El Correo-LUIS HARANBURU ALTUNA
Las elecciones se ganan en el centro, dicen los politógos, pero la disputada centralidad política no está al alcance de cualquiera. El centro político es la coordenada exacta donde se dan cita el sentido común, el interés general, la racionalidad política y la virtud de la moderación. Cualidades difíciles todas ellas, pero más difíciles aún cuando se pretende poseer todas ellas al unísono. Sobre el tablero político, de no hace mucho, existía una formación política que tenía casi todas las de ganar a la hora de reivindicar el codiciado centro político. Dicha formación era la liderada por Albert Rivera, pero las aguas corren deprisa en tiempos de zozobra e incertidumbre y Ciudadanos ha cometido algunos errores de bulto en los últimos tiempos. Comenzó renegando de su inicial sesgo socialdemocráta y ha terminado por figurar en la famosa foto de la Plaza Colón junto a Vox y el PP. Es la foto que Pedro Sánchez hará valer para disputar el centro político al partido de Rivera. Sánchez pretende ser el centro y se ha situado, retóricamente, entre el extremo del secesionismo catalán y lo que el llama ‘las tres derechas’ o la derecha ‘trifálica’, si se prefiere, según la freudiana expresión de la reprobada ministra de Justicia.
En la declaración-mitin que Pedro Sánchez pronunció anunciando las elecciones legislativas del 28 de abril, adelantó el relato político que constituirá su argumento electoral para intentar regresar a la Moncloa tras las elecciones. Sánchez afirmó ser el estadista que España necesita al estar polarizada en dos bloques antagónicos de los que uno, el que Sánchez pretende liderar, vela por el interés general de los españoles y el otro, conformado por las tres derechas, solo busca el interés particular y egoísta que impide avanzar y progresar a la nación. Por supuesto, Sánchez se siente víctima de esas tres derechas que le impiden realizar su programa político que supondría el triunfo del progresismo, el feminismo, la igualdad y la armonía entre las naciones de España. La foto de la Plaza Colón donde aparecen juntos Abascal, Casado y Rivera no sería más que la confirmación del relato sanchista.
La pirueta de Sánchez para tratar de situarse en la centralidad política, sin embargo, carece de la credibilidad necesaria a solo dos meses de las elecciones legislativas de abril. Pedro Sánchez se apartó definitivamente del centro político cuando se aupó a la Moncloa con la ayuda de todos los partidos que ponen en solfa la España Constitucional. La mayoría que fraguó no era más que un mosaico de apoyos circunstanciales que no poseían otro nexo que su interés en el desguace del ‘régimen de 1978’. Durar no es gobernar y Sánchez ha gobernado a golpe de decreto-ley, hurtando el bulto ante el Congreso y el Senado; deteriorando con ello la salud de las instituciones. El hundimiento del PSOE en Andalucía tiene mucho que ver con las políticas de Sánchez en Cataluña y, muy posiblemente, la persistencia en dichas políticas supondrá otras derrotas aún más lacerantes.
Recientemente Alfonso Guerra dijo no reconocerse en el PSOE liderado por Sánchez y Felipe González tocó a arrebato al cruzar éste el rubicón que media entre la democracia parlamentaria y la democracia ‘decisionista’, al asumir la exigencia de un relator que mediara en la crisis catalana. Tanto en el País Vasco como en Cataluña el nacionalismo siempre pretendió internacionalizar su presunto conflicto recurriendo a mediadores. ETA siempre trató de lograr una mediación internacional que diera carta de naturaleza a su particular guerra y no otra cosa pretenden Puigdemont y los suyos con su relator.
Lo que finalmente ha provocado el adelanto electoral no es tanto el rechazo a los presupuestos «sociales» de Sánchez, como la reacción mediática y política a la aceptación de parte de las exigencias del secesionismo catalán. Si Alfonso Guerra no se reconoce en este PSOE, es que otros muchos militantes y votantes tampoco se reconocen en la versión socialdemócrata del ‘sanchismo’.
En su último ensayo, Felix Ovejero ha indagado sobre la deriva reaccionaria de la izquierda. Ovejero señala el deterioro gnoseológico y la contaminación del populismo entre las razones que explican la actual decadencia de la izquierda. Pienso que el diagnóstico es globalmente correcto, pero existe otra razón principal que explica la decadencia de la izquierda y esta no es otra que su deriva ‘iliberal’.
El socialismo es hijo de la Ilustración y de los ideales liberales que alumbraron las revoluciones de Francia y de América, pero el socialismo de comienzos del siglo XXI ha derivado hacia posiciones no liberales que lo alejan del ideal de la democracia liberal tal como se gestó en el siglo XIX y triunfó en la segunda mitad del siglo XX bajo el apellido socialdemócrata. Más que de una izquierda reaccionaria, entiendo que es más correcto hablar de una izquierda iliberal que o bien suscribiendo el paradigma populista o bien haciendo suyas las tesis del decisionismo antiliberal de Carl Schmitt, están cavando la fosa donde puede acabar la izquierda tal como la hemos conocido.