Para culminar el trabajo conjunto frente a la violencia hace falta deslegitimarla. Habrá que contar la verdad de lo sucedido también en las escuelas, llevando el testimonio de las víctimas, para que los jóvenes sepan las circunstancias en que se produjo esa violación de los derechos humanos. Una documentación de la verdad para hacer historia.
El lehendakari López está intentando ampliar el consenso en torno al Plan de Educación del Gobierno vasco para garantizar la convivencia democrática y para la deslegitimación del terrorismo. Confío en que ese trabajo tenga éxito y se consiga el máximo acuerdo posible. Nunca es tarde si la dicha es ‘casi’ buena. Y lo digo así porque la vida de este plan no ha sido, valga la ironía, nada ‘pacífica’. Por el contrario, ha tenido momentos muy difíciles y, en mi opinión, ha habido hasta algunos francamente vergonzosos. Momentos vergonzosos que habrían de figurar entre los peores de la política vasca en cuanto a la lucha frente a la violencia y en la apuesta por una sociedad de futuro más justa, más igualitaria, más tolerante, por una sociedad mejor.
Éste es un plan educativo, frente a la violencia, que podemos calificar de transversal en la política. Porque iniciándose por el anterior Gobierno vasco, lo ha culminado el actual, trabajando ambos siempre sobre la base del gran acuerdo político del Parlamento en cuanto a la Ley de Protección de Víctimas del Terrorismo.
Opino, de forma humilde, que las aportaciones al plan del anterior Ejecutivo que ha realizado el actual Gobierno vasco pretenden reforzar sus iniciales objetivos, incidiendo en el deseo de la inmensa mayoría de la sociedad vasca de deslegitimar todo tipo de violencia terrorista. Y que estas nuevas aportaciones al plan no justifican, ni siquiera en lo mínimo, algunos de los hechos sucedidos en el debate político en torno al mismo.
En primer lugar, no justifican que en un tema esencial de la política vasca, cual es el combate democrático frente a la violencia, hayamos vuelto a hacer política partidista y a airear nuestras diferencias marcándolas en los medios de comunicación. Y en segundo lugar, y lo más bochornoso, no se entiende que se haya vuelto a situar por algunos a las víctimas del terrorismo en el centro del debate de la escena pública. Y no en una escena pública para su consideración y respeto, sino en el espectáculo público mediático de oposición, de crítica, de discusión, de división y de bronca permanente.
De forma no intencionada, y en otros casos con total voluntariedad, pero siempre de forma irresponsable, se ha roto el consenso para el respeto y consideración de aquellas personas que padecieron la violencia de todos los terrorismos y fanatismos que ha sufrido y sufre la sociedad vasca. El objetivo ambicioso de este plan es cambiar la sociedad vasca del futuro ganándola para la diversidad y la tolerancia, pero algunos interesadamente lo han focalizado en la asistencia de las víctimas a las aulas. Y lo han hecho para mal, descalificando esa presencia. Se ha escuchado que su presencia en las escuelas puede tener un «efecto perverso», se ha dicho que con ello se pretende «un adoctrinamiento partidista», se ha comentado que las víctimas «llevarán su odio» e «introducirán el conflicto» en las aulas. Y todo eso se ha hecho bajo la mirada anonadada de los que creíamos que esos escenarios reprobables de desconsideración a las víctimas estaban ya superados en la política vasca. Y todo eso se ha hecho bajo la mirada impotente de las víctimas, que no sabían ni por qué causa o cuál razón volvían a descalificarlas de nuevo para la política y la sociedad vasca.
Yo hoy quiero seguir hablando en defensa de las víctimas y hacerlo para decir que las víctimas son nuestros cómplices para lograr una convivencia más democrática. Porque las víctimas del terrorismo no sólo son testimonios de dolor, sino que lo son también de superación y de esperanza, sin rencor y con disposición para el acuerdo y la reconciliación.
Porque nada quita más las vendas para ver la perversión de la violencia que los ojos y el dolor de las víctimas que la sufrieron. Se da a conocer la injusticia que se les hizo a ellas para lograr un futuro que destierre la violencia de la política, demuestra que la memoria no es peligrosa y que legitima nuestro presente y pone a prueba nuestras convicciones morales, no permitiendo nunca que los que ejercieron la violencia borren de la historia a los que la sufrieron.
Y quiero seguir defendiéndolas porque entiendo que tener en cuenta a las víctimas en la educación ayudará a conseguir un consenso para lograr en el futuro una ciudadanía vasca más libre e igual frente al terrorismo e incompatible con equidistancias, ambigüedades y relativismos filosóficos o morales.
Ese acuerdo deberá tratar de educar a la juventud, no en la justificación o entendimiento de la violencia, sino en el compromiso con un proceso de construcción social y política más tolerante.
Para culminar el trabajo conjunto de la sociedad vasca frente a la violencia hace falta deslegitimarla. Para ello, habrá que contar la verdad de lo sucedido también en las escuelas, llevando el testimonio de las víctimas, con la complicidad imprescindible y necesaria de toda la comunidad educativa. Contar la verdad para que los jóvenes sepan las circunstancias en que se produjo esa violación de los derechos humanos. En definitiva, una documentación de la verdad para hacer historia. Una historia en la que hay triunfos y alegrías, pero también fracasos, tristezas y horrores; horrores como los que protagonizan involuntariamente las víctimas del terrorismo. Que el pasado irremediable, con sus errores, nos sirva de lección para no repetirlo.
(Rafaela Romero es presidenta del Parlamento Foral de Guipúzcoa)
Rafaela Romero, EL CORREO, 3/5/2010