Pedro García Cuartango-ABC

  • Ser equidistante es una actitud ante la vida y una filosofía para entender lo que nos pasa

En estos tiempos de cainismo, de odio, de exacerbación de las pasiones y de trincheras, no sólo no me avergüenzo, sino que reivindico la equidistancia como una forma de mirar la realidad. Hay muchas personas que creen insultar a políticos, intelectuales y periodistas con el adjetivo ‘equidistante’. Entre ellos a mí, que me tachan de cobarde y sectario por decir cosas como que la violencia es repudiable venga de donde venga.

Lo diré sin jactancia: me dan igual esos reproches y esas descalificaciones que no hacen más que confirmarme que la política tiene que estar basada en el respeto y en el diálogo. Puedo estar en desacuerdo con Vox y Podemos, pero no son mis enemigos. Aseguraba Voltaire que «la tolerancia no ha provocado nunca ninguna guerra civil, mientras que la intolerancia ha cubierto la tierra de matanzas».

Ser equidistante es una actitud ante la vida y una filosofía para entender lo que nos pasa. La sociedad no se divide entre buenos y malos. Tampoco es cierto en que en estas elecciones tengamos que optar entre fascismo o democracia. Ni tampoco entre libertad o comunismo. Son clichés que suponen un insulto a la inteligencia.

Sí, hay una fractura social en nuestro país. Pero no es entre izquierda y derecha, sino entre quienes se atribuyen la posesión de la verdad y demonizan a sus adversarios y los que creen que la pluralidad y la tolerancia son la base de la democracia parlamentaria.

Ser equidistante es pensar que uno puede no tener razón e intentar comprender los argumentos de quien no piensa como tú. Y ser consciente de que las ideas no son la expresión de algo absoluto, como sostenía Hegel, sino que guardan una estrecha relación con la condición y las circunstancias personales del sujeto. En esto tenía razón Marx cuando afirmaba que la existencia determina la conciencia.

Vivimos en un mundo complejo y volátil, donde las certezas se difuminan y el cambio amenaza nuestro modo de vida. Podemos asumirlo, aunque no nos guste, o podemos encerrarnos en una torre de marfil y maldecir al prójimo.

Si uno opina que Küng era un teólogo respetable, te acusan de ir contra la fe católica. Si defiendes que no se retiren las estatuas de Prieto y Largo Caballero, eres cómplice del totalitarismo. Si criticas a Monasterio por no condenar las amenazas a Iglesias, te llaman mentiroso. Si denuncias que Vox está siendo víctima de ataques violentos, eres fascista. Y así hasta el infinito.

Todo ello demuestra no sólo la regresión intelectual que está sufriendo este país sino además la incapacidad para hacer frente a los graves problemas que requieren consenso entre las fuerzas políticas. Si Sánchez afirma que el PP es un partido de ultraderecha y amenaza con ilegalizar Vox, ¿cómo le vamos a pedir que pacte con Casado? Basta ya de brocha gorda. Soy equidistante.