incorporar el antisistema a su propio sistema, procediendo lógicamente dado su común interés por la destrucción de la democracia. Por el contrario, del examen de la conducta al otro lado se concluye una paradoja inquietante: la defensa de la democracia exige más pureza de sangre que la defensa de la nación.