Cristian Campos-El Español
 

La campaña empieza fuerte. Yolanda Díaz propone en su programa electoral controlar y expulsar de la profesión a los periodistas que «desinformen». Es decir, a los que critiquen al gobierno, siempre que el gobierno lo ocupen ella y sus socios. De la labor de limpia se encargará un comité de sicarios designados por el gobierno, por aquello de no mancharse las manos con esas tareas menores que pueden encargarse a un verdugo.

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Yolanda no se habría atrevido a visibilizar con tanto desparpajo su vena totalitaria si Pedro Sánchez no le hubiera abierto la puerta con sus críticas a esa prensa que, en su opinión, es en un 90% pura ultraderecha.

Tampoco es casualidad que las críticas de Sánchez a la prensa, trumpismo puro y duro, y la propuesta de Yolanda de amordazar a la prensa libre, franquismo a tumba abierta, hayan coincidido con algunos artículos en la prensa fetén, la del 10%, que critican a otros compañeros de profesión, como Alsina o Ana Rosa Quintana, por hacer periodismo. Como dice Rafa Latorre, el progresismo propone ahora sancionar, quién sabe si incluso penalmente, a aquellos que hagan con Sánchez y Yolanda lo que el progresismo ha hecho durante cuatro años con Isabel Díaz Ayuso.

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Oficialmente, la campaña electoral empezó ayer jueves a las 00:00 de la noche. En realidad, estas dos semanas hasta las elecciones del 23 de julio son sólo el epílogo a una legislatura diseñada como una gigantesca, intrusiva y extenuante campaña electoral de cuatro años. Si gana Pedro Sánchez, tendremos cuatro años más de campaña electoral y comprobaremos cuánto resiste un español la intromisión continua de la política en todos y cada uno de los aspectos de su vida. Si gana Feijóo, quizá consigamos cuatro años de descompresión. Hasta 2027.

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La campaña electoral del 28-M empezó con la tradicional pegada de bofetadas en Barcelona (recuerden, okupas contra policías) y la del 23-J empieza con la también tradicional cornada contra la realidad del miura Tezanos, de la ganadería Victorino Ferraz, en su particular sanfermín demoscópico. Según Tezanos, el PP ganará las elecciones por dos pírricas décimas, pero el que gobernará en solitario con Sumar, y sin necesidad de los votos de ERC o Bildu, es Pedro Sánchez.

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El CIS ha echado toda la cabaña argentina en el asador. Porque no sólo le da la Moncloa a Pedro Sánchez, sino que lo hace liberándolo de las ataduras que lo han convertido en el presidente más débil en 45 años de democracia. Y esa hazaña la conseguirá Sánchez ¡perdiendo las elecciones! Supérenme eso.

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Como en el fútbol inglés, donde los descendidos de la Premier League pasan a jugar la Championship, que suena incluso mejor que la categoría reina, Sánchez pierde las elecciones, pero se lleva todos los premios de la tómbola electoral: la Moncloa, un gobierno casi en solitario junto a ese PSOE de marca blanca llamado Sumar y, por supuesto, el Falcon.

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El mito del Pedro Sánchez triunfador es digno de estudio. Sobre todo a la vista de que su carrera ha sido un largo rosario de fracasos solventados únicamente por una imperturbable aplicación del principio maquiavélico del fin y los medios. Porque Sánchez no ha arrasado jamás en las urnas como AyusoMoreno o el mismo Feijóo, sino en la mesa de negociaciones, donde ha demostrado, ahí sí, una sobrenatural maestría.

Algunos aguafiestas dirán que pagando San Pedro canta, pero a la vista están los resultados. ¿Quién duerme hoy en la Moncloa, Sánchez o Casado?

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Pero repasemos. Pedro Sánchez llegó a la secretaria general del PSOE en 2014 tras enfrentarse a Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias, dos pesos pluma del partido, y fue expulsado del cargo en 2016 tras un esperpéntico comité federal en el que alguien intentó amañar las votaciones escondiendo una urna detrás de una cortina.

En 2015 logró el peor resultado histórico del PSOE (90 escaños) y en la repetición electoral de 2016 batió su propio récord negativo (85).

Tras recuperar la secretaría general del PSOE con el apoyo de las bases y en contra de su propio partido, llegó a la Moncloa sin pasar por las urnas y con una moción de censura pactada con Podemos, ERC, PDeCAT y EH Bildu, entre otros.

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En las elecciones de 2019, Sánchez, con el PP en 66 diputados, se quedó en 123 escaños. El peor resultado jamás obtenido por un presidente en ejercicio.

Sánchez repitió entonces las elecciones dando por segura una mejora de los resultados. Sacó 120 escaños. Y eso con Ciudadanos desplomándose desde los 57 a los 10 escaños.

Que el Sánchez real defraude las expectativas que el Sánchez imaginario pone en sí mismo ha sido la única constante en la carrera del presidente. Cuando Sánchez ya ha coronado el Everest de su autoestima, los españoles todavía andan por el campamento base, meditando si subir con él a la cima o dejar que sean otros los que mueran en las laderas de una montaña que ellos nunca votaron escalar.

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Tras llegar a la Moncloa pactando con todos los que antes le quitaban el sueño, Sánchez sólo ha coleccionado derrotas aplastantes. Tras perder Andalucía en 2018, un hito en una comunidad cautiva y férreamente controlada durante 40 años por un el socialismo, vio como la Comunidad de Madrid caía de nuevo en manos del PP a pesar de que el ganador de las elecciones había sido Ángel Gabilondo.

En 2021 volvió a perder en Madrid tras un rocambolesco intento de moción de censura en Murcia, creando el mito de Isabel Díaz Ayuso. En 2022 y 2023, la Comunidad de Madrid y la de Andalucía dieron amplias mayorías absolutas al PP. La primera es hoy el motor económico, político y cultural español. La segunda es la comunidad del futuro. Cataluña, el último baluarte del PSOE/PSC, es en cambio una comunidad en decadencia.

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Tras caer derrotado en las elecciones autonómicas y municipales del pasado 28-M después de una campaña centrada en su persona (en contra del criterio de los barones y de los alcaldes socialistas), Sánchez intentó acallar las críticas convocando elecciones anticipadas en pleno mes de julio.

Hoy, los sondeos le sitúan entre 40 y 50 escaños por detrás del PP. Sánchez podría convertirse así en el primer presidente español que pierde unas elecciones ocupando la Moncloa y controlando, por tanto, todos los resortes del poder.

¿De dónde sale, en fin, el mito del Sánchez triunfador contra viento y marea?

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Decía Víctor Núñez en su columna del jueves en EL ESPAÑOL que tanto PP como PSOE venden su propio marco a través de «sus» encuestadoras. El del PP es el marco del voto útil («un voto a Vox es un voto para Sánchez»).

El marco del PSOE es la épica del superviviente («todavía queda partido»).

El PP busca así mover el voto desde Vox hacia Feijóo. El PSOE, movilizar a unos votantes de izquierdas hoy fuertemente desmotivados.

El problema para el PSOE, claro, es que el primer marco es factualmente cierto. El segundo es sólo un desiderátum. Al menos, a la vista de los sondeos de 7 de julio.

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María Teresa Pérez, secretaria de Acción Institucional de Podemos, ha mandado «a tomar por culo» a los empresarios que han pedido retrasar la edad de la jubilación hasta los 72 años. La propuesta puede ser más o menos debatible, pero lo que es evidente es que la esperanza de vida ha aumentado en España doce años en cinco décadas (de los 71,63 años de 1971 a los 83,07 años de 2021), y que eso es un factor a considerar.

María Teresa Pérez, en cualquier caso, pertenece a un partido que ha gobernado España junto al PSOE y que aspira a seguir gobernándola, esta vez desde Sumar, que es Podemos con otro nombre. El 23-J no sólo se vota para mantener o sacar a Pedro Sánchez de la Moncloa, sino también para decidir cuál es el papel que partidos como Podemos/Sumar deben jugar en una democracia liberal.

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Dice Carles Puigdemont que el PSOE le ha ofrecido varias veces el indulto a cambio de una breve estancia en la cárcel. Sostiene Alejandro Fernández, del PP, que Puigdemont puede ser muchas cosas, pero no un mentiroso. La afirmación de Fernández es debatible (un estafador no deja de ser un mentiroso), pero el dilema es de órdago porque, si pocos son los motivos para creer lo que dice un prófugo de la Justicia, ¿cuántos hay para creer en lo que diga Sánchez? ¡Como si no hubiera mentido antes en este asunto en concreto!

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El PSOE confía en que el debate cara a cara del próximo lunes le dé un vuelco a los sondeos. Mucha esperanza es eso, porque no hay prueba alguna de que ningún debate haya cambiado jamás, ni siquiera mínimamente, el sentido del voto de los ciudadanos. Pero de algo están convencidos ambos partidos. El debate no lo decidirá la confrontación entre propuestas, sino la imagen que transmitan los candidatos. Es decir, que el debate se decidirá en el terreno de las percepciones. Si yo fuera Feijóo me andaría con cuidado. Sánchez ha construido una Iglesia entera sobre esa roca.