Ignacio Camacho-ABC
- No fue una parodia. Era Simón en persona vaticinando sin un solo dato que la variante del virus apenas tendrá impacto
Fue inevitable el escalofrío. La misma inflexión de la voz, casi las mismas palabras, hasta el mismo o similar jersey (el de las «pelotillas» que dice el maestro Burgos) que hace diez meses, cuando aquello de «habrá como mucho uno o dos casos». Peroraba el inefable Simón sobre el aumento del contagio tras las fiestas navideñas, con ese tono de comentarista en el que es imposible reconocer al teórico responsable científico del control de la pandemia, cuando se atrevió, con todo desparpajo, a evocar el momento culminante de su grado de incompetencia. «El impacto de la nueva cepa en España será marginal», dijo con mucho aplomo el profeta. No fue una autoparodia: lo afirmó con seguridad plena, sin aportar un solo dato clínico, analítico o epidemiológico que avalara su convicción de certeza. De inmediato las redes se poblaron de memes jocosos y la guasona frase «vamos a morir todos» se convirtió en tendencia. He ahí la medida exacta del crédito del Gobierno ante el problema más grave de las últimas décadas: un portavoz imposible de tomar en serio, convertido en motivo de cachondeo y befa, con la reputación destruida a los ojos de la nación entera.
Tanto él como el ministro Illa, candidato en campaña, se conducen como meros relatores que cada tarde desgranan ristras de estadísticas sobre hospitalizaciones o incidencia acumulada. No anuncian medidas, ni órdenes, ni instrucciones que valgan para considerarlos representantes de la autoridad máxima de un país en estado -literal y jurídico- de alarma. Los ciudadanos tienen que escuchar a los jerarcas de sus respectivas autonomías para conocer las limitaciones de su actividad cotidiana. Poco pueden esperar de esta pareja como de mediocre comedia cinematográfica, uno encantado de su vacua cháchara y el otro con gesto contrito y eterna cara de circunstancias; incapaces ambos de transmitir la menor confianza. En realidad, ejercen de lo que son: subalternos, peones sin relevancia de un Ejecutivo instalado en la estrategia (?) de no hacer nada, de soslayar cualquier decisión que no salga de su eficiente maquinaria de propaganda. Lo llaman cogobernanza: la forma de denominar a un Gabinete fantasma que lo mismo se inhibe de una crisis migratoria que de una sanitaria, de una subida de la luz que de los estragos de una borrasca.
Así el virus, el enemigo del año, cabalga otra vez desbocado sin que nadie dé la sensación de estar al mando. Illa comunica el lento reparto de las vacunas como si fuera el encargado de una plataforma logística de Amazon y Simón reparte consejos paternales para que la población se ponga a resguardo. El decreto de alerta, una formidable herramienta de poderes excepcionales vigentes hasta mayo, se lo reserva Sánchez para ocultar datos presuntamente reservados. No hay nada de qué preocuparse: estamos en buenas manos y la variante británica del Covid apenas tendrá impacto.