Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
Ayer empezó en Bilbao el congreso anual del Instituto de la Empresa Familiar, que reúne a un amplio número de personas pertenecientes a este subgrupo de emprendedores. En general, los empresarios no gozan entre nosotros de un reconocimiento social muy elevado. Basta con leer los periódicos y ver las cosas que dicen de ellos los líderes ‘progresistas’ que ahora nos gobiernan, a pesar de que entre todos ellos no han creado ni la mitad de progreso que los reunidos ayer en el Euskalduna. Cuando no son el lobo que destripa a las ovejas, son la vaca a ordeñar para que los demás coman. Jamás se les ve como el caballo que tira del carro. O se considera que pagan pocos impuestos -oigan a la ministra de Hacienda- o que explotan a sus empleados de manera despiadada con horarios excesivos y salarios escasos -escuchen a la vicepresidenta segunda-.
Por su parte, el presidente del Gobierno no tuvo tiempo, supongo que tampoco ganas, de acercarse al congreso. Lleva cinco años sin encontrar la oportunidad de hacerlo. Sin duda es un desplante, pero si hace eso en el Congreso de los Diputados y en el Senado, cómo no lo va a hacer en una reunión de la empresa familiar. El lehendakari les animó a mantener su vocación de aceptar riesgos. Un reconocimiento que siempre manifiesta en este tipo de actos y que suele olvidar después a la hora de concretarlo en leyes y normas.
De todas maneras, es cierto que dentro del colectivo empresarial la empresa familiar goza de mayor reconocimiento y suscita una menor animadversión entre la ciudadanía. Supongo que el tamaño ayuda y, en general y con escasas y sonoras excepciones, este tipo de empresas no suele superar el tamaño medio, que en Europa sería pequeño. Como también lo hace el que se pueda poner cara y ojos a quien invierte sus dineros y emplea a sus trabajadores lejos de la frialdad de las ‘anónimas’. El Rey dio una razón más cuando aseguró que el «arraigo» es uno de los valores de la empresa familiar. Sin duda lo es. Tener el taller debajo de la vivienda, caso muy común en la empresa vasca de hace pocos años, confiere un carácter, crea unos lazos y genera unas obligaciones especiales y, por lo general, apreciadas por el entorno, si extraemos del entorno a los miembros de ETA para los que más que un reconocimiento supuso una mayor facilidad operativa.
El presidente del IEF se quejó del escaso reconocimiento recibido por los gobernantes y pidió un alivio de la carga fiscal que soporta el empleo. Quizás obtenga alguna declaración de apoyo formal, pero ya se puede olvidar de que vaya acompañada del menor alivio fiscal. Más bien debería temer lo contrario. Al tiempo.