Ignacio Camacho-ABC
- Los vuelcos electorales ocurren por desgaste de los gobiernos pero sólo cuando la oposición no compite en deméritos
En política suele decirse, con razón, que los vuelcos electorales no se producen tanto por mérito de la oposición como por demérito del Gobierno, que es el que acaba perdiendo el poder cuando añade una acumulación de desaciertos al natural desgaste del tiempo. En España, tan dada a rarezas y experimentos, está a punto de ocurrir al revés y darse el caso de que la oposición se empeñe en entregar el triunfo que tiene al alcance de la mano. Con el sanchismo prematuramente achicharrado, lo extraño no es que la intención de voto de la derecha roce la mayoría absoluta sino que no esté en los 202 diputados que sacó el rutilante Felipe González del ‘cambio’. Los pactos con los separatistas y Podemos irritan a millones de ciudadanos y a la catarsis pendiente de una pandemia que mató a ciento y pico mil españoles -que ni siquiera han sido bien contados- se está sumando el impacto de una crisis de desabastecimiento y precios capaz de llevarse por delante al Ejecutivo mejor asentado. Y sin embargo el partido que debería emerger como esperanza frente a esa ruina se ha sumido en una crisis artificial, en una espiral de luchas intestinas que sólo es posible explicar desde la hipótesis de un ataque de pánico a la responsabilidad o de la imprevista eclosión de un instinto suicida. Y un presidente con la reelección en franca cuesta arriba empieza a pensar que el adversario que se le echaba encima va a otorgarle una oportunidad extra con su pulsión autodestructiva.
El conflicto del PP de Madrid no es un vulgar pulso interno de esos que cimbrean a menudo las estructuras partidistas. Es un despropósito que lesiona el prestigio y la credibilidad de la alternativa. La factura de este sorprendente enfrentamiento se mide en términos reputacionales y de confianza pero también en su efecto aritmético: al centro-derecha le será muy difícil ganar las elecciones sin el caudal de votos que le aporta su feudo madrileño. Complicarse la vida en la circunscripción con más escaños equivale a renunciar al relevo por falta de coraje y de inteligencia para merecerlo. Casado y su entorno dan la impresión de no haber calculado el efecto de este enredo en la proyección de su liderazgo. Enfrascada en la obsesión por el control orgánico, la dirección nacional de los populares está olvidando que ese tipo de pugilatos abre severas dudas sobre su compromiso de Estado. El problema es grave porque entraña un cierto desdén por la sensibilidad de los votantes, que necesitan ver en los candidatos una actitud madura, una conciencia responsable, y no entienden que quienes no han ganado a nadie cuestionen a la autora de la mayor derrota que ha sufrido Sánchez. El PP sólo ha vencido cuando de verdad ha sido liberal, es decir, cuando ha sabido integrar a dirigentes brillantes de perfil distinto sin temor a que el proyecto pierda sentido. Cuando ha logrado coaligarse consigo mismo.