Jesús Cacho-Vozpópuli

  • Sánchez no está ni mucho menos muerto

Con la cabeza caliente y los pies fríos. Había acudido a su despacho en el complejo de Moncloa a petición suya como editor de Vozpópuli, y abandoné el lugar dominado por la sensación de  perplejidad propia de quien acababa de descubrir en el todopoderoso gurú del presidente del Gobierno a un tipo más simple que el mecanismo de un botijo. Nada por aquí, nada por allá. Ni talento, ni discurso. Simples lugares comunes. Luego, el sátrapa que nos preside se lo quitó de encima en uno de sus cambios de Gobierno sin más explicaciones, con esa fría displicencia que los autócratas suelen desplegar ante los servants cuando, tras haberles sacado el jugo, deciden enviarlos a la papelera. En La Vanguardia ha escrito algunas de las páginas más celebradas de la historia del columnismo patrio en clave de humor, como aquella en la que vaticinaba que Yolanda Díaz «podría convertirse en la primera presidenta de la historia de España». Ahora dicen que ha vuelto a Moncloa y que está de nuevo a las órdenes de Pedro, un Pedro que, en octubre de 2021, es decir hace justamente cuatro años, ya era en su opinión «el pasado». El caso es que el susodicho, de nombre Iván Redondo Bacaicoa, ha decidido competir a cara de perro con el CIS de Félix Tezanos y ha dado a luz esta semana una muy comentada encuesta, elaborada por una consultora de su propiedad para el programa Espejo Público de Antena3, en la que propina un severo correctivo a las aspiraciones electorales del PP, al que deja con 111 escaños, mientras eleva las del PSOE (130) y dispara las de Vox (74). El asunto no hubiera pasado de la mera anécdota entre la lluvia de encuestas que aparecen en los medios, todas por cierto tendencialmente contrarias a lo enunciado por la empresita de Redondo, de no ser por el indisimulado entusiasmo, más bien jolgorio, con que las huestes de Vox han acogido el vaticinio del spin doctor (abanicador) de Sánchez.

El sátrapa se lo quitó de encima sin más explicaciones

A propósito de esa encuesta, he mantenido esta semana un tan civilizado como crítico intercambio de opiniones con un conocido empresario, ex presidente de una de las empresas del Ibex, que ahora se dedica a gestionar su fortuna. Su criterio resume, en mi opinión, el pensamiento de una cierta elite del dinero, gente culta que económicamente sostiene, y lo hace con indisimulado entusiasmo, al partido que en teoría preside Santiago Abascal. Su opinión es que «Sánchez está muerto» (sic) y que la derecha radical no puede aceptar como alternativa a «un Rajoy 2.0 que lo haga peor que el propio Sánchez, como el propio Mariano lo hizo peor que Zapatero«. De su pluma salen palabras hacia la derecha moderada más cercanas al odio que a la crítica política. «En Génova deberían empezar por no considerar a Vox como alguien obligado a dar sus votos al PP porque sí, porque lo dicen ellos. Vox no es culpable de la situación actual. Sus errores y renuncias nos han traído hasta aquí y siguen sin abandonar esa prepotencia que les caracteriza cuando hablan de nosotros, prepotencia que les llevará, como ha ocurrido en la UE y en Alemania, a pactar con los socialistas cuando caiga Sánchez».

Quien esto suscribe no conoce a ningún potencial votante del PP actual, y conoce a muchos, que se haya mostrado partidario, ni siquiera en privado, de esa coalición con el PSOE y mucho menos con el PSOE actual. Es una de esas fábulas que salen de la factoría de la calle Bambú, sede de Vox, y con la que comulga la entusiasta muchachada de Abascal.

Sánchez no es solamente Sánchez: es “La Banda de Sánchez”

— No estaría mal que recordaras a tus amigos de Vox que el enemigo a batir se llama Pedro Sánchez, es Pedro Sánchez, no el PP.
— No hay solución ahí a los problemas de España y mucho menos con Feijóo al frente. Feijóo no hará nada.
— ¿Y tú crees que Julio Ariza lo haría mejor?

El intercambio pone de manifiesto la sima de despecho, casi desprecio, que entre unos y otros han ido cavando entre las dos opciones electorales de la derecha española, abismo que no para de crecer y que hace tan complicado vislumbrar un pacto entre ambas capaz de enderezar el rumbo del país tras el final de la pesadilla Sánchez. Entre la soberbia, a veces insultante, que se ha apoderado de Vox y la falta de consistencia, cuando no pura incongruencia, de la que tan a menudo hace gala Génova 13, las derechas españolas parecen empeñadas en que Pedro Sánchez siga en Moncloa muchos años más, y a poco que se lo propongan lo van a conseguir, lo cual no deja de ser una desgracia para los millones de españoles que sueñan con pasar página de una vez y vivir en un país alejado de muros separadores, sectarismos, manipulación y mentira.

Sánchez es la cabeza de la serpiente

Pedro Sánchez no está ni mucho menos muerto. Asediado por la corrupción, cierto, cercado por los tribunales de justicia, en efecto, aislado en la escena internacional, también, siempre en la cuerda floja y a merced de sus socios, además, pero no muerto. El refrán nos advierte de los riesgos de vender la piel del oso antes de cazarlo. Vox cree que Sánchez ya es historia, y que entonces de lo que ahora se trata es de disputarse la primogenitura de la derecha española a garrotazo limpio, como en el cuadro de Goya. Craso error, porque Sánchez no es solamente Sánchez: es “La Banda de Sánchez” como en su día enunció Albert Ribera. Una banda que se hizo primero con el control del partido, que después logró hacerse con el Gobierno de la nación, y que finalmente se ha apoderado del Estado. Y que cuando consolide su dominio del Estado intentará domeñar a la sociedad entera y ponerla a su servicio. Le pasó hace no demasiado tiempo a un país con una sólida estructura económica y una trama cultural mucho más densa que la española actual, la Alemania de los años treinta del pasado siglo. Doce años, los que van de 1933 a 1945, le bastaron a una “banda” para destruir el país más rico y culto de entonces. La izquierda española, convertida hoy toda ella en extrema izquierda, ha firmado un nuevo Pacto de San Sebastián, similar al que también en los años treinta acabó con el reinado de Alfonso XIII, con los nacionalismos de derechas catalán y vasco para acabar con la etapa más fructífera de la historia de España (al menos en lo que a paz social y prosperidad material se refiere), y ese pacto no se va a disolver fácilmente para que sus integrantes se vayan tranquilamente a casa. Sánchez es el mascarón de proa de esa alianza.

Sánchez es la cabeza de la serpiente. Y la banda tiene un guión que pretende cumplir fielmente. Hoy sabemos que el felón quiere seguir, que su partido le apoya y que sus socios han decidido mantenerlo en Moncloa porque jamás se verán en semejante favorable tesitura. Se diría más: Sánchez es un mero prisionero de la banda, de forma que aunque quisiera dimitir probablemente sus socios no le permitirían hacerlo. Redondo, la voz de su amo, ha publicado recientemente en La Vanguardia del señor conde un artículo sobre lo que él llama la «teoría del reencuentro total», que, en palabras de Alejandro Fernández, líder del PP catalán, consiste básicamente «en liquidar la nación española y convertirla en una confederación plurinacional, en un corral de la Pacheca». Para hacerlo posible habría que reformar la ley electoral a la medida de los socios, proceso que acabaría con una consulta, el referéndum del «reencuentro total» o el abrazo mortal que terminaría con la España que hemos conocido, sustituida en realidad por una Confederación de Repúblicas Socialistas Ibéricas al gusto de esta izquierda enloquecida que padecemos. En el diseño sobra, obviamente, la Monarquía, obstáculo menor en los planes de la «banda». ¿Imposible? Recordemos que Sánchez dijo que jamás se aprobaría una amnistía, y también dijo que… bla, bla, bla. Los miembros de este Pacto de San Sebastián redivivo saben que sólo tendrán una oportunidad de culminar su proyecto, razón por la cual jamás darán un paso atrás. Y no respetarán nada. Ni siquiera el resultado de unas elecciones que les sean contrarias, ello dando por sentado que Sánchez llegue o llegara a convocarlas, lo cual es mucho suponer a la luz de lo que hoy sabemos del personaje. Por desgracia, se cumple de nuevo esa eterna regla histórica según la cual cuando se produce un acontecimiento decisivo, un punto de ruptura con el pasado que termina con el establecimiento de un orden nuevo, los contemporáneos son los últimos en enterarse, los últimos en advertir que alguien les está robando su mundo para introducirles en otro lleno de peligros. Solo se dan cuenta al final del proceso, cuando ya es demasiado tarde para reaccionar.

Nuestras derechas no terminan de percatarse del peligro

Se trata de una amenaza existencial para España. Estamos ante una situación límite, pero parece que nuestras derechas no terminan de percatarse del peligro, enfrascadas como están en escupirse mutuamente. Cuenta el periodista y escritor alemán Sebastian Haffner que Hitler, de quien fue sañudo opositor, no superó nunca la adhesión de un 60% de la población alemana, preguntándose por qué no reaccionó el 40% restante. Se respondió a sí mismo asegurando que esos millones de alemanes se cruzaron de brazos esperando la llegada de un líder carismático capaz de enfrentarse al monstruo, líder que nunca apareció. En España no tenemos líderes, ni sociedad civil digna de tal nombre, ni elites económico-financieras o culturales capaces de encabezar una revuelta efectiva contra nuestro particular monstruito. Estamos en manos de un protodelincuente avalado por una carrera de Económicas que ni siquiera le pertrechó intelectualmente para acometer una simple tesis doctoral, y que financió su carrera política con el dinero de la prostitución masculina salido de las saunas de su suegro. Un perfecto amoral dispuesto a todo, dispuesto incluso, como hemos podido ver estos días, a plantear abiertamente un conflicto más allá de lo diplomático con un estado como Israel para tapar la herida purulenta de su inabarcable corrupción. Un tipo cuya peor versión probablemente todavía no conocemos. El riesgo que corremos es enorme. Para derrotar al autócrata en las urnas no disponemos más que de dos partidos cuyos líderes, Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal, no se hablan desde hace tiempo, aunque, en opinión de Alfonso Ussía, el verdadero líder de Vox es Julio Ariza, 68, propietario y presidente del Grupo Intereconomía. «Reúnanse y hablen. Olviden rencillas y malos modos. Pero háganlo los dos auténticos líderes del PP y Vox, Núñez Feijóo y Julio Ariza, el fantasma oculto de las finanzas saltarinas y los golpes en el pecho. Ellos son los que mandan», escribía Ussía el pasado 16 de septiembre. Con estos bueyes hay que arar.

De aquel genuino Vox de los primeros tiempos, al que, desaparecido Ciudadanos, tantas nobles gentes huidas de la molicie del PP de Rajoy pensó seriamente en votar hasta que Abascal puso en la calle a los miembros de su ala liberal, no queda nada. Vox se fundó, lo sabe muy bien Santiago, para obligar al PP a abordar las reformas de fondo que el país necesita desde hace lustros y que la burocratización y la pérdida de referentes ideológicos del partido siempre han frustrado. En su seno llevaba incluso fecha de caducidad para el improbable caso de que esas reformas hubieran llegado un día a hacerse realidad. Vox es hoy otra cosa. Una cúpula parapetada en la calle Bambú de la que poco o nada se sabe. ¿Quién manda de verdad? ¿Es Ariza o Quico Méndez Monasterio, el misterioso hombre en la sombra que ahora pasa la gorrilla por las empresas junto a Gabriel Ariza? ¿Cuál es el poder real de Abascal hoy? «Mandan los ocultos y los segundones», dice Ussía. Y una cosa bastante fea, airada, faltona, macarra incluso, reacia a la crítica, que, como la mafia monclovita, ignora que los medios están para fiscalizar a los políticos y no al revés. Los parecidos entre PSOE y Vox, sin duda circunstanciales, son a veces sonrojantes. Como las muletas con las que ambos tientan al PP y que las dóciles gentes de Génova cogen con docilidad pasmosa, caso del llamado “síndrome post aborto” que Vox plantea en el consistorio madrileño y que el «listo» del alcalde Martínez-Almeida coge al vuelo metiendo a Génova en un charco. Cortinas de humo, ahora el aborto, con las que un Gobierno que no gobierna intenta explotar las contradicciones de una derecha a menudo tan cobarde como acomplejada.

Dejen de tocarnos las pelotas con sus cuitas y pónganse a trabajar

Feijóo ha dicho palabras llenas de sentido en el “Foro La Toja” celebrado este fin de semana en El Grove, Pontevedra. Se ha ofrecido para trabajar por “la reconciliación”, que ve como “la principal tarea política a acometer hoy en España”. Y está bien, muy bien, pero no es suficiente. Rescatar a España de los «intereses pequeños y a veces personales de unas pocas minorías que la tienen atrapada» no se logrará con las políticas socialdemócratas de los Nadal de turno ni con las rebajas fiscales a mascotas de Juanma Moreno. Esto es más grave, exige mucho más, reclama infinitamente más esfuerzo. Y debe empezar por la tarea inaplazable de echar a Sánchez. Su partido mantiene una deuda impagable con España, la de dos mayorías absolutas dilapidadas de forma criminal, que usted debería plantearse saldar con valor y determinación, no con medias tintas. Usted es el único candidato posible a la presidencia del Gobierno, y debería ser usted quien, haciendo de tripas corazón, moviera ficha para llegar a algún tipo de acuerdo con Abascal. La dramática situación que vive España así lo exige. Porque una cosa son los líderes de Vox en la sombra, los Ariza y Monasterio, y otra muy distinta sus millones de votantes, gentes que, como los del PP, desean lo mejor para España. Opten por PP o por Vox, los españoles de centro derecha pasan olímpicamente de los celos, envidias y rencores entre la calle Bambú y la calle Génova. Y les importa un pito que Vox suba o baje en las encuestas o que lo haga el PP. Lo trascendente de verdad es que la suma de ambos arroje una mayoría absoluta, si es holgada tanto mejor, que permita un Gobierno de coalición capaz de abordar esas cuatro o cinco reformas esenciales, pongamos que diez, no más, capaces de invertir el rumbo de colisión que lleva el país y plantear un futuro de paz y prosperidad para todos. Tampoco aspiramos a más. Nos conformamos con poco. Así que dejen de tocarnos las pelotas con sus cuitas y pónganse a trabajar. Lo prioritario es poner a Sánchez en la calle cuanto antes. Aceptamos cárcel como animal de compañía. De modo que unan fuerzas en el logro de ese objetivo o callen para siempre. La historia nunca les perdonaría una nueva traición.