ABC – 23/02/16 – DAVID GISTAU
· El mejor síntoma de la situación del PP es que ya sólo lanza mensajes negativos.
EL ministro de Exterior en funciones concedió este fin de semana una entrevista a Mayte Alcaraz que en su mismo titular ya resultaba interesante. Dice Margallo, para sepultar cualquier conjetura sucesoria –no sea que el PP vuelva a hacerse atractivo para sus votantes–, que la salida de Rajoy desestabilizaría el partido.
Provoca asombro la premisa de la reflexión, porque asume que el PP es, a día de hoy, un partido estable. Y no una organización declinante y vaciada de principios, cautiva de un personalismo muerto, en la que además hay más redadas que en un «speak-easy» de Chicago de los que usaban la fachada de una funeraria como tapadera. El PP sólo necesita desestabilizarse ese ápice más que impida por completo el autoengaño inducido a la militancia por los últimos marianistas profesionales. Sólo entonces será posible que desaparezca un tiempo como los actores que ingresan en la Betty Ford y regresan con mejor semblante, reconstituidos.
Es verdad que esa ausencia temporal sería más fácil de asumir si el vacío no fuera a llenarlo el engendro orwelliano que trama Iglesias con la beatificación de Otegui como remache de ese relato que culpa al 78 por ser franquismo adaptado al medio en la misma medida que premia la «resistencia» y la lucidez etarras. La posibilidad de que surja este personaje colectivo de poder que destrozaría todos los hitos evolutivos que convirtieron España en una democracia europea del siglo XXI –contra la cual Anguita, a modo de Viejo de la Montaña, aún adoctrina a los «hashshashin» del anacronismo leninista– fundamenta la coacción de la que vive Rajoy en sus últimas bocanadas: yo o el caos. Yo o la desestabilización.
Más allá de que muchos de sus votantes prefieren el caos, como en la célebre viñeta de Hermano Lobo, tal es su repugnancia por la corrupción, en el chantaje de Rajoy se aprecia una contracción que define a la perfección su propio encogimiento personal de líder incapaz ya de arrojar el arpón incluso a su debate de investidura. El miedo al desorden, Rajoy lo usaba antes para permanecer en La Moncloa. Ahora, para permanecer en Génova. Es un achique de espacios paulatino en el que se nos hace menguante un político que acaso tenga ya cercano el descubrimiento de que incluso el PP puede vivir sin él. Y mejor. Por más que ello asuste al cortejo de políticos menores que no tienen garantizada la propia supervivencia si no es en la égida del hombre que los creó para asegurarse un entorno sumiso.
El mejor síntoma de la situación del PP es que ya sólo lanza mensajes negativos. El miedo, por ejemplo, la triste candidatura a mal menor. No hay aliento creativo ni fuerza de porvenir. No hay nada emergente ahí dentro, ni otra expectativa salvo las emocionantes conjeturas acerca de quién será el siguiente en salir por la puerta con los grilletes puestos. Esto es lo que Margallo teme que se le desestabilice: la perfecta paz de los emparedados en vida.
ABC – 23/02/16 – DAVID GISTAU