Lo vi en tus ojos aquella mañana, Emiliano. Fue al amanecer, en una catacumba de Tomelloso. Habíamos hecho allí lo de Alsina. Y tú, por primera vez, hablaste del «pajismo». Lo hiciste sin darte cuenta. Intentaste rectificar el nombre, pero no el fondo. Habías explicado muy bien la idea política tras el pajismo y en contraposición al sanchismo. Pero, claro, sonó raro.
Yo pensé, política y socialmente, que en España hay muchos más pajistas que sanchistas. Así se ha demostrado en las últimas elecciones. Han debido de votarte casi todos los pajistas.
En esta columna que intento levantar, me centraré en la versión política del pajismo. Porque estudié en un colegio de monjas y escribiendo de su versión social, así, en público, me pongo nervioso.
Definiste, Emiliano, el pajismo con somera facilidad. Como su propio nombre indica: sin demasiada planificación, sin alambiques, con eficacia, nervio y brevedad. El pajismo político se caracteriza por una idea de la que nacen todas las demás. Es tan potente esa idea que no hace falta desarrollar el resto. A favor de un PSOE que no pacte con el independentismo.
Pensé, ya aquella mañana en Tomelloso, que esa idea tendría su público. Más y cuando la verbalización del pajismo es hoy más transversal que nunca, común a hombres y mujeres. Siempre pierdo todas las porras, siempre pierdo todo lo que apuesto, pero la noche del domingo me brindó un acierto y tenía que escribirlo. El sanchismo se ha hundido en toda España y el pajismo ha ganado por mayoría absoluta.
Unos meses después de lo de la radio, nos vimos en tu casa, en el Palacio de Fuensalida, Toledo. Hacía calor, pero me recibiste en una sala con chimenea. Tenías el frío del miedo en el cuerpo. Lo disimulabas bien, pero sabías que la suma de PP y Vox tenía una oportunidad para desbancarte. A punto han estado. ¡Por un escaño!
Me encanta el Parlamento de Castilla-La Mancha porque tiene muy pocos diputados. Sólo tres partidos obtienen representación. Sería fantástico replicar ese modelo en las demás Comunidades. No me refiero a lo de los tres partidos, sino a la reducción del número de escaños autonómicos. Cuando no duermo, me preocupo porque escribo como lo haría mi tío Canuto.
Total que estuvimos allí charlando. Pedí cita a tu gabinete para someterte a una «conversación íntima». Te recordé lo del pajismo y nos reímos un rato, pero te pusiste muy serio cuando te lo pregunté de verdad. Oye, qué pasa si Sánchez se estrella. Quién lo sucede. ¿Serás tú, Emiliano?
Fue exactamente así:
–¿Contempla usted dar ese paso para liderar el PSOE?
–No sé lo que pasará ni creo que lo sepa nadie.
Insistí. Creo que, en el fondo, querías que insistiera. Ante la repregunta, hiciste lo que debe hacer todo el que desea reservarse la oportunidad de intentarlo: no mostrar demasiado interés. Eso sería generarse enemigos y adversarios antes de tiempo. No subestimes, Emiliano, a los rivales del pajismo, ni siquiera en su versión social. Todo un vicepresidente autonómico se postuló en contra del sexo sin finalidad reproductiva. ¡Qué dirá cuando le pregunten por el pajismo y la leche derramada!
Dijiste: «Lo que no tengo es ansiedad. Por mi forma de ser, por la vida que he llevado, estoy enormemente satisfecho de haber llegado hasta aquí. Con lo bueno y con lo malo. Si es por vanidad, no daré ese paso».
Pero luego añadiste, y esta es la clave: «Si a alguien le gusta la política y dice que no quiere intervenir en el debate nacional, está engañando. Me importa y me afecta la política nacional. No me movería la ambición, pero me prestaré a ayudar todo lo posible para que vayan bien las cosas en este país. Lo tengo clarísimo».
Con los políticos, conviene insistir hasta el extremo. Si no, luego te pueden acusar de haber interpretado en demasía. Lo hice una vez más y tú, Emiliano, zanjaste: «Yo no amago, hablo claro. Contribuiré y empujaré en la dirección que sea».
Esa dirección ya está clara. El resultado de las elecciones del 23 de julio será tu estrella polar. Una vez Sánchez se estrelle, no te quedará otra: tendrás que encarnar… la erección del pajismo.