José Luis Álvarez-El País
Para desactivar al independentismo es necesaria una reforma de la Constitución que cancele la inmersión lingüística educativa en una sola lengua. El Estado debe atreverse a hacerlo ahora o Cataluña en un futuro se separará de España
El ser humano se diferencia de especies inferiores por su capacidad estratégica: imaginar el pensamiento y emociones del adversario, predecir sus movimientos, sorprenderle decisivamente.
El secesionismo dispone de una estrategia espléndida, diseñada por el político ibérico, con Felipe González, más brillante del siglo XX: Jordi Pujol. Ninguna de sus divisiones actuales quiebra la hegemonía que Pujol construyó.
Pujol enfrentó un desafío de magnitud desconocida a líderes catalanistas precedentes: la inmigración española. El subsistema catalán del capitalismo franquista importó una clase obrera, y media demografía. Cataluña ya no era un pueblo, se convirtió en dos. Uno els de casa, otro els de fora. Sin éstos, Cataluña no era viable, pero dejaba de ser lo que había sido. Pujol adoptó como misión disolver esta antinomia. Su objetivo no es la fusión de los dos pueblos. Es esperar al declive demográfico y cultural de “los otros catalanes” para consolidar la supremacía de els de casa. Una estrategia de décadas. Que “Cataluña, un solo pueblo” pasara a ser el lema del catalanismo fue precisamente para ocultar el objetivo: dos pueblos desiguales.
Ya que desempatar poblaciones a corto era imposible —al matrimonio Pujol, sus clases medias, no les imitaron su fecundidad—, Pujol desarrolló tres políticas que sostuvieran su larga marcha.
La inmersión no existe para integrar sino para señalar qué mitad impone su supremacía
La primera fue la superioridad moral. El momento estelar de Pujol fue cuando, contratacando en el caso Banca Catalana, proclamó: “a partir de ahora, de ética hablaremos nosotros”. Como saben los revolucionarios, y Pujol lo es, ética es lo que ellos tienen y lo que el enemigo no tiene. Con la superioridad ética —real o aparente es políticamente irrelevante— inmovilizó al adversario, desde entonces a la defensiva.
La segunda consistió en una administración y medios de comunicación nacionalistas. Pujol, que conoce mejor España que cualquier líder español Cataluña, previó la indolencia e inocencia de los gobiernos centrales, quien cedieron las competencias precisas para que desde el Govern se fortaleciese la capacidad de insurrección de medio país, tanto que hoy las bases soberanistas son más radicales que sus líderes, quienes les temen, como les teme el gobierno español. El soberanismo siempre ha tenido media población —que por décadas no votasen independencia es elogiable paciencia— y ha contado, y volverá a contar, con la Generalitat. Esta combinación arriba-abajo explica la admirable organización del 1-O.
La tercera fue la inmersión educativa en catalán. No existe para integrar sino para señalar qué mitad del país impone su supremacía. Con ella, a las barreras políticas —un voto de Cornellá vale la mitad de un voto de Lleida—, sociales —los apellidos de las elites catalanas son reveladores— se añaden las culturales. La inmersión es un pivote estratégico: conseguida da todo lo demás porque ablanda la identidad de los inmigrantes. Por eso, el momento revolucionario de las pasadas elecciones fue cuando Arrimadas animó a votar en honor a las raíces andaluzas de los trabajadores del cinturón barcelonés. No sorprende que, morena, socialmente ascendente, sin complejos, atraiga tanto odio africano.
Este no es solo un conflicto político, sino que es esencialmente antropológico
Misión, objetivos, políticas, son elementos de una estrategia, pero no su esencia. Ésta es aplicar los recursos disponibles en el momento que tengan un efecto decisivo sobre las fortalezas clave del oponente. En el designio pujolista, la oportunidad será en unos cinco años, cuando hayan fallecido la mayoría de los llegados a Cataluña en los 50 y 60. Entonces el independentismo superaría el 50% de los votos, incluso podría llegar al 60-65%. Si se han sentido tan amos como para montar un golpe con menos del 50% de la población, es imaginable lo que harán con más. El ritmo maoísta de Pujol tendría un final leninista: un pequeño empuje sería suficiente. Europa, con esos porcentajes, ya no bloquearía la secesión (hipótesis verosímil).
La falta de sangre fría de los sucesores de Pujol estropeó el timing previsto. No han estado a su altura. Han revelado debilidades. La mayor es la aversión de sus clases medias a las consecuencias económicas de un conflicto intenso. La pela es la pela: principio de realidad, medrosa, sin patriotismo. Por ello, los independentistas inteligentes sugieren una legislatura “técnica”, relajar la confrontación, recuperar el ritmo lento. Y cuando llegue el momento demográfico volver a intentarlo, porque siguen disponiendo de los recursos que Pujol construyó y porque no soportan la herida narcisista de haber perdido, otra vez.
¿Qué hacer para derrotar esa estrategia? Toda estrategia debe surgir de la superioridad moral. Este no es sólo un conflicto político. Es antropológico. No exactamente —hay miles de excepciones— pero si esencialmente: donde residen apellidos castellanos se vota constitucionalismo, donde catalanes, independentismo. Intentar independizar Cataluña dejando atrás a media población es una inmoralidad. Ahora de ética tiene que hablar el constitucionalismo, superior moralmente al golpismo, no porque España sea mejor que Cataluña, ambas flatus vocis en un mundo global, sino porque la clase obrera, media población de la residente en los kilómetros cuadrados conocidos como Cataluña, ha sido despreciada. Esta superioridad moral posibilita políticas: ni nación, ni mayores competencias en cultura y educación, ni referéndum. No es humillar. Es ganar.
Pero el tic-tac demográfico continua. La negligencia estratégica de décadas obliga al constitucionalismo a un arriesgado cambio de ritmo, a adelantar el conflicto. Existe una batalla que sorprenderá a los soberanistas, que piensan que el constitucionalismo no se atreverá a ello. Se aplica a su centro de gravedad. Es tan decisiva que los independentistas no tendrán más remedio que acudir al envite, emplear todos sus recursos, luchar hasta el final, unidos, contando con un PNV que se pondrá “estupendo”. Pueden ganar, pero si pierden agotarán su voluntad y recursos. Es la confrontación máxima, concentrada, final. Esta batalla es llevar una reforma constitucional que cancele la inmersión lingüística educativa en una sola lengua. Si el constitucionalismo no se atreve a plantearla, ahora, Cataluña será independiente, cuando “toque” que diría Pujol.
Hace tiempo, Puigdemont exclamó encorajinado “Nos tienen miedo y más miedo nos tendrán”. Gracias al trabajo extraordinario de Jordi Pujol ha sido y es cierto lo primero, y probable lo segundo, a no ser que, en honor de los trabajadores venidos a Cataluña de otras partes de España —esforzados, humildes, respetuosos con la cultura catalana— se tenga finalmente lo que Pujol ha tenido: voluntad y estrategia.
José Luis Álvarez, doctor en Sociología por la Universidad de Harvard, es profesor de INSEAD (Fontainebleau-Singapur).