En “Pólvora con aguardiente” (Argos Vergara, 1983), Santiago de Mora-Figueroa, insigne diplomático y agudo observador de la realidad, pone en boca del personaje central del relato, un trasunto literario del autor, una frase probablemente inspirada en aquella más célebre de Benedetti en la que el escritor uruguayo definía al pesimista como un optimista bien informado: “Comenzaba a sospechar -escribe el marqués de Tamarón- que el pesimismo era el precio inevitable que se paga por la lucidez”. Pedro Sánchez prefiere la fabulación a la lucidez, y frente a los agoreros, como gran aportación programática, se ha propuesto poner de moda el optimismo.
Fue quizá este anhelo pueril y caprichoso, el reclamo de un optimismo de ojos vendados, uno de los momentos cumbre de la que parecía iba a ser otra vacua intervención del líder socialista ante el Comité Federal de su partido, órgano que empieza a tener alarmantes similitudes con el Comité Central del Partido Comunista chino. Parecía. Hasta que dijo esto: “Vamos a avanzar con determinación en esa agenda [la agenda progresista, se entiende], con o sin apoyo de la Oposición, con o sin un concurso de un poder legislativo que necesariamente tiene que ser más constructivo y menos restrictivo”. Sánchez soltó la bomba y, como correspondía, se fue a ver a Xi Jinping.
A estas alturas no vamos a descubrir a un Sánchez que en esto del transformismo político y el enmascaramiento de la realidad es alumno aventajado. Probablemente el más aventajado de los presidentes de la democracia
No nos hemos detenido suficientemente en lo revelador de esta frase. O la traía escrita, y por tanto meditada, o le salió así, sobre la marcha, del alma. No sé cuál de las dos hipótesis es la peor. Si fuera otro el que la hubiera pronunciado, quizá podríamos considerarlo como un puntual e inoportuno desahogo. Al ser Sánchez su autor, no es descartable de que se trate de una convicción profunda. El optimismo no es compatible con un Congreso de los Diputados plagado de pesimistas. El contraste de pareceres, la crítica política, la realidad, no pueden entorpecer la propagación de la buena nueva. Recuerden: “La sociedad se construye a través de discursos al margen de las realidades materiales” (Mercenarios de la política, aniquiladores de la convivencia).
A estas alturas no vamos a descubrir a un Sánchez que en esto del transformismo político y el enmascaramiento de la realidad es alumno aventajado. Probablemente el más aventajado de los presidentes que hemos conocido en democracia. No se entiende de otro modo esta otra afirmación, producto de la más audaz de las narratologías: “España vive el mejor momento socioeconómico de las últimas décadas”. Hay que tenerlos octogonales para sostener tal cosa cuando, durante su mandato, el PIB per cápita de los españoles se ha hundido hasta estar 12 puntos por debajo de la media de la UE; cuando la competitividad ocupa un más que mediocre puesto 40, de 67 países, en el último Ránking de competitividad mundial; cuando la inversión empresarial sigue por debajo de las cifras registradas en 2019 y, como ha recordado aquí José Luis Feito, la contrarreforma laboral, junto al aumento de las cotizaciones sociales, “ha contribuido al crecimiento del riesgo de pobreza y exclusión social”. Bravo Yolanda.
Codicia y mediocridad
Sánchez ha declarado la guerra a los pesimistas, él los llama agoreros, porque los pesimistas, como en su día descubrió sorprendida Elsa Triolet (Mille regrets, Folio), son los mejores analistas del presente y predictores del futuro. Como Rafael Jiménez Asensio, quien acaba de desmontarle el discurso a Pedro Sánchez en una materia en la que el presidente del Gobierno debiera sentirse especialmente concernido. “La Administración se muestra cada vez más inadaptada para atender los grandes desafíos a los que se enfrenta la sociedad. Su cada vez más deficiente funcionamiento le aproxima al colapso (Ramió, 2024). Ni tiene la necesaria capacidad estratégica ni tampoco las capacidades administrativas exigidas para ese empeño, que han sido anuladas a lo largo del tiempo por el desdén y la omnipresencia de la política”.
Jiménez Asensio, un estudioso del sector público, no ha conseguido que ningún optimista lea su ponencia y se dé por aludido. Quizá sea culpa de que el autor les obliga a mirarse en el espejo de su codicia y mediocridad: “Dado el inmenso número de cargos públicos de extracción política, lo realmente importante para ellos es seguir a pies juntillas las directrices del Gobierno o del partido. Cualquier desviación de tales exigencias comporta el cese discrecional. La fidelidad partidista perruna es una de las máximas de la supervivencia del político profesional. El nivel profesional de tales altos cargos es, a veces, bajísimo o ajeno a sus competencias; sobre todo de quienes proceden del partido o partidos. Su sentido institucional es nulo”.
El optimismo de Sánchez: ocupación partidista de las instituciones, una polarización planificada, la caída en picado de la posición de España en los rankings de calidad de la democracia…
Añadamos a lo dicho: opaca gestión de los fondos europeos, ninguna reforma estructural relevante de nuestra economía, elevado desempleo juvenil, vivienda inaccesible, fuga de talentos y de no talentos… Por no hablar de la ocupación partidista de las instituciones, los nocivos efectos de una polarización planificada, la falta de ideas y de reacción adecuada ante una crisis migratoria altamente desestabilizadora o la caída en picado de la posición de España en los rankings de calidad de la democracia, según aclaración de Newtral al propio Sánchez: del puesto 20 que ocupábamos en 2018 al 40 en el de Freedom House. España vive el mejor momento… bla, bla, bla.
En “Solos de Clarín” el autor zamorano nos advierte de que únicamente «la virtud tiene argumentos poderosos contra el pesimismo”, y de las cuatro virtudes cardinales es la prudencia la que en mayor grado repercute en la vida de los ciudadanos cuando quien la practica, o la desprecia, es un gobernante. La prudencia es lo opuesto a la temeridad. Y eso es lo malo del optimismo de Sánchez: que además de injustificado es cada vez más temerario.