Pedro García Cuartango-ABC
- Tal vez porque Sánchez no conoció la España anterior a la muerte de Franco, se empeña ahora en crear muros y fomentar la división
El futuro no está escrito, afirmó Adolfo Suárez unos meses después ser nombrado presidente. Era un mensaje de esperanza, pero también de incertidumbre. En julio de 1976, cuando accedió al cargo, pocos creían que un hombre que había sido secretario general del Movimiento podría conducir a España a una democracia. Un año más tarde, los españoles votaron en libertad.
No han faltado en los últimos tiempos, y particularmente ahora, quienes cuestionan la Transición y consideran que fue un apaño que garantizó la impunidad de los franquistas. A mi juicio, es un grave error y un desconocimiento de la historia. Entre otras razones, porque se llevó a cabo de forma consensuada, sin derramamiento de sangre y se logró el milagro en un tiempo récord de pasar de una dictadura a un régimen democrático.
La Transición se hizo como se pudo, improvisando y superando los obstáculos que iban surgiendo. No fue fácil porque existía una resistencia dentro del franquismo a los cambios. Había sectores del Ejército, las fuerzas policiales y la judicatura que veían con temor un proceso que desmontaba las viejas estructuras del régimen.
A quienes sostienen, como Pablo Iglesias, que los dirigentes del franquismo tenían que haber sido llevados a los tribunales por sus responsabilidades penales en la represión, yo les diría que eso era sencillamente imposible por dos motivos. El primero reside en que la Transición sólo se podía realizar de forma pactada, dado que quien ejercía el poder no estaba dispuesto a cederlo para ir a la cárcel. Y el segundo, y más relevante, es que la convivencia sólo podía asentarse en la reconciliación de las dos partes enfrentadas.
La Transición fue posible porque existía un miedo latente en la sociedad española a una reedición de la Guerra Civil. Tanto un sector de la derecha como el PSOE y el PCE realizaron concesiones en aras de la consolidación de una democracia con cabida para todos. Y ese consenso se plasmó en la Constitución, que nos ha proporcionado medio siglo de prosperidad y estabilidad.
Es cierto que la Carta Magna ha envejecido, que hay una crisis política e institucional de gran magnitud y que el consenso se ha roto. Pero sería una temeridad desdeñar lo que costó traer la democracia y los beneficios de la libertad y la tolerancia.
Tal vez porque Sánchez no conoció la España anterior a la muerte de Franco, se empeña ahora en crear muros y fomentar la división. Y también en deslegitimar al poder judicial al poner bajo sospecha la decisión del Supremo sobre García Ortiz. Es una actitud peligrosa porque, como decía Santayana, quienes ignoran la historia, están condenados a revivirla. La Transición no fue perfecta, pero, vistos los horrores de nuestra historia desde Fernando VII, hay motivos para sentirse orgullosos de cómo se hicieron las cosas.