Enrique Gil Calvo-El País

¿Cómo ha podido repetirse el 21-D este eterno retorno del mismo empate interminable?

Ni vencedores ni vencidos, sino reedición del mismo empate polarizado entre secesionistas unilaterales y unionistas constitucionales: aquellos obtienen la decisiva mayoría parlamentaria, estos la mayoría plebiscitaria del voto popular. ¿Cómo ha podido repetirse este eterno retorno del mismo empate interminable? Parecería que los acontecimientos experimentados en septiembre y octubre no han tenido efectos apreciables sobre las conciencias de los catalanes, pues el resultado de las elecciones ha arrojado un análogo reparto de escaños, que coloca al terreno de juego catalán en una situación de impasse.

La explicación técnica es bien conocida, pues la aplicación del sistema electoral en vigor sobre una población dividida por la mitad entre dos provincias rurales comunitarias y otras dos urbanas asociativas (el célebre dualismo entre gemeinschaft y gesellschaft) no puede producir más que ese empate cuando la tasa de participación electoral respectiva se acerca a la paridad. Por eso el bando de Tabarnia se ha comportado con racionalidad instrumental estratégica (como si fueran daneses o fineses), transfiriendo casi todos sus votos a la candidatura del voto útil, mientras que el bando de Carlistania, que acumula desde el siglo XIX altas reservas intactas de capital social particularista y excluyente, se ha comportado como si fueran polacos católicos a machamartillo, votando con indulgencia plenaria al ilegal, incompetente y ahora proscrito expresident que ha conducido a Cataluña a semejante callejón sin salida. Es el mismo mecanismo de supervivencia existencial que explica el voto wasp al impresentable Trump.

¿Y ahora qué? La literatura académica especializada predice que, en las sociedades divididas por el enfrentamiento civil, el empate en tablas (stalemate) favorece la negociación entre las partes, cuando ambas comprenden que no pueden vencer ni superar a la otra. De modo que todavía se abre un cierto margen para la esperanza, a la que se aferran los partidarios de la reforma constitucional o el imposible referendo pactado. Pero hay otro factor que lo envenena todo por ambas partes, y que hace que la probabilidad de la negociación, y mucho más la del acuerdo, se aproximen a cero. Y ese factor es la división interna que aqueja a ambos bandos, llevándoles a algo peor que la parálisis, que es la confrontación intransigente. Si ERC hubiera logrado liderar el bando secesionista, podría plantearse una estrategia de negociación bilateral. Pero enfrentada y sometida al fanatismo del partido carlista del expresident, se impondrá en ese bando la competición por ver quien demuestra mayor radicalismo antiespañol. Y, en la otra orilla, las cosas tampoco serán distintas, cuando se inculpa a Arrimadas por hacer lo mismo que hizo Rajoy. Lo que demuestra que también ahí hay abierta una competición, aunque no por radicalismo sino por electoralismo. Y, en ambos casos, el factor que impedirá un posible compromiso entre catalanes será externo, pues lo hará tanto Rajoy desde Madrid como Puigdemont desde Bruselas.