Emoción, memoria y linaje

LUIS HARANBURU ALTUNA, EL CORREO 22/08/13

Luis Haranburu Altuna
Luis Haranburu Altuna

· Aferrarse a un sistema de creencias para articular no la sociedad democrática sino una comunidad de creyentes es pura y simplemente un atavismo.

La emoción, la memoria y el linaje constituyen según Danièle Hervieu-Léger, investigadora de las formas de la religiosidad en la sociedad contemporánea, los tres fundamentos esenciales de las nuevas religiones presentes en la sociedad posmoderna. Pienso que los tres elementos convienen a la religión política del abertzalismo, que en estos días trata de acomodarse a la sociedad democrática y secularizada que es la nuestra. Se trata de un difícil encaje dada la idiosincrasia del abertzalismo radical.

Son diversos los analistas que han coincidido en señalar que la comunidad política surgida en torno a ETA reviste las característica de una religión política, que tiene en los sistemas totalitarios su arquetipo más fiel. A. Elorza, J. Caro Baroja, B. Altuna, A. Tamayo, Sáenz de la Fuente o J. Casquete, entre otros, han coincidido desde diversas disciplinas académicas en calificar al movimiento de la izquierda abertzale como una religión política.

El hecho de que el abertzalismo revista la forma de una religión política tiene una gran relevancia al abordar el tema de la reconciliación y la memoria en la sociedad vasca, así como el acomodo de los ‘fieles’ del credo del nacionalista en nuestra sociedad laica y secular. En efecto, no es lo mismo la reconversión entre ideologías temporales, por muy diversas que sean en su contenido, que la reconversión de una religión en ideología secular. La democracia desde que se instituyó como sociedad laica, se define como el ejercicio de la igualdad entre los ciudadanos, sin que el carácter religioso, sexual o de otro signo, supongan ningún añadido ni detrimento en sus derechos. Esta evidencia, que ha costado mucha sangre y sufrimiento, es un postulado del sistema democrático, en la que no encaja la pretensión de poseer la verdad o de pertenecer al grupo de los elegidos. Todos somos iguales, con independencia de las creencias particulares de cada cual.

La emoción, la memoria y el linaje que sustentan el edificio de toda religión política revisten en el caso de la comunidad abertzale radical una urdimbre difícil de homologar en el sistema democrático vigente. La emoción ante la patria irredenta, el sentimiento de opresión nacional, la vibración ante la exaltación violenta o el espíritu de pertenencia al mundo heroico de los gudaris inmolados se hallan en la base de la emoción religante que constituye la comunidad de creyentes. La violencia ejercida por ETA constituye la sangre emocional que fluye en el cuerpo místico abertzale. La memoria de los padecimientos seculares y el recuerdo de quienes dieron su vida en el altar de la patria refuerzan el sentido de quienes ven en su Euskal Herria soñada el absoluto que rige sus vidas. La memoria es la arcilla que construye el solar del linaje de los ancestros que lucharon por la independencia de los vascos. El linaje lo forman todos los que desde tiempo inmemorial se enfrentaron al enemigo que pretendía ocupar la madre tierra –amalurra– que cobija a quienes dieron lo mejor de sí contra romanos, godos, sarracenos, liberales y españoles de toda laya.

La izquierda abertzale tiene un alma usurpadora y ha vampirizado lo mejor de la memoria y el linaje que el nacionalismo sabiniano había acumulado desde finales del siglo XIX. Se ha apropiado de los gudaris caídos en los frentes de la Guerra Civil e incluso ha hecho suyas a las víctimas del bombardeo de Gernika. La religión política abertzale entroniza a sus fieles en el linaje que conforman todos aquellos vascos que significaron algo en la construcción de la identidad étnica vasca. Todos ellos forman parte de la comunidad abertzale, tanto los vivos como, sobre todo, los muertos. La comunidad de los ancestros es parte fundamental del linaje que soporta su fe política.

En lo referente al contenido de las creencias, el mito se equipara al acontecimiento histórico y la opinión vale tanto como la verdad razonada. Todos los partidos políticos se asientan sobre postulados más o menos apriorísticos, pero las religiones políticas se nutren fundamentalmente de postulados reactivos a la crítica y al contraste. La discrepancia es tabú y la heterodoxia se paga con el repudio. Una religión política se resiente ante la igualdad de oportunidades y al igual que todas las religiones pretende un trato de favor.

La referencia al alma religiosa de la formación política abertzale explica en mi modesta opinión su dificultad para integrarse en el sistema democrático al uso del que disfrutamos. Ello explicaría, tal vez, su negativa a asumir el pasado violento y el reconocimiento del daño causado. ¿Qué daño, se preguntan, si lo nuestro ha sido la inevitable manifestación del genio vasco en la historia? ¿A qué víctimas se refieren, si somos nosotros los que hemos padecido la indecible crueldad de la negativa a reconocer nuestra identidad? Desde la religión política los únicos mártires y la únicas víctimas son las de la propia fe. Las demás son gentiles o infieles, que no entendían el despliegue de la razón histórica.

Vistas así las cosas lo que urge es la ‘deconstrucción’ de la sacralidad que la ideología abertzale contiene. Hace ya más de dos siglos, exactamente desde 1789, que las ideologías políticas valen lo que sus razones y sus argumentos. La secularización de la política fue un hito irreversible en Europa y en el mundo; aferrarse a un sistema de creencias para articular, no la sociedad democrática, sino una comunidad de creyentes es pura y simplemente un atavismo.

Al nacionalismo radical, que a duras penas ha abandonado la violencia, le resta todavía la renuncia a sus postulados religiosos para participar en la controversia política sin más bagaje que su razones. La emoción, la memoria y el linaje son pulsiones privadas que han de retornar a la privacidad de lo opinable. Son religión política.

LUIS HARANBURU ALTUNA, EL CORREO 22/08/13