Cristian Campos-El Español
Elon Musk, que el pasado 4 de abril compró el 9,2% de Twitter (convirtiéndose en su mayor accionista), que se considera a sí mismo un «fundamentalista» de la libertad de expresión y que hace sólo unos días rechazó un puesto en el consejo de administración, ha afirmado que el potencial de la compañía es inmenso y que él es el hombre que podría «desbloquearlo». También ha afirmado que si su oferta de compra no es aceptada, «reconsiderará» su inversión en Twitter dado que su confianza en los actuales líderes de la compañía californiana es «nula».
Pero Elon Musk, que la revista Forbes considera la persona más rica de la historia de la humanidad gracias a su fortuna estimada de 280.000 millones de euros, no tendrá fácil conseguir el dinero necesario para comprar Twitter «al contado».
Porque 37.600 millones de euros no es una cantidad fácil de reunir, ni siquiera para el hombre más rico de la historia de la humanidad, y es de prever que los financieros y los inversores se lo piensen dos veces antes de meter dinero en la operación a la vista de que Elon Musk ha anunciado que uno de sus objetivos es eliminar la publicidad de Twitter (ahora mismo, la principal fuente de beneficios de la compañía).
Tampoco está claro que el objetivo real de Elon Musk, conocido por su habilidad para generar terremotos bursátiles y financieros con un solo tuit, sea el control de Twitter. Y es que en el caso del propietario de Tesla resulta difícil distinguir al genio del empresario, al empresario del especulador, al especulador del adolescente, y al adolescente del trol.
Y prueba de ello son sus «propuestas» para un Twitter à la Musk. Sin anuncios, con perfiles premium de pago (a un precio de dos o tres euros al mes), con un botón de edición de mensajes, sin moderación (o, mejor dicho, sin una moderación orientada políticamente al gusto de la extrema izquierda americana) y con las oficinas de la compañía reconvertidas en un refugio para vagabundos dada la política de Twitter de permitir el teletrabajo de sus empleados en prácticamente todos los casos.
El hecho de que uno de los principales argumentos en contra de la compra de Twitter por parte de Elon Musk sea el de que Donald Trump «podría» recuperar su cuenta en la red social es indicativo de cuál es la verdadera batalla que se libra aquí. También es relevante la noticia de que los empleados de la compañía californiana han tenido que recurrir a «apoyo emocional» desde que Elon Musk compró el 9,2% de las acciones. O las comparaciones de Elon Musk con Adolf Hitler por parte de la izquierda americana.
Today on Twitter feels like the last evening in a Berlin nightclub at the twilight of Weimar Germany.
— Jeff Jarvis (@jeffjarvis) April 14, 2022
Uno de los principales errores de Twitter (que sus críticos no consideran un error sino una política diseñada de forma deliberada con ese objetivo) ha sido el de implantar una política de moderación de contenidos que permite que grupos extremistas o marginales, reducidos en número, pero muy organizados, denuncien perfiles críticos aprovechándose de la incapacidad de los algoritmos de Twitter para distinguir un «te voy a matar» amenazador de un «te voy a matar» coloquial.
Es gracias a ese fallo (o «error tolerado») del algoritmo de Twitter como los lobbies trans, las granjas de bots prorrusos o la extrema izquierda española han logrado de forma habitual tumbar los perfiles de los usuarios incómodos por mensajes sacados de contexto y gracias a campañas de denuncia masivas. En otros casos, como el mencionado del cierre de la cuenta de Donald Trump, la decisión ha sido estrictamente política por parte de la cúpula de la compañía y en beneficio de un supuesto interés social superior.
El debate nuclear es el de si Twitter es una red social o más bien un medio de comunicación, dado que las fronteras entre esas dos opciones son más borrosas de lo que parece a primera vista.
Si es una red social, cerrar las cuentas de sus usuarios podría violar el derecho de estos a la libertad de expresión, pero liberaría a Twitter de cualquier responsabilidad sobre el contenido de los tuits que se publiquen en él.
Si es un medio de comunicación, la censura de contenidos dudosos sería más fácilmente defendible, pero entonces Twitter sería responsable legalmente de todo aquel contenido que no hubiera sido censurado por sus moderadores.
Es muy probable, en cualquier caso, que la verdadera intención de Musk con su OPA hostil a Twitter no tenga nada que ver con el derecho a la libertad de expresión. Pero lo que no admite discusión es que Twitter se ha convertido (con la complicidad o no de sus responsables: ese es otro debate) en un ejemplo a pequeña escala de cuál es el tipo de sociedad a la que aspiran las elites progresistas occidentales. Una en la que los ciudadanos deben someterse, como en un lecho de Procusto digital, a la ideología hegemónica bajo la amenaza de ser «desaparecidos» o «cancelados» socialmente.
Con Musk o sin Musk, Twitter debería corregir ese sesgo de inmediato si pretende sobrevivir a la ola neoconservadora que ya asoma en el horizonte. Y el hecho de que Elon Musk sea venerado por sus seguidores como se venera a los líderes políticos carismáticos más que como se admiraba en el pasado a los empresarios exitosos es prueba de ello.