IÑAKI EZKERRA, EL CORREO 18/02/13
· Lo malo de los ex es que hablan siempre en clave y nunca cuentan lo que nos interesa saber.
Si uno fuera Benedicto XVI se llevaría un buen mosqueo con los periódicos, que han alabado con una misteriosa unanimidad su decisión de dimitir de Papa y meterse en un convento de monjas. La prensa de derechas elogia su honestidad, su sinceridad, su modestia y su valentía mientras la de izquierdas, cuando no se alegra de su jubilación porque ve en él a un ultraconservador, la celebra porque, con ella, limpia el Vaticano y se lleva por delante a los intrigantes y responsables del Vatileaks que le han amargado el papado. A Ratzinger le están echando flores en estos días desde el Opus Dei hasta las FARC. Lo que a uno le choca es que, con tanta coincidencia supraideológica en la celebración de esa renuncia papal, ninguno de nuestros partidos haya decidido seguir tan piropeado ejemplo proponiendo una ley que obligue a un voto de silencio semejante a todos nuestros ex presidentes nacionales y autonómicos.
El voto de silencio es un gran invento y sería mano de santo (nunca mejor dicho) para evitar que irrumpan cíclicamente en la vida del país ese Aznar que juega a apoyar a una familia o a otra de su partido, según con qué pie se levanta, o ese González que ahora desautoriza a Rubalcaba en su táctica de acoso al Gobierno. Aunque, como en este último caso, se invoquen razones de Estado y un pacto nacional que muchos desearíamos, detrás de esa voluntad conciliadora de Felipe hay un enésimo ajuste de cuentas con su propio pasado y otra camuflada desautorización en diferido del aznarista «váyase, señor González». O sea que Felipe le da a Mariano un caramelo envenenado.
Con el voto de silencio nos ahorraríamos las tediosas reapariciones de Esperanza Aguirre, que se ha vuelto más gallega que Rajoy porque de ésa sí que no sabemos si va o viene, y porque larga más que el mayordomo de los Urquijo para no decir nada sustancioso. Lo malo de los ex es que hablan siempre en clave (en la clave de sus viejas rencillas) y nunca cuentan lo que nos interesa saber. Por eso, el voto de silencio sería para esos casos más que recomendable. Por eso, la mejor solución para alguien que ha sido lehendakari como Patxi López es meterse monjo y no desandar su vida volviendo a ser parlamentario como una versión autóctona de ‘El curioso caso de Benjamin Button’, que terminaba sus días convertido en un bebé la mar de rico.
Yo es que creo, con el filósofo José Antonio Marina, que «la religión es fuente de moral». Y creo también que ahora, que tanto se elogia al ex Papa Ratzinger, debemos aprender esa lección de compromiso con el mutismo que quizá antes él aprendió de los lehendakaris del PNV, los únicos que guardan el voto de silencio como Dios manda. Ardanza se limitó a publicar un libro autohagiográfico e Ibarretxe nunca volvió de ultramar. Hoy sólo nos suscita la misma pregunta que el héroe de aquel anuncio de viajes: ‘¿Dónde está Curro?’.
IÑAKI EZKERRA, EL CORREO 18/02/13